[Del 21 al 27 de enero de 2005]
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Extraterrestres
(Jueves
27 de enero de 2005)
Me llamó hace unos días un viejo amigo periodista al que le han
encargado que haga un trabajo sobre Ibarretxe. Le han contado que yo conozco bien
al lehendakari y quiere que le ilustre. Me pregunta: «¿Es tan extraño como
parece? Es que todo el mundo lo pinta como un extraterrestre...»
Anteayer me hicieron una larga entrevista para una
radiotelevisión local de Gran Canaria. Gente con espíritu crítico, ávida de
información diferente. En la
conversación salió a relucir, cómo no, Ibarretxe. «Cuéntanos algo sobre él.
Porque en todas partes nos lo pintan como un extraterrestre... Ya sabes, que si
el Dr. Spock de Star Treck...»
Con éstos empiezo por bromear: «Si no recuerdo mal, el Dr. Spock
era el que más conocimientos tenía y el que mejor razonaba dentro de la
nave...»
Estoy francamente hasta el gorro de la simpleza ésa del Dr.
Spock, basada en los rasgos faciales angulosos y la forma de las orejas de Juan
José Ibarretxe. En general, me parecen deplorables las ridiculizaciones que
toman pie en el aspecto físico de las personas. Aunque se trate de gente
odiosa. Quienes me conocen de antiguo saben lo mal que llevaba que a Franco se
le ridiculizara llamándole «enano». Me parecía bien –de perlas, incluso– que se
le calificara de asesino, porque lo fue por propia elección. Pero la altura
corporal no formaba parte de sus opciones vitales. (Eso sin contar con que es
una bobada considerar la baja estatura como una tara.)
Pero cuando llaman «extraterrestre» a Ibarretxe sólo toman el
físico como pretexto. Lo que tratan de decir es que es un hombre raro,
insólito, distante, como de otro mundo.
Lo curioso es que quienes más insisten en esa idea –y los que
más han hecho por difundirla fuera de Euskadi, donde a Ibarretxe se le conoce
poco y mal– son los periodistas de rango superior dentro de la prensa
matritense. Y, como los conozco bien, sus referencias a lo «extraterrestre» me
parecen de coña.
Son tipos que no han convivido con ciudadanos normales desde ni se sabe cuándo. Se
levantan por la mañana, desayunan leyendo la prensa y oyendo la radio, se meten
en su coche –con chófer, por supuesto: no se van a poner ellos a buscar sitio
para aparcar–, acuden a la emisora o la televisión correspondiente para soltar
su homilía diaria, van luego a algún «desayuno de trabajo» –a cotillear con
algún político, banquero o empresario de campanillas–, recalan después en su
despacho durante unas horas, en el transcurso de las cuales sólo ven y sólo
hablan con otros del estilo, marchan a las 14:30 a comer en algún restaurante
finísimo acompañados de gente finísima con la que siguen conspirando... Y así
el resto del día. Y el resto de los días. Forman parte de una elite social que
sólo se relaciona –excluyendo al personal subalterno y al servicio, claro está–
con los de su ralea. No tienen la menor idea de cómo funciona la vida a ras de
suelo. De las preocupaciones de la gente de a pie no conocen más que lo que
leen en encuestas y sondeos.
¡Y se atreven a calificar de «extraterrestres» a otros!
Ignoro si Juan José Ibarretxe mantendrá el mismo tipo de vida
que llevaba hace tres o cuatro años, cuando lo traté. Imagino que sí, porque
sus querencias extraoficiales eran
cualquier cosa menos pasajeras. Entre sus más arraigadas costumbres estaba
–salvo que se encontrara de viaje oficial o cosa semejante– salir durante el
fin de semana a darse una buena panzada de bicicleta con un puñado de amigos y
reunir luego en el txoko (*) de su
casa de Llodio a un buen grupo de familiares y compadres de toda la vida para
hacer una chuletada o cocinar algún buen plato, comer, bromear y charlar de
todo un poco. Con algunos de esos viejos compañeros de Ibarretxe, muchos de los
cuales lo conocen «de siempre», tuve ocasión de charlar largo y tendido en su
propio pueblo y en su propia salsa. Puedo asegurarlo: es gente como cualquiera.
Terrestre a más no poder. Como lo es
la propia mujer de Ibarretxe, que no abandonó su trabajo de oficinista en una
fábrica de Llodio por muy lehendakari que
hicieran a su marido y por mucho que se vieran obligados a trasladarse a Ajuria
Enea.
¿Extraterrestre, Ibarretxe? Quizá su estilo personal –y su
desaliño, su llamativa falta de coquetería– choquen en otras partes. En
Euskadi, desde luego, no. Allí los que parecen extraterrestres son los socios
del Olimpo político-periodístico capitalino, miembros de un club exclusivo
definitivamente alejado de la plebe.
Recuerdo una ocasión, hace ya muchos años, en que me tocó
conversar con una tipa que regentaba un club –éste en sentido literal–
reservado a la crème de la crème de
la Villa y Corte. Le pregunté el precio de la cuota de admisión. «Un millón»,
me dijo, haciendo un mohín despectivo. «Pero no lo hemos fijado por la cantidad
en sí», añadió, «sino sobre todo para ahuyentar a cierta gente».
A la gente terrestre, obviamente.
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(*) Se llama txoko (rincón) a un
espacio al aire libre, pero cubierto, que suelen tener anejo en Euskadi los
caseríos y bastantes villas. Acostumbra haber en ellos una parrilla para asar,
a veces también un horno de chimenea, una mesa grande y bancos largos para
sentarse.
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Tiene delito Garzón
(Miércoles
26 de enero de 2005)
El juez Garzón ha decidido procesar a 36 personas, en su día
integrantes de las ilegalizadas HB, EH y Batasuna, acusándolas de pertenecer a
ETA.
Por lo que leo en los periódicos sobre el auto de procesamiento,
el magistrado hace un recorrido curioso para fundamentar la imputación. Dice
que ha investigado la estructura de las herriko
tabernak, lo que le ha permitido comprobar que esos establecimientos –un
centenar, en total– se coordinaban a través de una Comisión Nacional en la que
figuraban tres personas designadas por la organización abertzale.
Este apartado de «hechos probados» tiene lo suyo de
sorprendente, no por la conclusión, sino por el tiempo que ha tardado Garzón
–casi cinco años– en llegar a ella: cuando la inició ya era pública y notoria
la vinculación existente entre las herriko
tabernak y Batasuna, básicamente porque ni las unas ni la otra la
ocultaban.
Es como si Garzón hubiera tardado cinco años en deducir que los batzokis tienen relación con el PNV.
Llegado a tan brillante conclusión, Garzón prosigue su sucedáneo
de razonamiento: dado que una parte del dinero que ganaban las tabernas llegaba
a Batasuna y dado que Batasuna es parte del «conglomerado de ETA» (véase la
sentencia correspondiente del Tribunal Supremo), se infiere que las herriko tabernak servían para la
financiación de la organización terrorista. O, por resumir: puesto que Batasuna
es parte de ETA, dar dinero a
Batasuna es dar dinero a ETA. (¡Alehop! ¡Nada por delante, nada por detrás!)
Se me admitirá, no obstante, que el célebre magistrado de la
Audiencia Nacional no tenía necesidad de hacer un recorrido tan largo para
llegar a un puerto tan cercano. Qué más da qué actividad de la izquierda
abertzale investigara: a todas podría aplicar la misma lógica. ¿Que Fulanito de Tal repartió una octavilla convocando a
una cena en una herriko taberna? Un
caso evidente de propaganda ilegal, si es que no de apología del terrorismo,
porque contribuyó a que una herriko
taberna ganara dinero, dinero que en parte fue a parar a la Comisión
Nacional de Herriko Tabernak...
etcétera, etcétera. ¿Que fue a tocar jazz?
Igual.
A la vista de esa construcción mental, no veo que tenga nada de
particular que Garzón se haya decidido a procesar a esas 36 personas. Lo que me
extraña es que haya procesado sólo a
esas 36 personas. Porque, según su singular razonamiento, debería acusar de
pertenencia a banda armada a todos cuantos
pertenecieron a HB, EH y Batasuna en un momento u otro. Si esas organizaciones
son ETA, formar parte de ellas es formar parte de ETA; eso no tiene vuelta de
hoja.
Mucho me temo que el juez pueda ser acusado de haber cometido el
delito tipificado en el artículo 408 del vigente Código Penal, que dice: «La
autoridad o funcionario que, fallando a la obligación de su cargo, dejare
intencionadamente de promover la persecución de los delitos de que tenga
noticia o de sus responsables, incurrirá en la pena de inhabilitación especial
para empleo o cargo público por tiempo de seis meses a dos años».
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Dos tipos de gente
(Martes
25 de enero de 2005)
«Hay dos tipos de gente: la que divide a la gente en dos tipos y
la que no». Creo que el autor de la humorada fue el difunto doctor Laurence J.
Peter. Un gran tipo, él solo.
Para mí que en la España de hoy hay dos bandos: el de quienes
están empeñados en dividirnos en dos bandos y el de quienes no.
Me encontré el pasado sábado en unos grandes almacenes con
Ramón, hermano de mi buen amigo Gervasio Guzmán.
Ramón, que es persona conocida –amén de previsora: estaba
comprando un calentador de aire–, se caracteriza por su defensa pública y
notoria de un ideario político que está en las antípodas del mío, kilómetro más
o menos (o yo me caracterizo por asumir un ideario radicalmente opuesto al
suyo, que es otro modo de ver la cosa).
Pese a lo cual, en todo caso, cuando nos vemos nos saludamos con
simpatía. Nuestra mutua consideración se basa –creo yo– en que los dos damos
por hecho que el otro piensa lo que piensa y hace lo que hace porque es lo que
considera justo, y que lo piensa y lo hace, además, después de haberlo
reflexionado en frío, ponderando pros y contras, y sin mayor gana de utilizar
sus reflexiones como arma arrojadiza.
En cosa de nada nos encontramos hablando del actual clima de
crispación política. Coincidimos de inmediato en la queja, si es que no en el
diagnóstico: el escenario político de la Villa y Corte se está llenando de
personajes que muestran unas ganas más que llamativas de liarse a bofetadas. Y
lo que es peor: cuya popularidad se incrementa cuanto más obvio es su deseo de
dar leña al de enfrente hasta que caiga de hinojos y pida perdón por existir.
«Están enloquecidos», se quejó Ramón. «Quiá. Son del género que factura a tanto
por kilo de locura», le respondí.
Mientras nos lamentábamos de estas cosas –él con su caja de
calentador de aire a los pies, yo sujetando en la mano, a modo de calavera
hamletiana, un aparatito para quitar pelusas de la ropa–, a no mucha distancia de
nosotros se estaba desarrollando una manifestación en la que, so pretexto de
condenar la violencia, se exhibía un espíritu violento de mucho cuidado.
Cuando me enteré de lo que había ocurrido, me vino al recuerdo
la conversación con Ramón.
Lo peor de los demagogos intransigentes no es lo que hacen, sino
lo que incitan a hacer. Ellos no bajan a la calle a pegar a nadie, pero
consiguen que muchos otros desvíen sus frustraciones por el canal de la
agresividad política.
Me da miedo su empeño en dividirnos a todos en dos bandos: de un
lado, ellos, con su Verdad –su nueva versión del «Dios, Patria, Rey»–; del
otro, los demás: la hez, la anti-España, los degenerados, los laicos, los
moros, los maricones y todo el resto de la escoria.
Puestos a formar dos bandos, prefiero trazar otra línea
divisoria. Sitúo de un lado a quienes hablan sin chillar, a quienes dejan a los
demás expresarse, a quienes razonan y no insultan, a quienes no sólo oyen, sino
que también escuchan, a quienes hacen como si creyeran en la buena fe del
oponente, aunque sepan de sobra que la buena fe no es un atributo universal.
Eso de un lado. Del otro, a quienes se colocan ellos mismos enfrente, sea por
gusto o por interés.
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Aprendices de brujo
(Lunes
24 de enero de 2005)
Así que fue nombrado para el cargo de ministro de Defensa, José
Bono se puso a jugar con fuego. Decidió que podía gozar de una doble bendición:
la que le proporciona ser militante del PSOE, circunstancia que muchos –él
entre ellos– consideran que lo acredita como hombre de izquierda, sin necesidad
de más pruebas, y la que podía ir consolidando como portaestandarte de los más
arraigados sentimientos de la derecha tradicional española, con el «Dios,
Patria y Rey» por delante. Y a la tarea de rentabilizar esa doble condición se
entregó en cuerpo y alma desde su llegada a un cargo que, por su naturaleza
misma, debería haberlo mantenido al margen de las contiendas políticas locales.
Las intenciones de José Bono son cristalinas. Está convencido de
que las alianzas de José Luis Rodríguez Zapatero con IU y los nacionalistas
catalanes van a conducir al actual presidente del Gobierno a un callejón sin
salida, momento en el que sólo se presentará una solución posible: la formación
de un Gobierno respaldado por el PSOE y el PP. Bono, que sigue sin haber
encajado su derrota en la votación que llevó a Zapatero a la Secretaría General
del PSOE por los mismísimos pelos, entiende que, para administrar una entente como ésa, él sería con gran
diferencia la persona adecuada. Y a eso juega. A seguir en el candelero del
PSOE y a coquetear –en el plano político, pero también y sobre todo en el plano
ideológico– con la derecha. No se le oculta, por supuesto, que una opción
política como la suya, en caso de materializarse, crearía gravísimos problemas
a los socialistas de Cataluña y también –aunque en menor medida– a los de
Euskadi, pero no se arredra. Debe de decirse, siguiendo el ejemplo de su viejo
compañero Carlos Solchaga, que quien quiere hacer una tortilla no tiene más
remedio que romper huevos.
Es harto posible, sin embargo, que el ex presidente de
Castilla-La Mancha haya calculado mal el funcionamiento de la derecha española.
Porque una cosa es que, puestos a elegir, los agitadores mediáticos de la
carcundia celtibérica lo traten mejor que a los demás miembros del Gabinete y
se sirvan ampliamente de su espíritu solícito, y otra muy distinta que estén
dispuestos a ponerse a sus órdenes. Por no hablar de la base social del PP, que
mira en su mayoría a Bono con el convencimiento de que no pasa de ser una mona
vestida de seda.
Con esa realidad se topó de bruces en la manifestación que se
congregó el sábado en Madrid. La sedicente solidaridad con las víctimas del
terrorismo, que Mayor Oreja convirtió ya hace años en banderín de enganche de
la derecha más cerril, se le vino encima como un alud. Y con ganas de ponerlo
calentito. Ignoro si en ese momento a Bono se le pasaría por la cabeza la
posibilidad de que él y los suyos hayan estado jugando con fuego haciendo de
segundones del PP al servicio de esa causa. Que se les haya ido la mano jugando
a aprendices de brujos.
Dudo que tuviera ese momento de lucidez. Le hubiera venido bien.
La masa de fachas no gritaba «¡Bono presidente!», desde luego,
pero tampoco «¡Rajoy presidente!». Clamaba «¡Acebes, Acebes!». Porque esos
energúmenos serán todo lo burros que se quiera –o que no se quiera– pero saben
muy bien oler a los suyos. Notan
perfectamente que es Acebes quien puede representarlos como Dios manda. Quien
mejor se identifica con su nostalgia de Franco. O de Aznar, por lo menos.
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Solemnes evidencias
(Domingo
23 de enero de 2005)
Supongo que es cuestión de escuelas. Y Josep
Borrell, aunque pretendiera ocultarlo, no podría: pertenece a la escuela
política de Felipe González.
Una de las más irritantes especialidades de aquel hombre –y
cuidado que las tenía– era soltar evidencias insulsas cual si fueran verdades
profundas. (Digo «era». Quizá lo siga siendo, pero me da igual, porque ya no me
toca aguantarlas.)
Recuerdo con pesadumbre una declaración que le hizo en cierta ocasión
a una de aquellas entrevistadoras de cámara (televisiva) que tenía. Exhibió la
sonrisa maliciosa a la que recurría cuando quería dar a entender que iba a
comunicar al mundo algo con mucha miga y dijo: «Mire, señorita: yo soy el
presidente del Gobierno y, por consiguiente, voy a actuar como presidente de
Gobierno».
Publica hoy El País una
entrevista con el ahora presidente del Parlamento Europeo que está plagada de
afirmaciones de ese tenor.
Una me ha dejado particularmente estupefacto. Dice Borrell a
propósito –cómo no– del plan Ibarretxe que,
para que ese plan instaurara un nuevo
acuerdo entre el pueblo vasco y los otros pueblos integrados en el Estado
español, no bastaría con que la parte vasca estableciera una fórmula a su
gusto; que sería necesario que la representación de la otra parte admitiera esa
fórmula.
El que fuera efímero candidato socialista a la Presidencia del
Gobierno nos descubre que, para que se produzca un acuerdo entre dos partes, es
imprescindible que se produzca un acuerdo entre dos partes. Muy profundo.
Suelta eso el ex ministro de González como quien ya ha resuelto
el problema: que diga la ciudadanía vasca lo que le dé la gana que, mientras la
autoridad del Estado haga oídos sordos, no habrá nuevo Estatuto.
Lo que el buen hombre no explica es cómo podría arreglárselas el
Gobierno de Madrid, según él, para administrar la situación que se crearía en
Euskadi en el caso de que una amplia mayoría de la población vasca se
pronunciara en contra del statu quo y
la respuesta que recibiera del Estado fuera que ajo y agua.
Me pregunto en qué parte del cerebro de Josep Borrell residirá
la culpa. ¿Será asunto de pocas luces políticas, insuficiencia que le impediría
ver que un conflicto real no se esfuma porque una de las partes implicadas se
niegue a considerarlo?
No lo creo. Para mí que la cosa está más bien en su soberbia,
que le mueve a creer que al personal se le puede torear de farol.
Lo pensó también su mentor González, y no le fue mal durante 13
años, pero acabó pagando el error. Ningún fuego de artificio resuelve los
problemas reales. Como mucho los oculta por un rato. Pero, cuando la luz deja
de deslumbrar, vuelven a aparecer tal cual.
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Una de cazadores
cazados
(Sábado
22 de enero de 2005)
La cadena Ser ha destapado lo que parece un muy grave escándalo
económico que implica a Francisco González, presidente del Banco Bilbao Vizcaya
Argentaria. El asunto es de tal magnitud que, de confirmarse, no tendría nada
de extraño que González (al que llamaré a partir de ahora FG, para abreviar) se
vea forzado a dimitir y tenga que abandonar el BBVA. (*)
La denuncia de la Ser, apoyada en documentos y hechos
contrastados, ha provocado una reacción inmediata del PP y de los medios
periodísticos que le son afines. Según ellos, lo que la radio de Polanco
pretende es cargarse a FG, sin más, porque es hombre próximo al PP y poco dado
a servir los intereses del PSOE (y, ya de paso, también los de Polanco).
El asunto tiene, sin duda, mucha trastienda.
No sé si por la calle, pero en el mundillo periodístico todo el
mundo sabe que este FG llegó a la Presidencia de Argentaria –el banco que se
fabricó malcosiendo los retales de la Banca pública española–, gracias a la
benevolencia del PP en general y de Rodrigo Rato en particular, y pese a que
sus conocimientos sobre el universo bancario eran tirando a magros.
Tutelado por el Gobierno de Aznar, FG orientó Argentaria hacia su
fusión con el BBV, cosa que logró. Nació así el BBVA.
A partir de ahí, empezó la increíble historia del pez chico
(Argentaria) que se come al grande (BBV). Un cuento con traca final y todo: me
refiero al estallido del escándalo de las cuentas ocultas que Emilio Ybarra y
otros veteranos prebostes de la entidad financiera bilbaina se habían acomodado
en las islas Caimán con dinero distraído del banco, más que nada para
arreglarse una jubilación sin sofocos.
Tuvieron que dimitir al alimón y, oh sorpresa, FG, el afortunado
protegido de Rato, se hizo con la Presidencia del BBVA.
¿Tiene algo que ver este telón de fondo con lo que está pasando
ahora? ¿Puede convenir al PSOE el escándalo que ha puesto a FG en el borde del
abismo? ¿Cabe que haya intereses poco o nada confesables detrás de la denuncia
contra el todavía presidente del BBVA?
La respuesta es: sí a todo.
Pero, acto seguido y sin pararme ni siquiera a respirar, añado:
y qué.
No importa –importa, pero no a estos efectos– qué pretendan los
que revelan tales o cuales irregularidades, o delitos incluso, que implican a
personas con responsabilidades de primer orden. Si lo que denuncian es cierto y
es importante, bien está: felicitémonos por lo que han hecho.
Me hace gracia comprobar que quienes dejan de lado el contenido
de las denuncias contra FG y se centran en señalar las intenciones aviesas que
según ellos persiguen quienes las formulan son los mismos que hace diez o doce
años se enfadaban muchísimo porque el PSOE y sus amigos mediáticos hacían eso mismo
frente a las denuncias de corrupción que se dirigían contra los de su bando.
Y al revés: quienes ahora rechazan los intentos de distraer la
atención del público hacia asuntos laterales y reclaman que se empiece por
comprobar si lo denunciado es cierto o no son los mismos que en aquel tiempo se
empeñaban sistemáticamente en discutir las razones ocultas de quienes
denunciaban. Se empeñaban en investigar al denunciante, despreciando lo
denunciado.
Estamos, pues, ante todo un congreso de cazadores cazados.
_______________
(*) Insistiré en este punto: de ser cierto lo
denunciado. Soy cualquier cosa menos experto en cuestiones bursátiles y
financieras. La denuncia de la Ser parece sólida, pero carezco de la pericia
que se requiere para evaluarla con la necesaria solvencia.
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La actualidad
asimétrica
(Viernes
21 de enero de 2005)
«Ante una información que publica un diario como Gara, que no me ofrece garantías, he ordenado
que se haga una investigación a fondo para ver qué ha ocurrido».
El personal del Ebro para abajo que oyera el pasado martes este
comentario en boca de José Bono no sabría ni de qué hablaba. Aunque supongo que
tampoco sería tanta la gente que se lo oyera: las grandes cadenas de radio y
televisión obviaron esa parte de las declaraciones del ministro de Defensa.
De todos modos, Bono no se refería a ninguna noticia aireada por
Gara. Ni siquiera hablaba de algo que
acabara de pasar. Aludía a un suceso ocurrido en San Sebastián cinco días
antes, del que se hizo eco el conjunto de los medios de comunicación vascos y
que fue corroborado en todos sus extremos por Ernesto Gasco, concejal
responsable de la Policía Municipal del Ayuntamiento donostiarra (y miembro,
por cierto, del mismo partido al que pertenece el ministro de Defensa). Bono
tenía que saberlo: esa misma mañana, tanto El
Mundo como El País habían dado
cuenta de los datos aportados por el concejal.
La historia se cuenta rápidamente, y tiene poca vuelta de hoja,
porque sucedió ante testigos. En la noche del pasado 13, en el centro de San
Sebastián, unos individuos que se estaban dedicando a arrancar señales de
tráfico la emprendieron contra un hombre que reprobó su actuación. Le gritaron:
«¿Te parecerá bien entonces lo que hace ETA? ¿Estarás de acuerdo con el plan Ibarretxe, eh, cabrón?» y se fueron
a por él. El increpado trató de huir, pero le cortaron el paso. Le propinaron
una enorme paliza. Quedó tendido en el suelo, sin sentido, con numerosas heridas.
Hubo de ser hospitalizado. Gracias a los datos aportados por los testigos, la
Policía Municipal detuvo poco después a dos personas que resultaron ser
soldados paracaidistas de Alcalá en misión temporal en el País Vasco. El herido
es Mikel Martín, militante de Zutik! y de EGHAM, coordinadora vasca de gays y
lesbianas.
Me hago algunas preguntas. Entre otras: ¿por qué un suceso como
ése ha merecido tan escasa atención? ¿Cómo puede ser que, cinco días después,
con el asunto ya incluso en manos de la Justicia, Bono pretenda que no está
informado y se lo endose a Gara?
Invierto los términos de la agresión y pregunto: ¿qué habría
pasado si dos miembros de la unidad de asalto de la Ertzaintza de paso por
Madrid hubieran dado una paliza a un paseante al grito de «¡Seguro que apoyas
la Ley de Partidos, so cabrón!»?
¿Cree alguien que no habría salido en los telediarios? ¿Que no
habría sido mencionado en ninguna tertulia?
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