[Del 14 al 20 de enero de 2005]
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Cosas del fútbol
(Jueves
20 de enero de 2005)
Cuando consigo relajarme –y, no sé por qué, esta gripe que estoy
pasando me tiene sumido en un estado de honda laxitud, lo que me está
permitiendo dormir hasta diez horas: algo bueno había de tener–, me da por
fijarme en asuntos de ésos que por lo normal dejo de lado para mejor ocuparme
de los altos destinos de las naciones.
La gente habitual de esta página ya sabe que, en esos no muy
frecuentes casos, un tópico en el que suelo recalar es el fútbol. El del
periodismo futbolero, sobre todo.
Ayer oí dos intervenciones de sendos especialistas del gremio
que me resultaron particularmente curiosas.
La primera, por lo risible. Avanzado el segundo tiempo del
partido Real Madrid-Real Valladolid, y cuando el Madrid ganaba 1-0, uno de los
comentaristas de la televisión, dispuesto a quedarse calvo detrás de la oreja,
sentenció: «No se ve que el Real Valladolid pueda meter un gol, a no ser que el
Real Madrid cometa un error de defensa».
Pero hete aquí que, al cabo de dos o tres minutos, va el
Valladolid y mete gol. Ante lo cual, el comentarista apostilla: «Lo que
decíamos. Un error de la defensa del Madrid ha propiciado el gol».
Son de un humor involuntario verdaderamente genial.
La otra cosa tiene más miga. En este caso se trata de un teórico
de los asuntos del balompié, que pontifica en una emisora de radio. Comenta la
discutida decisión del Comité de Competición –creo que se llama así, no me
hagáis mucho caso–, que ha optado por no sancionar una violenta entrada del
jugador madridista Luis Figo al zaragozista César Jiménez, por culpa de la cual
este último estará fuera de la competición unos seis meses (o sea, el resto de
la temporada, más o menos). Nuestro teórico se refiere al fallo del Comité y
afirma: «Es lógico. Porque sólo podría haber sancionado a Figo de haber llegado
a la conclusión de que el portugués quiso lesionar a César, y eso, ¡Señor mío!,
no podemos ni pensarlo».
Cualquiera con un nivel cultural de tipo medio ha oído hablar en
alguna ocasión de la imprudencia temeraria. Sabe que las leyes no sólo castigan
a quien causa daños cuando los ha provocado a propósito, sino también cuando el
daño se ha producido en razón de su conducta imprudente. Pero hay algunos a los
que no se les ocurre que lo que es sensato en la vida, en general, lo es
también en los campos de fútbol. Si el periodista en cuestión –y tantos otros–
pensaran en ello –si pensaran, en general–, se darían cuenta de que entrar a un
contrario del modo en que lo hizo Luis Figo es una grave imprudencia. Un acto
punible, por lo tanto.
Oí el otro día a un entrenador una propuesta que me resultó
curiosa. Decía que las entradas imprudentes que provoquen lesiones deberían ser
sancionadas apartando de la competición al jugador que las cause durante tanto
tiempo como esté en las mismas el jugador lesionado. Una variante balompédica
de la Ley del Talión. En lo que sí estoy de acuerdo es en que sólo un
endurecimiento muy considerable de las sanciones podría desanimar
definitivamente a los muchos jugadores que se calientan y sueltan los tacos –o los codos– como quien no quiere la
cosa.
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Círculos viciosos
(Miércoles
19 de enero de 2005)
No sé qué ha pretendido decir
ETA con la explosión del coche-bomba que saltó ayer por los aires en Getxo.
En realidad, no parece saberlo nadie y, cuando alguien dice algo que nadie
entiende, la comunicación no sirve de nada. Y para no decir nada, mejor no
decirlo.
La interpretación del suceso se ve particularmente dificultada
por el hecho de que el coche-bomba contenía una carga muy potente –nada que ver
con los petardos del pasado verano–, que fue colocado a una hora de bastante
movimiento de personas, que el aviso de su colocación lo hicieron sin dejar
tiempo para un desalojo en condiciones de la zona y que, para más inri, el
anunciante lo situó en una calle en la que no estaba, no se sabe si a propósito
o por directa incompetencia.
He oído interpretaciones para todos los gustos. Los hay que
dicen que la bomba iba probablemente dirigida contra la vivienda de un
empresario que no paga a ETA y que trataba de dejar claro a la gente de dinero
que, con o sin tregua, deberá seguir pagando. Otros consideran que intentaba
herir o matar ertzainas –uno resultó con lesiones menores– para que el Gobierno
vasco sepa que no hay connivencia posible. También me ha llegado otra hipótesis
más, no imposible, pero sí poco verosímil: que haya sido obra de gente de ETA
que no está de acuerdo con la evolución que están siguiendo los
acontecimientos.
La más probable, en mi criterio –que fundamento no en nada que
sepa sobre lo que se cuece ahora mismo en ETA, sino en el conocimiento de sus
querencias a lo largo del tiempo–, es que esté tratando de demostrar que, si en
un futuro más o menos cercano entra por la vía de la tregua y la negociación,
no lo hará porque no tenga la fuerza necesaria para liar la de Dios, sino
porque elegirá no hacerlo, por razones políticas. Es algo muy habitual en su
práctica: que sus ofertas de diálogo y sus declaraciones de tregua se vean
precedidas por algunos atentados sonados. Lo que pasa es que los tiempos han
cambiado, y un atentado con víctimas mortales, como podía haber sido el de
ayer, lo más probable es que hubiera neutralizado en buena medida durante mucho
tiempo los efectos de cualquier oferta de diálogo y de cualquier tregua.
Dice Otegi que el proceso de paz que ellos desean «no puede
responder a una política de grandes titulares». Eso demuestra que, en efecto,
no hay en marcha por ahora ningún proceso de paz. Porque es difícil que
atentados como el de ayer no den origen a grandes titulares.
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Da igual el «plan
Ibarretxe»
(Martes
18 de enero de 2005)
Afirma Ibarretxe: «Mientras yo sea lehendakari, no permitiré que
la voluntad de la mayoría de los vascos y vascas se vea sustituida por la
voluntad del PP y el PSOE».
Es un mal planteamiento.
Lo es, en primer lugar, por razones lógicas. En efecto, si la
suma de los votos del PNV, EA, EB y tres diputados de Sozialista Abertzaleak,
al constituir la mayoría absoluta del Parlamento Vasco, se convierte en el voto
de la institución como tal –y, por vía de consecuencia, de la representación
mayoritaria de la población de las tres provincias de la comunidad autónoma–,
el voto conjunto del PSOE y el PP en el Congreso de los Diputados,
abrumadoramente mayoritario, deberá ser tenido también por lo que es: la
decisión del Parlamento central y, en tanto que tal, la de la mayoría de los
electores españoles. De modo que, para ser justo, Ibarretxe hubiera debido
decir: «No permitiré que la voluntad de la mayoría de los vascos y las vascas
sea sustituida por la voluntad de la mayoría de los españoles y los españolas».
Esa afirmación, además de resultar más exacta, tendría la
ventaja, no menor, de que señalaría con precisión el problema central que se
está encarando.
La cuestión no es el plan
Ibarretxe. La cuestión no es si se planteó así o asao, si fue discutido por
más o por menos, si su articulado recoge tales o cuales aspectos... La cuestión
central, y en cierto modo única, es si las nacionalidades o naciones
minoritarias que coexisten dentro de España (el propio Zapatero ha admitido que
se hable de España como «nación de naciones») tienen derecho a decidir por sí
mismas su futuro o si no lo tienen, porque se entiende que ese derecho radica
pura y exclusivamente en el Parlamento central, como representante de la
soberanía única del conjunto de los españoles.
Siendo ése el meollo del problema, tanto da que se hable del plan Ibarretxe o del nuevo Estatut
catalán, una vez que la mayoría catalana ha puesto sobre la mesa la afirmación
de que es al pueblo de Cataluña a quien corresponde decidir su propio futuro.
Y, por ello mismo, son inútiles todos los malabarismos que haga
el Gobierno socialista. O reconoce ese derecho a Cataluña –y, en tal caso, ¿por
qué no también a Euskadi?– o no se lo reconoce a nadie.
En realidad, no se lo reconoce a nadie. Ayer, Ángel Acebes
reveló que Zapatero y Rajoy han acordado que no se reformará ningún estatuto de
autonomía –ninguno–, si no hay acuerdo de sus dos partidos.
José Blanco trata de tranquilizar a IU y a los partidos catalanes
asegurándoles que la posición del PSOE ante el plan Ibarretxe no les afecta. Allá ellos si se dejan tranquilizar.
Porque lo que Zapatero ha acordado con Rajoy no vale sólo para Euskadi. También
para ellos.
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Cálculos mezquinos
(Lunes
17 de enero de 2005)
Pretender que la reunión celebrada ayer entre el rey, el
presidente del Gobierno y el presidente del PP se sitúa «dentro de la
normalidad democrática», como se ha afirmado oficialmente, es tomar al personal
por memo.
Ese género de encuentros no sólo no son habituales, sino que
tampoco tienen nada de normales. Es normal que el rey despache con el
presidente del Gobierno (aunque no a escondidas, desde luego). Tampoco es
extraño que reciba al jefe del principal partido de la oposición. Lo que
resulta sorprendente es que convoque a ambos a la vez. Un encuentro así sugiere
la voluntad del monarca de que el PSOE y el PP se pongan de acuerdo para actuar
conjuntamente en una serie de asuntos, que la propia agenda del encuentro
sugiere: las reformas estatutarias de Euskadi y Cataluña, con el plan Ibarretxe como primer plato, y los
movimientos subterráneos iniciados tras las proclamas epistolares de Batasuna y
ETA. (Se han mencionado otros dos asuntos como parte del orden del día: la
reforma constitucional y el viaje del
rey a Marruecos. Ambos parecen traídos a cuento nada más que para rellenar el
temario de cara a los medios de comunicación, porque ninguno de los dos habría
justificado la cita: la mínima reforma constitucional propugnada por el PSOE no
es un asunto urgente y el viaje a Marruecos tenía que estar ya más que
planificado para ayer.)
Doy por hecho que la idea de la reunión partió del propio rey.
Tal como es, con las querencias ideológicas que son las suyas y los miedos
históricos que padece, lo imagino preocupado por las relaciones de Zapatero con
los nacionalistas –con ERC en especial– y por la orientación que están
siguiendo el PSC y –más tímida y más recientemente– el PSE. Seguro que
simpatiza con los sermones de algunos gurús opinantes de la Villa y Corte, que
se pasan el día vaticinando males terribles para «la unidad de España» por
culpa de «las hipotecas políticas» de Zapatero. Apuesto doble contra sencillo a
que el rey quiere que el PP eche una mano al presidente del Gobierno para que
éste no se vea forzado a ceder a la presión de las «fuerzas centrífugas» en el
Parlamento. Una ayuda que, dada la dificultad que presenta escenificarla en el propio
Parlamento, debería sellarse en algún tipo de pacto extraparlamentario, del
tipo del llamado Pacto Antiterrorista.
La otra preocupación que tiene que estar rumiando el rey, en
parte concomitante con la anterior, es la posibilidad que Batasuna y ETA puedan
dar pasos serios y efectivos por la vía de la pacificación de Euskadi y que,
para favorecer esos pasos y alcanzar una solución final, el Gobierno se sienta
inclinado a tomar iniciativas que puedan debilitar las posiciones de las
fuerzas más «firmes en la defensa de la unidad de España». Un miedo de ese
estilo es de una mezquindad importante, sin duda, pero cabe entenderlo. Téngase
en cuenta que el punto en el que se encuentra ahora mismo el conflicto vasco
resulta perfecto para algunos: lo suficientemente tenso como para servirse de
él como amenaza, pero lo bastante inactivo como para que no constituya una
preocupación práctica de primer orden.
Ésas pueden ser muy bien las razones que mueven al rey. Pero ¿en
qué medida convienen a sus dos interlocutores de ayer? Es difícil saberlo.
Seguro que la gente del PP simpatiza con las ideas de fondo, pero dudo que se
entusiasme ante la perspectiva de bajar el listón de la oposición. Peor aún
debe de ver la cosa Zapatero. Supongo que será consciente de los estragos que
puede causar en su base electoral la decisión de ir de la mano del PP. Y la
rebelión interna que se le puede montar, especialmente en Cataluña.
Tristes cálculos, por parte de todos. Cálculos que me ratifican,
por cierto, en lo que escribí en el último párrafo de mi apunte de ayer: con dirigentes como éstos en la cúpula del Estado
–empezando por el propio rey–, se ve mal qué grandes movimientos políticos
puedan encararse.
Nota.– La
indisposición que ha motivado el retraso en la confección del apunte de hoy –a la que hacía mención
hasta ahora una advertencia en la página de inicio– no tiene mayor importancia.
Seguramente una de esas gripes que andan sueltas y que a mí me ha pillado por
el lado gástrico. Agradezco la amabilidad de cuantos han enviado correos
interesándose por mi salud.
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«Tú primero»
(Domingo
16 de enero de 2005)
La respuesta de Rodríguez Zapatero a la carta abierta que le ha dirigido
Batasuna y al comunicado paralelo de ETA era esperable. No podía decir nada muy
diferente.
La cuestión no está en lo que dice, sino en lo que piensa. Y en
lo que esté dispuesto a hacer.
Suele afirmarse que, para predecir los movimientos de alguien,
lo mejor es imaginar qué haría uno mismo si estuviera en su lugar. Y es cierto.
Pero también lo es que para ponerse en el lugar de alguien hay que calibrar sus
muchas circunstancias concretas, incluidas sus ambiciones, sus miedos y hasta
–qué remedio– su nivel de inteligencia. Tratándose de Rodríguez Zapatero, no
estoy muy seguro de saber a qué atenerme, pero doy por hecho que en sus oídos
estará sonando la voz de la tentación: «Eh, José Luis: ¿y si acabaras pasando a
la Historia como el Líder Providencial que logró la pacificación de Euskadi?»
Incluso Aznar llegó a oír esa voz y se dejó seducir por ella durante unas
cuantas semanas (pocas, ciertamente).
Una vez deducido que Zapatero tratará de ir por ahí, porque es
lo lógico, supongo que tendrá que plantearse dos cuestiones elementales: la
primera, en qué puede ceder (porque en algo tiene que ceder, y lo sabe); la
segunda, cómo hacerlo sin que la mayor parte de la población española se le
eche encima con el hábil concurso del PP.
Zapatero necesita que ETA le dé una baza con la que presentarse
ya con un activo inicial ante las dos opiniones españolas –la pública y la
publicada– y esa baza no puede ser de menor peso que una tregua indefinida.
Pero los del otro lado también tienen sus necesidades, y no menos
perentorias. ETA no puede decir ahora que se rinde, sin más, después de cuatro
décadas de enfrentamiento armado. Entre otras cosas porque hay sectores de su
propia organización y de su clientela que son partidarios de seguir en las
mismas y, si algunos de sus jefes les dieran una orden que les sonara a
rendición vergonzosa, no la acatarían.
Huelga decir que los cientos de presos –y sus miles y miles de
familiares– también se pondrían enfrente.
Ese panorama es extensible a la propia Batasuna, cuya dirección
–supongo– estará tomando buena nota de los actos de kale borroka que se están produciendo en las últimas horas, como
para servir de música de fondo.
Unos y otros deben calcular sus movimientos, pues, con mucha
prudencia, cuidando no sólo de abrirse paso, sino también, y a la vez, de no
cerrar el paso a los demás. En esa línea, cada cual debería obrar de modo que
la otra parte pueda decir a los suyos que ha sido el de enfrente el primero que
ha empezado a ceder.
Tanto más pienso en ello, tanto más me invade el desánimo.
Porque lo que veo por delante es una tarea que sólo podría ser culminada por
gente generosa, hábil, discreta, sutil y paciente. Y ya me diréis de dónde
sacamos aquí gente de ese tipo.
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La confesión
(Sábado
15 de enero de 2005)
Las oficinas centrales de los grandes partidos políticos suelen
proporcionar cada poco a sus portavoces –a aquellos de los suyos que les toca
estar a diario en el escaparate– determinados argumentos que consideran que les
pueden ayudar a defender su causa. Es ésa la razón por la que algunos días les
oímos decir prácticamente lo mismo a todos ellos en todas partes.
Me da que los cerebros del
PSOE acaban de aconsejar a su gente, dentro de uno de esos argumentarios, que insista en la idea de que, cuando se examine el plan Ibarretxe en las Cortes de Madrid,
habrá más diputados vascos que votarán en su contra que a su favor.
No paran de decirlo.
Pero el secretario de organización de los socialistas, José
Blanco, que es hombre de iniciativa, decidió ayer llevar ese argumento algo más
lejos, como para perfeccionarlo, y dijo que, cuando se lleve a cabo esa
votación en el palacio de la Carrera de San Jerónimo, el plan Ibarretxe será rechazado por «los diputados que representan a
la mayoría de los vascos».
Con lo cual metió el cuezo.
Porque no es verdad.
Hay en el Congreso de los Diputados más electos del PSOE y del
PP procedentes de la Comunidad Autónoma Vasca que partidarios del plan Ibarretxe. Eso es cierto. Pero no
representan a más ciudadanos de las tres provincias que sus oponentes.
Cualquiera que coteje los resultados de las últimas elecciones generales
comprobará que el PSOE y el PP obtuvieron –entre ambos– 575.536 votos, en tanto
que los partidos favorables al proyecto de reforma del Estatuto –PNV, EA y
Ezker Batua– lograron 604.227. Bastantes más. Y no digamos si a esa cifra
añadimos los 38.560 que respaldaron en la CAV las candidaturas de Aralar-Zutik!
(no muy partidarios del tándem PSOE-PP, me temo).
Lo peor del torpe argumento de Pepiño Blanco –lo peor para sus intereses– es que incita a formular
una pregunta que ni a él ni a los suyos les conviene gran cosa que se ponga en
circulación: ¿cómo pudo suceder que un número inferior de electores obtuviera
una representación superior en el Congreso, y que la mayoría hubiera de
conformarse con menos escaños? Respuesta: por mor y gracia del sistema
electoral español.
Lo cual abre un amplio campo de reflexiones que no creo que
ayuden precisamente a desanimar a los soberanistas vascos.
Supongo que Blanco se pensó que utilizaba un argumento
ingenioso. Le resultó más bien una confesión.
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Tres notitas que no
dan para apuntes enteros
1.- Cuando Juan María Atutxa se personó ayer
en el Congreso de los Diputados para hacer entrega oficial del proyecto de
reforma estatutaria aprobado en el Parlamento vasco, se encontró con una
mini-manifestación falangista que clamaba en pro de la unidad de España, sea
eso lo que sea en la cabeza de esa gente.
Mirémoslo por el lado positivo: entre los manifestantes no
estaba Rajoy. ¡Ni siquiera Acebes!
2.- Hablando de Rajoy: su cargo sí que es anticonstitucional. La
Constitución sostiene que el funcionamiento de los partidos debe ser democrático.
Él fue designado presidente del PP por un procedimiento palmariamente
antidemocrático. Lo eligió Aznar. La posterior ratificación de su nombramiento
por los órganos colegiados de su partido fue una pura farsa (una fictio iuris, que dicen los del ramo).
Una farsa patética, además, porque todo el mundo sabía que los
presentes no tenían más remedio que decir amén, pensaran lo que pensaran.
En el supuesto de que se atrevieran a pensar.
3.- Deambulando el pasado miércoles por las calles de Bilbao con
un buen amigo, a la espera de acudir a la tertulia del Pásalo, de ETB2, nos topamos con una valla publicitaria en la que
se veía a Emilio Butragueño incitando a votar Sí en el próximo referéndum sobre la mal llamada Constitución
Europea.
¡Butragueño en Bilbao! Estuvimos de acuerdo: si lo que pretenden
es promover el No, están en la buena
vía.
Una sugerencia: en la siguiente valla, ¿por que no sacan a Salva
Ballesta, que lleva escrito en las botas «¡Arriba España!» a modo de consigna
vital?
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Tenemos de todo
(Viernes
14 de enero de 2005)
Tenemos un ministro de Exteriores que se va hasta Indonesia y
desde allí nos habla de «la barbarie de la Naturaleza».
¡La barbarie de la Naturaleza! Moratinos es un genio. Ha
descubierto que el problema reside en que a la Naturaleza le falta cultura.
¡Mandémosla a la escuela, aunque ya esté un poco mayorcita!
A su lado, el enviado especial de una radio pública repetía
hasta la extenuación que el sureste asiático sufre una enorme «catástrofe
humanitaria». ¡Qué maja, la catástrofe, que se nos ha hecho humanitaria!
Supongo que a partir de ahora se portará mucho mejor.
Entretanto, y probablemente para no ser menos, un diputado español
que responde por Carlos Iturgaiz denunciaba en el Parlamento de Estrasburgo el plan
Ibarretxe, porque –dijo– trata de «desmembranar» (sic) la unidad
territorial de España.
¿De qué nos quejamos en este país? ¡Si tenemos de todo! ¡Hasta
membrana!
Post scriptum (y ya que estamos en éstas).– Un buen amigo se me pone vacilón y se chotea de que yo «también» –se refiere a mi apunte de ayer– hable de «los vascos y las vascas».
No suelo hacerlo. Lo metí medio de broma, como citando a Ibarretxe sin citarlo.
Pero tampoco veo que haya ningún crimen literario en la tal precisión, siempre que quien se meta en ese jardín se las arregle para salir de él sin pisotear las concordancias.
Sostienen algunas feministas que «lo que no se nombra no existe» –al modo en que otros afirman que «lo que no sale en El País no ha sucedido»– y creo que tienen razón. Eso de que cuando decimos «los hombres» se entiende que también englobamos a las mujeres no es discutible: es, sencillamente, falso. La mayor parte de las veces nos limitamos a obviarlas.
Quien se fije en los retorcimientos de mi personal modo de escribir –no caeré en la presunción de llamarlo estilo– reparará en la frecuencia con la que recurro a formas neutras, como la que encabeza este párrafo: «quien» y no «el que». Cuando hablo de la juventud, hablo de «la juventud», y no de «los jóvenes». Cuando de la chavalada que estudia, del alumnado, no de «los alumnos». Y así.
Lo de «los y las» me rechina. Me resulta artificioso. Pero simpatizo con la idea.
Siempre recordaré el ensayo de una feminista que empezaba: «Desde los orígenes de la Historia de la Mujer (y cuando digo «mujer» incluyo, por supuesto, al hombre)...»
Me objetan: «Los más insignes lingüistas se oponen a tu punto de vista». Y yo respondo: porque los más insignes lingüistas son de un machismo que te cagas. Como la propia lengua.
Yo también soy machista. Pero trato de corregirme. Por lo menos cuando escribo.
Es que soy tan ingenuo que me creo aquello que escribió James Oppenheim en Bread and Roses, una de las más hermosas canciones que conozco: «The rising of the women means the rising of the race». Lo cual, traducido libremente a nuestro román paladino, vendría a ser algo así como: «El amanecer de las mujeres representa el amanecer del género humano».
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