[Del 15 al 21 de abril de 2005]
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Algo se cuece
(Viernes
22 de abril de 2005)
El lehendakari en funciones, Juan José
Ibarretxe, anunció ayer que va a repetir la fórmula del tripartito, porque cuenta
con los apoyos necesarios para ello. Tan seguro se mostró de tener el
suficiente respaldo parlamentario para materializar su designación que avanzó
que no incluirá a Aralar en el Gobierno. Se propone alcanzar «un acuerdo
especial» con ese partido, pero dejarlo fuera del Ejecutivo.
Para llevar a cabo ese designio, necesita
algún tipo de apoyo exterior. Él cuenta con 32 escaños. Si Aralar le respalda,
33. En el caso de que los socialistas y los populares
sumaran sus votos, empatarían. ¿Cómo
sabe que romperá ese empate?
Primera posibilidad: tal vez los
socialistas le hayan informado de que no unirán sus votos a los de los populares. Pero para evitar esa suma
tendrían que renunciar a presentar en el Parlamento la candidatura de Patxi
López, porque, de materializarla, no podrían evitar que el PP la respaldara. Si
hiciera eso, el PSOE se llevaría una bronca fenomenal a escala estatal.
Improbable.
Segunda posibilidad: a día de hoy,
Ibarretxe sabe ya que EHAK hará lo necesario para facilitar su elección. Me parece
más factible. En esa dirección apunta algo de lo que dijo ayer: que no pondrá
más limitación a los acuerdos con EHAK que las que ha planteado Zapatero a ese
partido para permitir su presencia electoral. O sea, ninguna.
Pero, aunque así fuera –que no es poco
suponer–, necesita algo más que eso para saber que, una vez reelegido como
inquilino de Ajuria Enea, va a estar en condiciones de gobernar. Porque, si se
encontrara con que PSE, PP y EHAK coinciden sistemáticamente en el rechazo a
sus propuestas, no sacaría ni una adelante. Y así no hay quien gobierne. ¿Le
consta que no va a ocurrir eso? Ayer, en el curso de una entrevista que
concedió a Radio Euskadi, Arnaldo Otegi minimizó la importancia de las
ocasiones en las que su grupo parlamentario coincidió durante la pasada
legislatura con el PSOE y el PP. Me
pareció una actitud muy significativa. (Entre otras cosas, porque él sabe de
sobra que esa coincidencia se produjo en relación a asuntos realmente
importantes.)
En suma: que creo que se está cociendo
algo. Algo de trascendencia.
Y no sólo por el lado de Batasuna, EHAK,
etc. Y de ETA, que por primera vez en muchos años no ha hecho nada por estar
presente en la contienda electoral. También es digno de mención que Zapatero
esté aguantando el tirón del PP y siga sin dar instrucciones al fiscal general
para que promueva la ilegalización de EHAK. Y no hay que desdeñar tampoco las
distancias que el PSE insiste en marcar con respecto al PP. Como resultado de
todo ello, está la actitud de Ibarretxe, que no se muestra nada abrumado por el
resultado de las elecciones del domingo, sino todo lo contrario: se le ve con
ilusión, animado, confiado. Y no finge.
Me huelo algo. Pero no sé qué, porque uno
sólo distingue los olores que conoce.
Éste es nuevo.
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Por qué es imposible
el Paraíso
(Miércoles
20 de abril de 2005)
San Anselmo se hizo célebre por su
formulación de la llamada «prueba ontológica
de la existencia de Dios». Según nos contó en su Proslogium, la propia idea de un ser perfecto exige su existencia,
porque, de carecer de existencia, el tal ser no sería perfecto. Dicho sea de
otro modo: sólo piensa realmente en Dios quien cree en su existencia.
Mi difunta madre, que no creo que conociera
la obra de aquel benedictino tirando a platónico que llegó a arzobispo de
Canterbury a finales del siglo XI, me formuló en cierta ocasión un razonamiento
que bien podría llamarse «la prueba ontológica de la inexistencia de Dios».
Dijo mi madre que, de existir Dios, en efecto, debería concentrar en sí la suma
de todas las perfecciones, cosa que lo convertiría en poseedor de la máxima
bondad, la máxima piedad y la máxima misericordia. Pero alguien capaz de crear
la Humanidad –algo tan terrible, tan desigual, tan cruel, tan injusto, tan
aberrante– no podría de ningún modo ser infinitamente bueno, compasivo y
misericorde. Sería un ente contradictorio, con sus más y sus menos. En cuyo
caso, no sería Dios. Luego Dios no existe.
Yo, que no soy muy dado a la teología, me
descubrí ayer, mientras fregaba los platos –una de mis ocupaciones favoritas–,
reflexionando sobre el Paraíso, que llamamos Cielo. Y me puse a pensar en las
almas de aquellos que, liberados ya de su pobre envoltura mortal, acceden a la
visión y el conocimiento de todo lo pasado y presente.
¡Saberlo todo! ¡Qué horror! ¿Y quién cree
que eso puede ser un Paraíso?
Me imaginé un alma cándida que, llegada al
Cielo, se entera de golpe y porrazo, por ejemplo, de que su cónyuge, cuando le
decía que se iba a trabajar, aparcaba en
una casa vecina para mantener relaciones carnales con otra persona. Y
que constata que, encima, se lo pasaba de cine haciéndolo. O el sofoco de
aquella otra que descubre que sus bienamados hijos la estafaron a lo largo de
toda su vida a base de mal. Me acordé de una mujer que nos contó que de joven
pasó bastantes años incapacitada para tener relaciones sexuales porque no podía
eludir la idea de que su difunto padre la estaba viendo allí, desnuda y
dispuesta a hacer esas marranadas. Ella pasó por un infierno, desde luego. Pero
no creo que su padre, si estuviera viendo desde el más allá la situación, se
sintiera realmente en el Paraíso.
Me pongo un poco ontológico yo también y
deduzco que el Paraíso no puede existir. Sencillamente porque algo como eso que
dicen que sería el Paraíso no sería ningún Paraíso.
Nota bene (y ya que estamos en esas materias).– Algunos de mis amigos se felicitan por el nombramiento como papa de Ratzinger Zeta. Son de los que creen que cuanto peor, mejor. No comparto su criterio. La experiencia me ha demostrado muchas, muchísimas veces, que cuanto peor, peor.
Segunda nota.– La columna que hoy me publica El Mundo no ha aparecido en estos Apuntes. Para verla, pincha aquí
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Vascos comunicantes
(Martes
19 de abril de 2005)
De haberse propuesto alguien imaginar el más
endiablado de los resultados posibles en las elecciones vascas, habría dibujado
poco más o menos el que se ha producido.
Desde un cierto punto de vista, lo que ha
cambiado es poco. Si apelamos al gran debate de siempre (partidarios del
derecho de autodeterminación versus contrarios
al reconocimiento de ese derecho), las distancias vienen a ser las mismas que
ya había: los primeros siguen manteniendo una mayoría electoral clara (el 59%,
frente al 40% de los segundos), diferencia que encuentra poco más o menos su
correspondencia en el reparto de escaños parlamentarios (42 frente a 33).
Pero el Parlamento vasco no se pasa la vida
votando sobre la autodeterminación. De hecho, lo hace sólo de ciento en viento.
En los asuntos que aborda a diario, las contradicciones entre los partidos del
Gobierno y los representantes de la izquierda abertzale radical han sido
siempre constantes. En la pasada legislatura, los diputados de Sozialista
Abertzaleak coincidieron decenas de veces con el PP y el PSOE a la hora del voto,
aunque sus argumentos fueran opuestos. No hay en principio ninguna razón para
imaginar que los diputados de EHAK se dispongan a tener un comportamiento
diferente.
Con lo cual, no hace al caso imaginar el
Parlamento vasco dividido en dos bloques. Hay, por lo menos, tres. Y si las
contradicciones entre el PSE y el PP se acentúan, tal vez cuatro.
Y qué bloques. Porque si los socios del
tripartito, con el posible añadido de Aralar,
lo tienen más que difícil para pactar con EHAK, tampoco puede decirse
que cuenten con facilidades para hacerlo con el PSE, cuyos jefes de la capital
del Reino ya han fijado los límites de la política de alianzas de Patxi López,
afirmando que el PSE nunca entrará en un Gobierno presidido por el PNV. Ya se
sabe que en esos ambientes políticos «nunca» quiere decir «por ahora», pero su
declaración de principios ha sido demasiado rotunda. Y comprensible, además:
después de haberse pasado años y años presentando por toda España a los
nacionalistas vascos como la hez del universo, ¿cómo podrían contar ahora a sus
electores que han decidido marchar de la mano con esa gente? Argumento
reversible: para el PNV, EA y EB también sería una papeleta fina vender a sus
bases la alianza con un partido que no ha parado de agraviarlos en los términos
más feroces desde que Redondo Terreros les declaró la guerra.
Descartada también la hipótesis de un
gobierno PSE-PP –aparte de que los socialistas no lo quieren, tendría a la
mayoría de la Cámara en contra–, sólo parece quedar la posibilidad de una coalición
PNV-EA-EB-Aralar que buscara acuerdos concretos para cada asunto, ora con el
PSE, ora con EHAK. Pero, francamente, no veo que esa fórmula pudiera durar
cuatro años. Gobernar en esas condiciones sería lo más parecido a un infierno.
¿Cómo se puede gestionar ese galimatías? No
lo sé. Tal vez no se pueda. En todo caso, lo que sí parece es que los partidos
políticos vascos, tan entrenados en la confrontación y en las diversas
posibilidades de cerrarse en banda, se van a ver obligados esta vez a hacer un buen
esfuerzo de comunicación mutua. Lleguen finalmente a algo concreto o a no, el
ejercicio seguro que no les vendrá nada mal.
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Pues va a ser que no
(Lunes
18 de abril de 2005)
Acababa mi comentario de ayer con este
añadido: «Para que no se diga que no hablo del suceso del día, hago mi porra
particular. Así podréis reíros a gusto de mí mañana. Mi pronóstico: PNV-EA, 33
escaños; PSE, 19; PP, 14; EB, 4; EHAK, 4; Aralar, 1».
Cometí un error de bulto: fui incapaz de
detectar el trasvase de votos que se iba a producir dentro del campo
nacionalista a favor de EHAK. De hecho, pensé que podía suceder lo contrario. O
los contrarios, en plural. Creí que una porción significativa del electorado
tradicional de HB optaría por no votar y que otra se inclinaría por
candidaturas con más posibilidades de llevar sus ideas a la práctica. Ni se me
pasó por la imaginación que Batasuna-HB-EH-EHAK pudiera mejorar los resultados
que obtuvo EH en 2001.
Acerté en lo de los vasos comunicantes de los dos bloques. El bloque españolista se ha llevado sus 33 escaños y el bloque autodeterminista, los 42
restantes. En proporción de votos tampoco erré: seguimos con el 60-40 de
siempre, más o menos.
Mi fallo fue no apreciar la importancia de
dos factores. Uno: que los votos que Ibarretxe se llevó prestados en 2001 de la izquierda abertzale,
procedentes de gente que lo respaldó ante el riesgo de que Mayor Oreja pudiera
convertirse en lehendakari, eran eso: prestados, y que cabía esperar que
volvieran a su lugar de origen. Dos: que el gran cabreo producido en el campo
abertzale por la política de prohibiciones y acoso de los gobiernos de Madrid
iba a reforzar muy mucho la candidatura de EHAK, más allá de lo afortunado o
desafortunado de las siglas y de lo conocido o desconocido de sus candidatos.
El resultado arrojado por las urnas refleja
bien la sociología vasca (también dije que si la izquierda abertzale se quedaba
en un 6% sería un error atribuirle esa influencia social: que lo suyo está más
cerca del 15%, y se ha visto que apunta por ahí).
Lo que me gusta menos de lo sucedido ayer,
y con diferencia, es que no faltarán quienes digan que la suma parlamentaria
más fácil de hacer es: PNV-EA, 29 + PSE-PSOE, 18. Con lo cual, los restantes
dan igual. Y ZP presidente.
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Los agravios y la
Historia
(Domingo
17 de abril de 2005)
Me interesa en particular un aspecto de la
agria polémica que ha desatado la devolución a la Generalitat de Catalunya de
los archivos expoliados por los franquistas y conservados en Salamanca. Me
refiero al argumento que esgrimen los jefes del PP cuando dicen que ese género
de cuestiones forman ya parte de la Historia y que resulta enfermizo seguir
dándoles vueltas.
Es, en cierto modo, una reedición de la
pelea sobre las estatuas de Franco.
Hay una parte de verdad en las alegaciones
de los peperos. Es cierto que hay un
momento a partir del cual los viejos agravios caducan. Por poner un ejemplo muy
obvio: se entiende que las actuales autoridades egipcias renuncien a reclamar a
Francia todo lo que Napoleón Bonaparte robó por aquellos pagos en el curso de
la fascinante expedición que le llevó y mantuvo en tierras del Oriente Próximo
durante cerca de tres años. Fue un expolio, ciertamente, pero para estas
alturas es ya Historia, sin más. Otro ejemplo: ¿podría el Gobierno de Grecia
reclamar al museo del Louvre la Victoria de Samotracia? Nadie se lo tomaría en serio.
Le responderían que no pocas bellezas artísticas de la Grecia antigua eran
ellas mismas, a su vez, resultado de expolios diversos.
Si todos los países hubieran de restituir a
sus primeros dueños todo aquello que obtuvieron por la fuerza en un momento u
otro, el trajín mundial sería apocalíptico.
En política es igual. ¿Cabe reprochar a
Juan Carlos I el origen netamente dictatorial de su reino? Cabe. Por caber,
cabría muy bien poner en solfa incluso la propia presencia en España de la saga
de los Bourbon, tan interesadamente rebautizados como Borbón al cabo de los
años, cuando comprobaron que ya no los querían en su propio país.
A decir verdad, la romanización de la
península ibérica tampoco fue precisamente un acto de justicia.
Y así todo.
La pregunta es: ¿en qué momento los
agravios dejan de tener vigencia y pasan a convertirse en meros hechos
históricos?
La duda parece académica, y quizá hasta lo
sea, pero la respuesta se sitúa en un terreno arrastradamente político: los agravios
pasan a ser Historia cuando la gente que se siente agraviada deja de constituir
un grupo social amplio y con influjo, capaz de cuestionar el orden del día
establecido.
Por eso las estatuas de Franco no son
Historia. Por eso la Generalitat de Catalunya se ha peleado por los archivos de
Salamanca.
Son agravios que siguen vigentes. Y tanto
da que a estos o los otros les parezca mejor o peor.
A mí, dicho sea de paso, me parece muy
bien.
Adendum.– Para que no se diga que no hablo del suceso del día, hago mi porra particular. Así podréis reíros a gusto de mí mañana. Mi pronóstico: PNV-EA, 33 escaños; PSE, 19; PP, 14; EB, 4; EHAK, 4; Aralar, 1.
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De fieles y
domésticos
(Sábado
16 de abril de 2005)
Siempre me ha parecido aberrante que el
Código Civil español incluya entre los deberes de los cónyuges el de «guardarse
fidelidad». Un juez no es quién para decidir qué diferencia la fidelidad y la
infidelidad conyugales. Cada pareja es libre de pactar sus propias reglas de
funcionamiento y definir su particular idea de la fidelidad. Si una de las
partes se siente traicionada, en ese terreno como en cualquier otro, ¿qué sentencia
judicial podrá obligarle a avenirse a lo contrario? Hay materias que deben ser
reguladas, sí, pero no por el poder legislativo, sino por las personas que las
comparten.
Bueno: pues, lejos de corregir ese absurdo
del Código Civil, nuestros legisladores se disponen a añadirle otro semejante.
Ahora quieren que la ley obligue también a los cónyuges a «compartir las
responsabilidades domésticas».
Se ha puesto de moda aprobar normas muy
vistosas, pero perfectamente inaplicables. Me malicio que las legislan para que
no se diga que no hacen nada para corregir la mala educación cívica imperante,
que es de pena. Primero se acomodan a un modelo social en el que la chavalería
es educada en el individualismo más feroz –en las normas patriarcales más
chirriantes, en la división de papeles más obvia, en el autoritarismo, en la
ley del más fuerte–, y luego pretenden que van a arreglar los efectos
devastadores de esa espantosa educación metiendo a un juez en el pasillo de
cada casa, para que evalúe, con docta imparcialidad, si hay igualdad, trato
exquisito y, por supuesto, un «reparto equitativo de las funciones domésticas».
¡Cuanta hipocresía! ¿Por qué no empiezan
por rechazar la obvia desigualdad de trato entre los sexos que se produce, por
ejemplo, en la Iglesia católica? Han tenido ocasión de verlo en vivo y en directo: se han desplazado
en masa a Roma para arrodillarse y cantar loas al «hondo contenido social» de
esos santos varones que no permiten a ninguna santa hembra meter baza en sus
asuntos. ¿Han constatado si hay un «reparto equitativo de las tareas
domésticas» en el Vaticano?
O tal vez no nos haga falta viajar tan
lejos. ¿Lo hay en el palacio de La Zarzuela?
Me pregunto si habrán previsto la posibilidad
de que los tribunales juzguen, cuando se apruebe esta nueva redacción del
artículo 68 del Código Civil, si en las casas bien hay un reparto equilibrado de las tareas domésticas entre el
señor y la señora (una vez descontada, claro está, la labor del servicio).
Nos reímos en nuestra juventud –unos pocos,
a decir verdad– de Francisco Franco, porque el dictador promulgó un decreto que
prohibía la lucha de clases. «¡Qué ridículo!», dijimos. «¡Como si las
realidades sociales pudieran suprimirse por decreto!».
Pues los hay que siguen en ese mismo
empeño. Ellos prohíben. Y si luego los hechos no tienen nada que ver con lo
legislado... pues peor para los hechos.
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Aviso.– Algunos lectores me han escrito para manifestarme la extrañeza que les ha producido enterarse de que he firmado, junto con José Saramago, Bernardo Atxaga y Julio Medem, un manifiesto de respaldo a la candidatura de Ezker Batua a las elecciones vascas. Un lector, en concreto, me señalaba la incongruencia que veía entre ese apoyo electoral y lo que escribí hace escasos días sobre lo que votaría o dejaría de votar.
Es lógica su extrañeza. He de aclarar que, aunque en efecto mi firma aparece al pie de ese manifiesto, yo no lo he suscrito. Me invitaron a hacerlo y respondí agradeciendo la deferencia, pero rehusando el ofrecimiento. Estoy seguro que, en el follón de la campaña, alguien del aparato de Ezker Batua confundió la lista de las personas con las que en principio esperaban contar para el manifiesto y la de quienes efectivamente aceptaron respaldarlo. Es un error que lamento, pero del que tampoco estoy dispuesto a hacer un mundo.
Tengo muy buena relación con Javier Madrazo, Antton Karrera, Oskar Matute y otros miembros de EB. Me alegraré si la votación les es favorable. También tengo buena relación con políticos que figuran en otras candidaturas pero, a estos efectos, da igual. Nunca he pedido el voto para nadie. Ni siquiera he animado a votar: quienes me conocen saben que considero la abstención como una opción tan válida como cualquier otra. En tanto que comentarista político –que es la actividad por la que cuento con algún predicamento público–, me ciño al análisis de la realidad, y no quiero que nadie pueda creer que ajusto mis comentarios a tales o cuales intereses o consignas de partido.
Confío en que con este comentario quede aclarado el asunto.
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Jueces en campaña
(Viernes
15 de abril de 2005)
El Tribunal Superior de Justicia del País
Vasco (TSJPV) ha tomado en estas vísperas electorales dos resoluciones
dirigidas directamente contra el tripartito. Dos iniciativas que, adoptadas a
pocas horas de la votación, no pueden dejar de influir en la campaña electoral.
En efecto, la juez Nekane Bolado, que instruye el sumario –abierto en su día,
cerrado más tarde y reabierto al final– contra Juan María Atutxa (PNV), Gorka
Knörr (EA) y Kontxi Bilbao (EB), ha decidido ordenar la apertura del juicio
oral contra ellos. Horas antes, el TSJPV había resuelto declarar nulo un
acuerdo que el Gobierno vasco adoptó en 2000 para promover la cooperación con
el pueblo kurdo en materia de educación y sanidad, arguyendo que el Gobierno de
Vitoria carece de autoridad para firmar pactos internacionales.
La oportunidad del momento elegido para
adoptar ambas resoluciones es más que dudosa desde el punto de vista jurídico.
En el primer caso, nos encontramos ante un
procedimiento dirigido contra tres representantes de un Parlamento que ha sido
disuelto. Uno de ellos, Gorka Knörr, ni siquiera va a ser parlamentario en la
próxima legislatura, porque su partido no lo presenta como candidato. Así las
cosas, ¿no habría sido más prudente esperar a la semana próxima antes de
señalar la apertura de un juicio oral que, de todos modos, no podrá iniciarse
antes de diez o doce días, por razones de procedimiento? Por supuesto que
sí.
El otro asunto da el cante aún más.
¡Anular, después de casi cinco años, un acuerdo adoptado por un Gobierno que
ahora está en funciones! Y hacerlo, además, con un argumento tan traído por los
pelos como ése. Para lo que no tiene atribuciones el Ejecutivo de Vitoria es
para firmar acuerdos políticos con otros estados, pero ni éste es un acuerdo
político ni el pueblo kurdo cuenta con un Estado propio. Lo que firmó el
Gobierno de Ibarretxe fue, en resumidas cuentas, la puesta en marcha de un
programa de cooperación. Como el que tiene para ayudar a la población saharaui.
Como tantos otros emprendidos por otras comunidades autónomas.
Yo no puedo juzgar las intenciones, aviesas
o no, de los jueces que han adoptado esas resoluciones precisamente ahora. No
puedo entrar en los vericuetos de sus seseras. Lo que sí puedo decir es que sus
actos tienen como efecto –y eso no pueden ignorarlo– un deterioro de la imagen
del Gobierno vasco en funciones y de los tres partidos que lo respaldan, que
aparecen como conflictivos, cuestionados por la Justicia y dados a invadir atribuciones
que no les corresponden, tal vez impelidos por un desmedido afán separatista.
Lo cual puede influir en el ánimo de algunos electores poco avisados.
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