[Serie que va del
17 al 23 de septiembre de 2004]
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El nuevo pluralismo
(Jueves
23 de septiembre de 2004)
A medida que las radios y las televisiones han ido haciéndose cargo del
cambio de Gobierno, se han producido relevos interesantes en la dirección de
los programas informativos y de opinión. Hablo de las radios y televisiones del
Estado, por supuesto, pero no sólo: también de las privadas que tienen en
cuenta por dónde sopla el viento.
Eso ha tenido como efecto que algunos fanáticos hiperderechistas
disfrazados de informadores hayan pasado momentáneamente a la reserva y que
hayan llegado al primer plano –o vuelto– algunos periodistas menos
encrespantes.
Pero se ve que esos periodistas, o sus jefes –o ellos y sus jefes a la
vez–, tienen miedo de que la gente pueda pensarse que no son lo bastante
pluralistas. Así que han decidido que sus programas sigan repletos de opinantes
favorables al PP. Con lo cual tenemos presentadores menos reaccionarios, pero
programas igual de reaccionarios.
Ayer oí en la radio a alguien sedicentemente progre que entrevistaba a Paloma Gómez Borrero. Por supuesto que no creo que sea
un crimen entrevistar a esa señora, aunque yo no lo haría ni harto de grifa,
pero me llamó la atención con qué fervor se tomaba la entrevista el progre de turno y con qué entusiasmo
jaleaba el arrobamiento papal de la entrevistada. Era evidente que creía estar
dando una prueba fehaciente de su pluralismo.
Lo consideré ejemplar, en sentido estricto. Es decir, un ejemplo de
cómo funciona ahora la cosa. El nuevo pluralismo no consiste en dar la palabra
a gente que se sitúe de Izquierda Unida para acá, por así decirlo, sino en
poner en palmitas, por enésima vez, a doña Paloma Gómez Borrero. O en hacer mil
homenajes a Matías Prats senior (*).
La primera vez que los socialistas (ejem) llegaron al Gobierno, nos
demostraron lo plurales y modernos que eran restregándonos por las narices su
devoción por el boxeo, las carreras de caballos y las corridas de toros. Ahora
han decidido que lo van a demostrar poniéndonos a Paloma Gómez Borrero y a los
cincuenta clones de Paloma Gómez Borrero, con faldas o con pantalones, que
pululan por las ondas.
(*) Matías
Prats, supuesto «maestro de periodistas» (¿de qué
periodistas?), no sólo fue un facha de mil pares, sino también un pesado. Aún
recuerdo cómo, en uno de sus habituales ataques de verborragia, llegó a
ilustrar un primer plano del balón en un partido de fútbol televisado diciendo:
«El balón». Él mismo se dio cuenta de la parida y trató de enmendarla: «Decimos esto porque un grupo de invidentes nos ha
solicitado que aportemos el máximo detalle…» Ahí es nada: ¡un grupo de
invidentes televidentes! Bueno, tampoco fue tan surrealista: recordemos que
estamos en un país en el que el Estado otorgó una licencia de televisión a la
organización nacional de los ciegos.
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Y punto
(Miércoles
22 de septiembre de 2004)
Hablaba
ayer con Charo de una de esas discusiones en las que el oponente te suelta: «Y
eso es así, y ya está». O bien:
«Porque eso es así, y punto». Recordé
una vez que mi amigo Carlos Boyero me dijo: «¡Cómo me cabrea la gente que trata
de acabar una discusión diciendo: “Y punto”! ¡Será “…y punto y seguido”! ¡Por
lo menos hasta que yo haya terminado mi parte!»
Yo,
que soy bastante menos pasional y quizá una miaja más poético que el bueno de
Carlos, me acordé de un poema de Ángel González que leí cuando tenía 16 o 17
años y que me impresionó tanto que todavía lo guardo en la memoria.
Decía
así:
ALOCUCIÓN A LAS VEINTITRÉS
Ciudadanos
perfectos a estas horas,
honorables cabezas
de familia
que lleváis a los
labios vuestra servilleta
antes de pronunciar
las palabras rituales
en acción de
gracias por la abundante cena:
vuestra
responsabilidad de sólidos pilares
de la civilización
y de Occidente,
del consumo de
bicarbonato sódico
y del paternalismo
hacia la servidumbre,
exige de vuestra
parte
cierta ignorancia
de hechos también ciertos,
un esfuerzo final
en bien de todos,
la tozuda
incomprensión de algunas realidades,
la fe más
meritoria, en resumen,
que consiste
en no creer en lo
evidente.
Yo podría jurar que
la tierra está fija
–ya lo juré otras
veces–
y que el sol gira
en torno a ella;
yo podría negar que
la sangre circula
–lo seguiré negando, si hace falta–
por las venas del hombre; yo podría
quemar vivo a quien
diga lo contrario
–lo estoy quemando
ahora–.
No es que sean importantes los asuntos
objeto de polémica:
lo importante es la
rígida
firmeza en el
error.
Pues las mentiras
viejas se convierten
en materia de fe,
y de esa forma
quien ose
discutirnos
debe afrontar la
acusación de impío.
Con esto, y una buena
cosecha de limones,
y la ayuda
impagable de nuestros coaligados,
podemos esperar
algunos lustros
de paz como esta de
hoy,
en una noche
semejante a esta de
hoy,
tras una cena
lo mismo que ésta
de hoy.
Tal como siempre,
pues, pedid conmigo:
Más fe, mucha más
fe.
Que
en cierto modo,
creer con fuerza
tal lo que no vimos
nos invita a negar
lo que miramos.
Copyright Ángel González.
Y ya que me he metido en versos y que hoy es 22 de septiembre, haré
honor a la tradición y volveré a recordar, como años pasados, la canción del
día, que hoy incluyo para quien quiera oírla. Es, claro, «El 22 de Septiembre», de Georges
Brassens. Audible en copia de baja calidad, como siempre.
Es una canción que a mí me hace particular tilín, por lo que tiene de
divertidamente vengativa. Me parece buena idea ésa de decir: «´Me dejaste
tirado un 22 de septiembre y me he pasado los años llorando el aniversario.
Pero hoy es 22 de septiembre, y la verdad: me importa un bledo». No lo dice
así, pero es el resumen.
Y
punto.
…Y
seguido: para quien quiera leer la letra, aquí: http://www.paroles.net/chansons/30244.htm
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Día sin coche
Hoy es el Día internacional sin coche.
Se trata de una gilipollez. Otra de las muchas con que nos castigan las
autoridades. Como el Día mundial contra el Alzeimer, que
fue ayer. ¿Un día contra el Alzeimer? O sea, 364 a favor.
¡Contra el Alzeimer! ¡Qué morro! ¡Pero si ellos viven de la desmemoria
general!
Preparándome para la tertulia radiofónica de hoy, he oído a un
ecologista alavés que defiende que se instaure un Día con coche. Dice que, si todos los
propietarios de vehículos de Vitoria-Gasteiz se pusieran en marcha a la vez, se
vería con perfecta claridad que el actual modelo de transporte es insostenible.
No cabrían en la ciudad ni de coña.
Me parece una idea excelente. Hay que empezar a promocionar iniciativas
así.
Decía Lenin que no hay mejor modo de desprestigiar una idea que
llevarla a sus últimas consecuencias.
Llevemos esta civilización a sus últimas consecuencias. Ojalá sean
realmente las últimas.
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Tres pinceladas
(Martes
21 de septiembre de 2004)
Dejo
hoy tres pequeñas pinceladas.
La
primera, con foto.
El
fotógrafo le echó su mala uva, desde luego, y los organizadores del acto se
lucieron el pelo poniendo ahí la mesa, pero no es eso lo que más me ha llamado
la atención al ver la foto, sino el cambio físico que está experimentando el ex
presidente. En pocos meses, Aznar ha envejecido años. Y ha fijado en su cara un
gesto de amargura realmente desolador. Una cara así, a la gente normal sólo se
le pone en los funerales de la gente más querida.
Para
mí que Aznar se siente en su propio entierro.
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Segundo
trazo.
Los
dirigentes máximos de Francia, Brasil, Chile y España, con Kofi Annan en
funciones de anfitrión, han rubricado un compromiso para erradicar el hambre de
la faz de la tierra de aquí al 2015.
No
sé si es que se les cae la baba a ellos, si es que creen que los panolis somos
los demás o si ambas cosas.
La
misma gente que firmó lo del 0,7% hace la intemerata se descuelga ahora
diciendo que se propone incrementar en los próximos años el importe de la ayuda
al Tercer Mundo subiéndola… al 0,5%.
No
me lo creo. Y además me da igual. Porque, sea el dinero que finalmente sea, se
lo darán a los que mandan en los países donde reina la miseria, y ellos se lo
meterán en el bolsillo, con sede en Suiza.
Esta
gentuza habla del hambre como si fuera un problema técnico, y no el resultado
de la división del mundo en explotadores y explotados.
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Tercera pincelada.
Ayer leí un artículo del Times
que
decía que el hundimiento de Afganistán es tan total que en ese «narco-Estado»
–así lo llamaba el autor del reportaje– ni siquiera hay energías suficientes
para producir conflictos.
No sé si será ésa la realidad afgana, pero rubrico la tesis de fondo.
En general, la gente más miserable no se rebela. Está demasiado ocupada en
morirse de hambre.
Luego se plantea la cuestión de cómo se rebelan los que se rebelan.
Hace unos minutos he retirado la vista del vídeo de la decapitación de
un rehén en Irak.
¿Hay gente capaz de hacer eso? Qué gentuza.
Ya sé que Bush no atesora una moral más exquisita. Pero Bush no
defiende una causa justa.
Tener razón impone normas.
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La Constitución Europea
(Lunes
20 de septiembre de 2004)
El
Partido Socialista Francés está dividido. François Hollande, su primer
secretario, respalda el proyecto de Constitución Europea. En cambio, el número
dos del partido, Laurent Fabius, lo rechaza y preconiza que se vote «No» en el
referéndum que convocará Chirac.
El
debate llena muchas páginas de la prensa gala.
Eso
es lo primero que llama la atención. Aquí los diarios no recogen ninguna
discusión. Cuentan que a unos les gusta más y a otros menos, pero no pormenorizan
los detalles. Deben de considerarlos aburridos. Pasó lo mismo en su día con el
Tratado de Maastricht, que en Francia fue muy debatido y aquí llegó, se aprobó
entre bostezos y se volvió para casa sin pena ni gloria.
Los
socialistas franceses discuten sobre si esta supuesta «Constitución» –que de
hecho no es tal– representa un avance o un retroceso con respecto a los
tratados en vigor dentro de la UE. Hay quien se queja de que lleva aún más
lejos el actual modelo de construcción europea, que «armoniza» las reglas del
neoliberalismo económico pero se lava las manos a la hora de homologar las
normas de política fiscal y social. Otros responden que menos mal, porque si
las homologaran, lo harían a la baja.
He
leído lo que escriben los unos y los otros movido por un interés meramente
estilístico, evaluando la esgrima intelectual de los oponentes. Nada más. Ni
por un momento se me ocurrió la posibilidad de que los defensores del «Sí» a
ese texto llegaran a convencerme de la necesidad de respaldarlo. Tampoco me
conmueven nada los socialistas franceses que preconizan el «No»: el propio
Fabius contribuyó decisivamente a asentar esta Europa anti-social de la que
disfrutamos cada día más.
Puesto
a reflexionar sobre qué hacer cuando llegue el referéndum preceptivo, la única
duda que me asalta es si votar «No» –por mi cuenta y basado en mis propios
argumentos, desde luego– o abstenerme. La abstención tiene un poderoso
atractivo, porque añade al rechazo del texto la no participación en la farsa,
pero tiene el grave inconveniente de que el significado de mi gesto sería de
uso tirando a privado: lo sabría yo y, como mucho, vosotros.
Así
que cualquiera sabe.
De
todos modos, tampoco esa duda me quitará el sueño.
Sé
que al final harán lo que les dé la gana, como siempre.
P.S. El amigo Marat,
que cuando no dormita en la bañera viendo la tele y despotricando contra ella
hace cosas así (mayormente porque sabe), me ha mandado una cabecera farde para
los Apuntes. Como tampoco soy cutre por vocación, la he incluido supra. Si hay quejas por verme el morro
(aparte de la mía, quiero decir), la quito y vuelvo al letrero anterior.
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Rato no se opuso
(Domingo
19 de septiembre de 2004)
Cuenta
hoy El Mundo que, en las vísperas de
la intervención militar estadounidense en Irak, Rodrigo Rato, a la sazón
vicepresidente de Aznar, se opuso a que el Gobierno de España se alineara con
el de EEUU.
Es
obviamente incierto. Rato no se opuso. Por lo que se lee en el propio diario, Rato se limitó a opinar
desfavorablemente.
Oponerse
es otra cosa. Cuando uno está realmente en contra de algo, lo proclama a los
cuatro vientos para que todo el mundo lo sepa y actúa en consecuencia. Oponerse
es, por ejemplo, lo que hizo Pimentel, que recogió sus cosas del despacho
ministerial y se fue a casa.
Siempre
me han resultado patéticas esas «oposiciones de principio» que consisten en decir
que no en la reunión en la que se discute el asunto y luego secundar a los que
han dicho que sí. Eso no es una oposición de principio. Por supuesto que
alguien puede votar en contra de algo y luego defender que se haga, si es que
la mayoría lo respalda, pero eso no es aplicable a las cuestiones de
principios. Tratándose de asuntos
decisivos, el rechazo obliga, por definición, a tomar decisiones.
Es
risible cuando se oye que Fulano o Mengano «ha presentado su dimisión, pero no
le ha sido aceptada». Las dimisiones no se presentan para que sean aceptadas.
El que dimite, dimite, y ya está. No lo somete a ninguna evaluación ajena. Una
cosa es dimitir y otra, totalmente distinta, expresar a la superioridad el
deseo de ser relevado en el cargo y dejarlo a su consideración (lo cual, en
ciertos casos, puede muy bien ser lo acertado). Por decirlo de otro modo: una
cosa es estar a disgusto y otra considerar que la situación es insoportable.
¿Que
Rato se sintió a disgusto participando en la guerra de Irak como vicepresidente
de un Gobierno que la propició? Eso me lo creo. Pero no pensó que fuera
inaceptable intervenir en la guerra. Porque, de haberlo considerado así, no lo
habría aceptado. Sin más.
Lo
más triste, en su caso, es que hubiera podido hacerlo sin mayor problema. Todos
hemos visto a lo largo de la vida a gente que ha tragado carros y carretas no
por gusto, sino «para llevar el pan a la boca de sus hijos», como dicen los
amigos de lo melodramático. Pero Rodrigo Rato tiene una hermosa fortuna
personal y puede cubrir sin ningún problema los gastos no ya de una, sino de
varias familias, con sus correspondientes proles.
En resumen: que se trató de un episodio menor en el que sólo se
dirimieron asuntos de cálculo. Nadie trate de revestirlo de grandeza, porque no
tuvo ninguna.
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Woody Allen
(Sábado
18 de septiembre de 2004)
Me ha producido una cierta tristeza ver en los
periódicos de hoy lo viejo que está Woody Allen. Supongo que habrá sido otro
modo de sentir lo mal que me siento cuando compruebo lo viejo que estoy yo.
Y con eso creo que he descrito bastante bien la
evolución de mis puntos de vista sobre su cine.
De joven, algunas películas de Allen me indignaban:
«Este tío se pasa la vida hablando de sí mismo. Es un egocéntrico insufrible».
Otras no, porque incluso entonces me daba cuenta de que tenía la gracia por
arrobas. Con Coge el dinero y
corre casi me parto de la risa. También con La última noche de Boris Grushenko. Pero
cuando se dedicaba a contarnos sus sesiones de psicoanálisis, dando vueltas y
más vueltas a los líos en los que se meten los hombres –y las mujeres– que
piensan más con la entrepierna que con el cerebro, no lo aguantaba.
Con el paso de los años –de muchos años, para
desgracia de ambos–, cambiaron mis criterios. O mis sentimientos. Comprobé que
incluso esas películas que de joven odiaba me resultaban también divertidas e
interesantes, porque, a fuerza de hablar de sí mismo sin parar, Woody Allen no
paraba de hablar sobre mucha gente, yo incluido. Y que su visión de la vida me
animaba a ser más crítico conmigo mismo y, a la vez, a tomarme menos en serio.
Allen es un tipo con una fantástica capacidad para afrontar y
mostrarnos la realidad desde ángulos no convencionales. Para buscar a la vida
no el revés, sino las decenas de reveses que tiene.
Le estoy y le estaré siempre agradecido por los momentos de
inolvidable felicidad que me ha dado.
Recuerdo uno de hace no demasiado. Fue viendo Desmontando a Harry (*).
La escena era la siguiente: la ex novia de Harry/Allen le está
contando que se va a casar con un amigo de ambos. Harry/Allen le dice:
–Pero, ¿cómo puedes casarte con ese hombre? ¡Si es viejísimo!
Y ella le responde:
–Perdona, pero es más joven que tú.
A lo que él replica:
–¡Sí, vale! ¡Pero yo soy un inmaduro!
Me entró tal ataque de risa que acabé por mosquear a los vecinos
de butaca.
Ah, se me olvidaba: no paso por alto el hecho de que la misma
persona que desprecia la entrega de los Óscar de Hollywood ha tenido a bien
acudir al modesto Festival de Cine de Donostia.
No se lo agradezco en tanto que donostiarra, sino en tanto que
modesto.
(*) Deconstructing Harry. ¿«Desmontando a Harry»? Vaya una
traducción. En castellano no se desmonta a nadie, salvo que vaya a caballo.
Habría sido preferible Despedazando a
Harry. Los modernos pedantes habrían optado por Deconstruyendo a Harry, a lo Derrida. Yo lo habría puesto sin el
gerundio anglófilo. Harry, hecho pedazos,
por ejemplo.
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Del UHP al YALM
(Viernes
17 de septiembre de 2004)
«¡Uníos, hermanos proletarios!». Durante la II
República Española, la consigna se convirtió en siglas: UHP.
La solidaridad entre los trabajadores al margen de
oficios y de orígenes nunca ha funcionado demasiado, para qué engañarnos. Quedó
en triste ridículo ya en 1914, cuando los partidos socialistas integrados en la
II Internacional incumplieron su promesa de negarse a combatir en defensa de
sus respectivas burguesías. Se habían juramentado para declarar la «guerra a la
guerra» pero, en cuanto sonó el cornetín, los obreros alemanes y franceses
marcharon a destriparse entre sí con la misma estupidez con que todos los
soldados de todos los estados se han destripado entre sí a lo largo de la
Historia. Cierto es que en aquel tiempo, por lo menos, había gente que
proclamaba que lo correcto era lo contrario. Como el pobre Jean Jaurès, al que
mataron por empeñarse en reclamarlo.
Ahora parece que ya nadie se aferra a los
principios de la solidaridad internacional. Ni siquiera a título retórico. Lo
que funciona en estos tiempos es el YALM, que son las iniciales de «Yo A Lo
Mío».
En Elx, provincia de Alicante, una multitud se
dedicó ayer a destrozar los medios de producción de algunos empresarios
asiáticos del calzado, a los que acusan de competir de manera desleal con la
industria del pueblo. No sé si la realidad será tal como aparece contada en la
prensa de hoy, pero, de ser así, qué horror saber que los manifestantes no sólo
no se detuvieron, sino que arreciaron su ataque contra una de las naves
industriales cuando comprobaron que dentro había trabajadores.
No es la primera vez que ocurren hechos semejantes
aquí o allá, y supongo que, por desgracia, no será la última. Hace poco oí que
en una población de la costa mediterránea se había producido una protesta
masiva para rechazar las inspecciones de trabajo que persiguen la contratación
ilegal de mano de obra inmigrante. Según los protagonistas de la protesta –que
no eran sólo los empresarios, ni mucho menos, sino el pueblo en masa–, esas
inspecciones son inaceptables porque, si se respetara la ley a rajatabla, la
prosperidad del pueblo se iría al guano.
En las actuales protestas de los trabajadores de
los astilleros, las consignas también van por pueblos. Nadie habla de salvar los astilleros, sino
sus astilleros.
¿Dónde quedó aquello del poema de Bertolt Brecht: «O todos o ninguno, o todo o
nada»?
Lo de Elx es parcialmente diferente, pero no tanto.
La industria del calzado se ha alimentado durante décadas del empleo negro y del trabajo a
domicilio, en condiciones nada envidiables. Pero también en el mantenimiento de
ese régimen laboral cutre ha habido demasiadas complicidades. Me contaban hace
años que hay localidades de la provincia de Alicante en las que, si uno quiere
tener la certeza de que nunca será elegido para ningún cargo municipal, lo
único que tiene que hacer es proclamar que, en caso de resultar electo, combatirá
con todas sus energías la economía sumergida.
Hay una complicidad total en el mantenimiento de la
ilegalidad.
La defienden incluso quienes la sufren. Temen
perder lo poco que han logrado.
Trabajadores contra trabajadores. Trabajadores
contra trabajadoras. Autóctonos contra inmigrantes. Cada uno a lo suyo. Todos
contra todos.
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