[Serie que va del 1 al 7 de octubre de 2004]

 

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El factor humano (2)

(Jueves 7 de octubre de 2004)

Patético, ese Fraga escurriéndose tras el atril, perdiendo el hilillo de voz, como si la vida se le fuera por un desagüe.

–He dicho que no, he dicho que no.

La frase es de las que suelen escribirse entre signos de admiración, pero en esta ocasión no hace al caso. Pretendía ser enérgica, pero sonaba como un quejido apenas audible.

«Está en lo mejor de la vida», dijo al cabo de un rato su segundo de a bordo, que carece de sentido del ridículo.

La soberbia providencialista de este personaje carece de límites. Está convencido de que, como él, nadie. Seguro que piensa que se está sacrificando por la gloria de Galicia y el bien de España. Es como el polaco de Roma.

–Pero a ése lo están manejando. Lo mantienen los buitres que lo rodean porque les interesa –me dicen.

Igual que a Fraga. Pero aquel es igual que éste: se aferra al mando como una lapa. Quienes los rodean sacan partido de lo que ellos se empeñan en hacer.

Ambos practican el autoensañamiento. Creen ser heroicos, pero sólo son una muestra de los extremos a los que puede conducir la ambición y el cesarismo.

A alguna gente le producen pena. A mí –de verdad– me repugnan.

 

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El factor humano

(Miércoles 6 de octubre de 2004)

Mikel Albizu y Soledad Iparragirre llevaban a su hijo a la escuela de Saint-Martin de Salies-de-Béarn, como si constituyeran una pareja cualquiera. Y asistían a las reuniones de padres, charlaban con los profesores, etcétera.

Recuerdo que, cuando ETA atentaba contra casas-cuartel de la Guardia Civil y mataba niños, echaba la culpa a los propios guardias acusándoles de «llevarse los hijos a la guerra». Antza y Anboto decidieron ser padres en plena guerra.

Lo comentaba ayer con un amigo.

–En los años más difíciles, cuando funcionábamos con papeles falsos –le dije–, descartábamos por completo tener hijos. Nosotros ya habíamos tenido a Ane, pero eso había sido en una época anterior, cuando todavía no estábamos fichados.

–Sí, pero vosotros teníais veintitantos años –me respondió–. Soledad Iparragirre, en cambio, era mayor. Probablemente sintió que estaba en esa edad en la que tenía que decidir: o era ya madre o tendría que desistir de serlo. Y ni ella ni Albizu estaban dispuestos a una renuncia como ésa.

–Es absurdo –seguí yo con lo mío–. Ellos tenían que saber muy bien que la Guardia Civil cuenta con cientos de agentes secretos que están instalados en Iparralde (*) de manera permanente. Se supone que, cuando no tienen nada más importante que hacer, lo lógico es que se dediquen a revisar uno por uno los expedientes de todos los vascos procedentes de este lado del Bidasoa que residen por los alrededores. Dejar un rastro tan llamativo, inscribiendo al crío en una escuela y dándose de alta en todos los organismos burocráticos imprescindibles para hacerlo, fue de una imprudencia supina por su parte.

Mi amigo volvió a la carga por el mismo lado de antes.

– Sigues sin considerar la importancia decisiva que ha tenido en su caso la edad. Se habían hecho mayores. Yo creo que les perdió el deseo de ser una pareja normal, con su hijo escolarizado, su relación con otros padres...

–Sí, y sus bombas, y sus pistolas, y sus misiles... –ironicé.

–Eso lo heredaron de cuando eran jóvenes –me respondió mi amigo sin vacilar–. Probablemente querían quitárselo de encima, pero no sabían como hacerlo sin claudicar.

–¿El factor humano, entonces? –le pregunté.

–El factor humano, efectivamente.

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(*) Iparralde («la parte del norte», en euskara) es como familiarmente se suele llamar en Euskadi al País Vasco situado dentro del ámbito territorial del Estado francés. La Policía española supervisa tanto el territorio vasco-francés como los departamentos vecinos.

 

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En cal viva

(Martes 5 de octubre de 2004)

El ex general Rodríguez Galindo padece una arritmia. Aun en el caso de que se tratara de una arritmia real y no política –cosa que ni creo ni dejo de creer–, eso no demostraría que su excarcelación haya sido justa. Si un recluso está gravemente enfermo, se le traslada a un centro hospitalario dependiente de Instituciones Penitenciarias, no a su domicilio particular. ¿Son tal vez sus familiares expertos en el tratamiento de enfermedades cardíacas?

No me chirriaría tanto la excarcelación del ex responsable del cuartel de Intxaurrondo si la excusa esgrimida por el Gobierno de Zapatero no fuera tan ridícula y, sobre todo, si la medida no vulnerara de manera tan flagrante el principio de igualdad de los ciudadanos ante la ley. Porque no veo ninguna razón –confesable, quiero decir– por la que el Estado deba ser tan clemente con el reo de un delito de doble asesinato cuando se muestra del todo inmisericorde con otros reclusos, situados ya fatídicamente en la recta final de sus vidas. Si la norma es que a los presos que se encuentran gravemente enfermos se les manda para casa, el principio debe ser de aplicación general, no limitado a los delincuentes recomendados.

Se refirió José María Aznar el pasado domingo a los crímenes de Rodríguez Galindo cuando aludió a la ocultación de cadáveres en cal viva.

Me indignó. Porque es indignante que alguien afecte principios de los que carece.

En primer lugar: si el soterramiento en cal viva de Lasa y Zabala le pareciera tan espantoso como dice, debería haber instado al partido que preside a título honorífico a clamar contra la puesta en libertad –vigilada, pero libertad– de su máximo responsable. Y se ha cuidado de hacerlo.

En segundo lugar: si realmente siente tanta repugnancia por el partido que, según da por hecho, alentó esos enterramientos en cal viva, se entiende mal que pusiera tanto empeño, cuando fue presidente del Gobierno, en pactar con él toda suerte de medidas no sólo contra ETA, sino también contra quienes no condenan su actividad. ¿Habremos de entender que su política pasaba por aliarse con los justificadores de unos asesinos para combatir a los justificadores de otros?

En tercer lugar: huele a chamusquina que este hombre sólo se acuerde de los GAL cuando él está en la oposición y el PSOE en el Gobierno. Habló y habló de ese tétrico asunto antes de llegar a La Moncloa y vuelve a hablar de él ahora que su partido ha sido desalojado del poder, pero lo eludió con mucho cuidado, e incluso hizo lo posible para evitar que se investigara –recuérdese su negativa a desclasificar los papeles del Cesid–, mientras fue jefe de Gobierno. Item más: si me es fiel la memoria, no fue precisamente Zapatero quien puso en libertad a Barrionuevo y a Vera.

Pero, en todo caso, y aunque la alusión a la cal viva no fuera demagogia pura y simple –que lo es–, ¿qué tendría que ver eso con su corresponsabilidad por lo sucedido en Irak? El aprobó y apoyó esa guerra, y así fuera Jack el Destripador quien se lo reprochara, la denuncia seguiría siendo pertinente. La verdad no depende del valor de quien la pronuncia: si realmente es verdad, se justifica por sí sola.

Los delegados al Congreso del PP le aplaudieron a rabiar. Acto seguido, y según empezó a hablar el nuevo presidente, muchos optaron por irse. Se ve que les entusiasma mucho más el pasado que el futuro.

 

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Bidart bis

(Lunes 4 de octubre de 2004)

Doy unas cortas pinceladas sobre la redada de ayer contra ETA, porque salgo de viaje y se me ha hecho tarde.

1º) La importante cantidad de armas y explosivos de los que se ha incautado la policía demuestra que eran falsas las especulaciones que se hacían sobre la debilidad en que se encontraba ETA. Si no hacía más era porque no quería. Teniendo gente y teniendo armas, matar está al alcance de cualquiera.

2º) Me parecen erróneos los análisis que pretenden que tras esta redada ETA se verá impelida a reflexionar más a fondo sobre la posibilidad de abandonar las armas. La experiencia demuestra que en los momentos de debilidad ETA sólo piensa en reforzarse, porque considera que, si no demuestra capacidad de golpear, todas las ofertas de solución que se le hagan serán necesariamente «a la baja». En ese sentido, puede decirse que lo sucedido ayer aleja el desarrollo de esa reflexión.

3º) Esta operación policial, realmente importante, se emparenta con la que en su día realizaron las fuerzas policiales de Francia y España en Bidart. Entonces se creyó que el golpe sufrido por ETA era «mortal de necesidad» y que ya nunca lograría levantar cabeza. Le costó un año, pero lo logró. Y lo logró porque ETA es también expresión de un problema político. Tiene cantera, tiene dinero –o posibilidades de obtenerlo– y tiene apoyos. Menos que en los tiempos de Bidart, pero reales. Se recuperará. Con menos medios, quizá. Pero con los suficientes como para hacer daño.

4º) Debe tenerse en cuenta que los dirigentes de ETA –todos: éstos, los anteriores y los siguientes– saben muy bien que pueden ser detenidos en cualquier momento. Por esa razón, prevén siempre su reemplazo. Puede darse por hecho que, desde hoy mismo, ya hay otros que han empezado a trabajar para reconstruir la organización.

5º) Dicho todo lo cual, tal vez convenga que haga constar –aunque sea una obviedad– que me alegra que una estructura destinada a sembrar el terror y la muerte haya quedado fuera de servicio.

 

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Dictadores sin dictadura

(Domingo 3 de octubre de 2004)

Me sorprende que no sorprenda el modo de funcionamiento interno que se está imponiendo en los dos grandes partidos españoles: los compromisarios eligen al líder supremo, que tiene luego libertad para configurar a su gusto los órganos supuestamente colegiados de dirección. Se ha pasado del sistema piramidal, en el que los responsables de los sucesivos niveles van siendo elegidos de abajo arriba, a un sistema presidencialista.

Así funcionaban las primeras dictaduras de Roma. A diferencia de las posteriores, inauguradas por Sila y César y vigentes de uno u otro modo hasta nuestros días, aquellas dictaduras no tuvieron su origen en actos de fuerza. La labor de dictador recaía en el elegido por los cónsules. Una vez electo, asumía, eso sí, la práctica totalidad del poder ejecutivo.

Es lo que vimos ayer en el Congreso del Partido Popular: los modernos cónsules designaron al dictator quien, una vez investido de la autoridad correspondiente, pudo empezar a hacer y deshacer a su guisa.

Ocurre que su guisa –lo mismo que la del dictator del PSOE– es de natural pastelero. En lugar de aprovechar los amplísimos poderes puestos en sus manos para marcar una línea y elegir a las personas idóneas para llevarla a la práctica, Rajoy, lo mismo que Rodríguez Zapatero en su momento, ha optado por cocinar una dirección en la que tienen representación todos los grupos de presión –«todas las sensibilidades», que dicen los amigos de los eufemismos– con influencia en el partido.

Como pasteleros profesionales, tanto Rajoy como Zapatero tratan de asegurar la paz interna repartiendo el pastel del poder entre todas las banderías –las taifas– que pululan en sus dominios.

Supongo que no tienen más remedio, si quieren evitar el estallido inmediato de unas u otras rebeliones internas. Pero el pasteleo no las resuelve: las pospone.

Rajoy tiene en estos momentos crisis abiertas en Galicia, en el País Valenciano, en Almería y en Castilla-La Mancha. Ha fabricado una dirección de paños calientes, en la que hay un poco de todo, pero las contradicciones de fondo siguen intactas. Y él tiene un problema que a Rodríguez Zapatero se le presenta en muy menor medida: cada vez cuenta con menos poder para repartir. Porque el reparto del poder es el instrumento más eficaz que existe para el apaciguamiento de las tensiones internas.

El sistema organizativo neodictatorial al que se atiene el PP ha puesto en manos de Rajoy un enorme poder interno. Pero no está en condiciones de emplearlo para hacer nada mínimamente enérgico.

En ese sentido, está en las mismas que Zapatero. Son dictadores sin dictadura.

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Tolerancia cero

(Sábado 2 de octubre de 2004)

Me cuesta una enormidad seguir el desarrollo de las sesiones del Congreso del PP. Me cuesta tanto que no lo logro.

Consciente de que malamente puedo aspirar a ejercer de comentarista político si me niego a informarme, trato de aguantar las noticias que las radios y las televisiones proporcionan sobre el gran cónclave de la derecha.

Lo siento: es superior a mis fuerzas.

Esta mañana he estado oyendo el discurso que se largó ayer Esperanza Aguirre. Mis manos pugnaban con mi cerebro: ellas querían abalanzarse sobre la tecla del off, pero mi elevado espíritu de sacrificio se lo impedía. Y así ha sido hasta el momento en que la presidenta de la comunidad autónoma de Madrid ha dicho: «...que los culpables somos el Partido Popular». Llegado a ese punto, he tirado la toalla (literalmente, porque me estaba secando las manos) y he apagado la radio.

Vale que sea así de cursi. Pase que sea así de reaccionaria. Pero que además se muestre incapaz de concordar el sujeto con el verbo es ya decididamente intolerable. 

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Rodríguez Galindo

No soy vengativo. Y menos todavía sádico. De ser cierto que el ex general Enrique Rodríguez Galindo tiene el corazón tan averiado como dicen –lo que no doy ni mucho menos por hecho–, me parecería bien que siguiera cumpliendo su condena en un hospital penitenciario.

Pero ¿por qué en su casa? ¿Son cardiólogos sus familiares?

Desde la victoria del PSOE en las elecciones, han sido constantes las presiones ejercidas por algunos de los que fueron responsables de Interior en los gobiernos de Felipe González para que el ex patrón de Intxaurrondo fuera puesto en libertad de uno u otro modo. Ya lo han logrado.

¿Quieren agradecerle el silencio que ha mantenido durante los últimos cinco años? ¿Temen que acabe por hartarse de una vez y decida revelar lo que sabe? Las dos cosas, tal vez. Me contaron lo que confesó Antoni Asunción en una conversación privada al poco de ser nombrado ministro del Interior: «Cada vez que abro un cajón y miro lo que guarda, tengo que cerrarlo a toda velocidad. Ese Ministerio es “Villa GAL”».

Zapatero se ha lucido. Que no alegue razones humanitarias: todos sabemos que hay presos condenados a menos años que Galindo, y cuyo estado de salud es mucho más precario, a los que no se les permite salir.

Sabía que no tardaría en felicitarme a mí mismo por no haber votado al PSOE.

 

Nota 1.Aviso: la columna que me publica hoy El Mundo («Vaya un modelo») no ha aparecido en estos Apuntes.

Nota 2.– En relación a la consulta de ayer. He recibido unas 60 respuestas. Las opiniones están muy divididas en cuanto al tipo de letra: hay quienes prefieren la que está, hay quienes preferirían algo tipo Arial o Verdana y hay quienes dicen que les da igual. Una lectora me ha señalado –y creo que tiene razón– que, de meter una letra sans sheriff, la cabecera y los títulos de los apuntes no pegarían ni con cola. Y no me gustaría liquidarlos.

Lo que varios me habéis señalado es que el fondo de la página era demasiado oscuro y que eso podía contribuir a dificultar la lectura. De modo que lo he aclarado.

Aparte, varios habéis aprovechado para quejaros de diversas cosas, todas ellas derivadas de mi falta de capacitación técnico-informática, y para sugerirme otras, que seguro serían estupendas, pero que yo no sé hacer, o incluso no sé ni siquiera qué son (p. ej.: convertir esta página en un conjunto de blogs. ¿Puede haber alguien que me crea capaz de hacer algo así? ¡Si no tengo ni idea de qué es un blog!)

El formato que tiene esta web es resultado de dos factores confluyentes. El primero y principal es mi ignorancia casi enciclopédica en materia de diseño y edición por ordenador. El segundo, mi deseo de hacer una página muy sobria, pensada en gente que no necesita que le metan nada por los ojos y a la que no le asusta leer. Que incluso prefiere encontrarse con textos con una presentación similar a la de los libros: sin colorines, sin animaciones, sin barras laterales... Sin espejitos ni abalorios.

Mi ignorancia en materia de edición y diseño informáticos la podría haber suplido pidiendo (o contratando) a alguien que supiera, y que me lo hiciera. Pero desde el principio me propuse ser autosuficiente. No contar sino con mis propias fuerzas (y con las que iba adquiriendo gracias a las enseñanzas de algunos amigos, claro). Al final, pues eso: aprieto lo que abarco. Es poco,  pero tampoco aspiro a mucho más.

 

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Silogismo abierto

(Viernes 1 de octubre de 2004)

Nada más vencer en las elecciones, José Luis Rodríguez Zapatero concedió una entrevista a El País. Del conjunto de sus declaraciones, el periódico destacó una afirmación: «Los ciudadanos quieren gobernantes que les digan la verdad».

Pocos días después, la secretaria de Igualdad del PSOE (sic), Micaela Navarro, aseguró que la reforma de la ley sobre el aborto figuraba entre las prioridades del entonces futuro Gobierno.

Hace un par de días, el PSOE rechazó una iniciativa parlamentaria que trataba de promover la rápida reforma de esa ley. A continuación, tanto el ministro de Justicia, Fernando López Aguilar, como la vicepresidenta primera del Gobierno, Teresa Fernández de la Vega, afirmaron que la actualización de la ley sobre el aborto no es una prioridad del Gobierno.

De estas premisas cada cual puede sacar la conclusión que quiera.

Para mí, la falsedad mayor está en la frase de Rodríguez Zapatero a la que El País concedió los honores de su portada. Él sabe que los ciudadanos dan por descontado que los gobernantes mienten. Si no, pondría más cuidado en atender los compromisos adquiridos.

 

Consulta.– Un buen amigo me dice que el tipo de letra que empleo para los Apuntes no es de los más legibles y me sugiere cambiarlo. Me propone utilizar una letra semejante a la que utilizo para reproducir las columnas. Pido opinión.

 

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