Apuntes del natural
[Del 6 al 12 de
agosto de 2004]
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¿Qué más hace falta?
(Jueves
12 de agosto de 2004)
Ninguno
de los prodigios que anunciaron los taumaturgos insignes se ha cumplido *. (Y
perdón por servirme de un verso de Miquel Martí i Pol
para tan poco nobles menesteres.)
Dijeron
que iban a liberar al pueblo iraquí de la tiranía. ¿Y?
Lo
primero que contribuyeron a evidenciar es que el llamado «pueblo iraquí» no
existe. Que las muy variadas divisiones internas de la población de Irak impiden catalogarla como un solo pueblo.
Lo
segundo que quedó demostrado es que una parte considerable de esa población no
aceptaba la dictadura de Sadam Husein porque careciera de espíritu de
resistencia.
Lo
tercero que se vio palpable, meridianamente claro es que mintieron con total
desparpajo en cuanto al peligro que representaba el régimen baazista
iraquí para la paz mundial.
Lo
cuarto, que no les animaba de ninguna manera el deseo de dar paso a un régimen
político libre y democrático como el que le exigían a Husein.
Lo
quinto, que ni siquiera sus intenciones ocultas estaban bien calculadas: no han
conseguido hacerse con la producción de petróleo y ponerla al servicio de sus
propios fines.
Es
decir, que además de mentirosos e imperialistas, nos han hecho ver que son torpes
y necios.
¿Qué
más necesita nadie para desolidarizarse de los patrocinadores de esa guerra y
mandarlos al mismísimo guano? ¿Cómo puede haber
todavía gente que respalde esa intervención?
Cuando
leo que por aquí el 80% la rechaza, me pregunto: ¿y ese otro 20%? ¿Cómo la
aprueba? ¿Cómo que «no sabe/no contesta»?
Creo
que fue Lenin el que escribió que si las leyes de la
Física contrariaran los intereses de alguna gente, esa gente las negaría. Me
vale la boutade al menos en un sentido: muchos no moldean
sus ideas contrastándolas con la realidad, siguiendo la técnica prueba-error,
sino que primero miran en qué medida los hechos confirman sus propias
querencias y simpatías y, caso de que las contraríen, se niegan a tenerlos en
cuenta.
Siempre
se me ha hecho extraño, quizá porque siempre he valorado en mucho el
aprendizaje de la realidad. Cuanto más incómoda y desazonante
me resulta una realidad, más me interesa y más me provoca.
Pero
eso tal vez sea así porque no vivo de acomodarme a estas o las otras ideas prêt-à-porter.
¿O
sí? Ojo con afirmarlo demasiado rápido.
He
de que pensar más a fondo en ello.
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(*) Me pregunta una lectora a qué
poema de Miquel Martí i Pol me refiero. Creo que ya
lo he citado en alguna otra ocasión, porque es uno de mis favoritos. Se titula Ara Mateix, y
dice, en la parte a la que me refiero: «Cap dels prodigis / que anunciaven taumaturgs insignes / no s'ha complert i els anys passen de pressa. / De res a poc, i sempre amb vent
de cara, / quin llarg camí d'angoixa i de silencis.»
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Toleradas
(Miércoles
11 de agosto de 2004)
Washington
promovió una guerra en Afganistán porque –dijo– aquel era un país «gamberro»
que hacía cosas intolerables.
Este
año Afganistán ha tenido la mejor cosecha de adormidera de los últimos
decenios. Según cuentan las crónicas policiales, los mercados europeos están
recibiendo ahora mismo una avalancha de heroína de gran pureza, sólo posible
por la gran cantidad de territorio afgano que se dedica en estos momentos al
cultivo de la amapola, en detrimento de la producción de alimentos, piensos,
etcétera.
Huelga
decir que esa reorientación tan especial de la producción agrícola afgana no habría sido posible sin la permisividad (al
menos la permisividad) del ocupante norteamericano.
Lo
cual viene a demostrar que Afganistán ya no realiza actividades intolerables.
Ahora
están toleradas.
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Zapatero y su
circunstancia
(Martes
10 de agosto de 2004)
Zapatero
no es Zapatero.
Zapatero
ni siquiera es Zapatero y su circunstancia.
Zapatero
es su circunstancia.
Como
personaje público –el resto lo respeto tanto que ni siquiera lo tengo en
cuenta–, todo en él es circunstancia.
Logró
la Secretaría General del PSOE por la misma vía que Juan Pablo I llegó a papa.
Como los cardenales no se ponían de acuerdo en el tipo de jefe que necesitaban,
decidieron ganar tiempo colocando en el cargo a alguien que no fuera a durar
mucho y que no estorbara demasiado mientras buscaban a un líder de verdad. Recuérdense los análisis de los ferrazólogos tras el anterior Congreso del PSOE: al «pobre Zapatero» le correspondía
llevarse la galleta frente al PP en las elecciones de 2004, de modo y manera
que el partido fuera preparando con calma a un líder capaz de derrotar a los populares en 2008.
Pero
las circunstancias variaron decisivamente en marzo de 2004, y con ellas la
circunstancia de Zapatero, que no se hizo
presidente, sino que fue hecho
presidente. Por su circunstancia.
Una
vez en la Presidencia, intuyendo el valor decisivo de su circunstancia, no ha
querido hacer nada que pudiera malograrla.
Sabía
que estaba obligado a retirar las tropas españolas de Irak, porque tenía muy
claro que largarse de Irak era cuarto y mitad de su circunstancia.
Sabía
que debía anunciar la puesta en marcha de cuatro o cinco medidas sociales, e
incluso llevar dos o tres a la práctica, porque adoptar un cierto look social también era consustancial a
su circunstancia.
Pero
¿y el resto, el amplísimo resto? ¿Qué diablos hacer con el resto?
¿Y
si mete la nariz en tal o cual parcela del resto y altera con ello su feliz
circunstancia?
Por
ejemplo, la televisión pública. Seguro que tiene sudores fríos pensando que lo
mismo llega un día en el que el Comité de Sabios
se harta de reunirse y decide emitir un dictamen. ¡Horror!
¿Y
lo de la actualización de la ley del aborto? ¿Cuánto tiempo podrá aguantar
diciendo que no lo tiene entre sus prioridades, aunque figure en su programa
electoral?
¿Y
lo de la reforma de la Constitución? ¿Durante cuánto tiempo podrá evitar que
los Maragall que le apoyan con muchas reservas choquen con los
Rodríguez Ibarra que le apoyan también con muchas reservas, pero del signo
contrario?
Y
Afganistán. Y la Constitución Europea. Y el pacto antiterrorista, que no quiere
modificar porque teme que su circunstancia se desgarre por el lado del
nacionalismo español, pero que quisiera modificar porque es consciente de que
el pacto actual, con la redacción que tiene, no es en rigor un pacto contra el
terrorismo, sino contra el nacionalismo vasco y, por extensión, contra el
nacionalismo catalán menos acomodaticio, y eso no le conviene, porque cuadra
con la circunstancia de Aznar, pero no con la suya.
Zapatero
es su circunstancia. Pero su circunstancia no para de correr. Maticemos a
Heráclito: nadie se baña dos veces en el mismo río –entre otras cosas porque
nadie es dos veces el mismo–, pero hay ríos que cambian sin dejar de ser el
mismo río a efectos sociales y hay ríos que cambian hasta convertirse en otros
también en la consideración general. Por ejemplo: nadie puede volver a bañarse
en un río que se ha secado.
A
la circunstancia denominada Zapatero le puede ocurrir otro tanto. ¿Cuánto podrá
cambiar siendo vista como la misma y cuándo pasará a ser considerada otra?
Es
sólo cosa de tiempo. Y tal vez no demasiado.
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Chávez
(Lunes
9 de agosto de 2004)
Aunque
a veces paso por fases de atonía informativa y me mantengo durante unos cuantos
días alejado de prensa, radio y televisión para levantar el ánimo antes de
volver a la carga, lo normal es que esté bastante al tanto de las noticias.
Pero no de todas. Y no por igual. En consecuencia, me sucede con alguna
frecuencia que me piden opinión sobre tal o cual cosa y he de que responder que
no opino nada en especial, porque no estoy suficientemente informado.
Me
pasó hace dos o tres días a propósito del Fórum de
Barcelona. «¿Qué balance haces de su actividad?», me
preguntaron. «Ninguno. Para hacer un balance se necesita conocer el haber y el
debe, y no es mi caso», respondí. ¿Qué iba a decir? ¿Que algo organizado por
esa gente y respaldado por esos patrocinadores no puede estar bien? Me
llamarían sectario.
En
ocasiones mis lagunas informativas tienen difícil justificación, como no sea la
de que en el mundo hay muchos más asuntos importantes de los que ocuparse que
tiempo disponible para hacerlo. Me interesé por la situación de Venezuela
–especialmente, quiero decir– cuando la intentona golpista, pero he pasado
meses sin prestar verdadera atención al detalle de los acontecimientos. Es mi
culpa. Ahora llega el referéndum sobre la continuidad de Hugo Chávez y no estoy
en condiciones de decir nada que no sepa todo el mundo.
De
todos modos, hay cosas que todo el mundo sabe y que, pese a ello, deben ser
dichas. Por ejemplo, que Chávez ya ha declarado que respetará los resultados
del referéndum, sean los que sean, en tanto la alianza de la oposición no ha
asumido ese compromiso.
Por
ejemplo, que los miembros de la OEA encargados de supervisar la limpieza del
proceso electoral han declarado que el Gobierno de Chávez está teniendo una
actitud de escrupuloso respeto por la legalidad, en tanto los representantes de
la oposición han anunciado que no se atendrán a la legislación electoral cuando
no les dé la gana.
Y
lo principal: todo el mundo lo sabe, pero es necesario decir que la CIA ha
montado en Chile un gabinete de crisis para
seguir con toda atención la marcha de los acontecimientos en Venezuela. Al
frente de ese gabinete, que integra a altos responsables de seguridad de cuatro
estados de América Latina, está William Spencer,
subdirector del Departamento de Asuntos del Hemisferio Sur de los servicios de
espionaje estadounidenses, personaje bien conocido como máximo defensor de la tesis
según la cual Chávez representa un grave peligro no sólo para su país, sino
también para todo el subcontinente, y que ese peligro
debe ser yugulado cuanto antes y como sea.
Contando
con lo cual, hay que temerse lo peor. O por las urnas o contra las urnas.
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Así de sencillo
(Domingo
8 de agosto de 2004)
Tengo
una memoria bastante caprichosa –muy suya, por así decirlo– que acumula en mi
cabeza chorradas a gogó y borra de ella en cuanto me descuido montones de datos
de interés. Como me la conozco, suelo tomar nota de todo lo que preveo que se
me va a olvidar y necesito recordar.
Cuando
cuento esto, siempre hay un gracioso que me interrumpe y dice: «...Pero luego
te olvidas de mirar las notas que has tomado, ¿no?». Pues no. Las miro siempre.
He conseguido convertir eso en un hábito. Lo que me ocurre a veces es que no se
trata de una nota, sino de algo que me llega por correo electrónico. Lo guardo
pero, a los pocos días, olvidándome de que anda por ahí, me lo cargo en una de
mis frecuentes operaciones de limpieza.
Aviso
de esto para justificar lo impreciso de la historia que voy a contar a
continuación. Tuve todos los detalles, pero los he perdido con el correo
electrónico en el que me llegaron.
Me
contaba un lector canario que un preso de ETA confinado en una cárcel de por
allí ha cursado un escrito de queja porque en el centro penitenciario de sus
sinsabores no se respetan las normas legales sobre consumo de tabaco, cosa que
a él le parece fatal. Enterado del asunto un probo columnista isleño, lo tomó
como argumento para lanzar una encendida diatriba: habrase visto, tiene narices
el canalla: no se corta un pelo a la hora de matar pero es un remilgado con el
tabaco, espero que las autoridades penitenciarias se limpien el pompis con su
protesta, sólo faltaría que la tomaran en consideración, lo que se merece ese
cerdo es que le metan cinco o seis cartones de tabaco por salva sea la parte,
etcétera, etcétera.
Supongo
que muchos lectores del diario se solidarizaron con tan indignado comentario.
Es
gente que no ha entendido –ni entenderá, por mucho que se le explique, me temo–
dos ideas clave. Primera: cuando a una persona se le impone una pena de
privación de libertad, se la condena sólo
a estar privada de libertad. Todo sufrimiento añadido que no venga dado por
las exigencias de la propia reclusión está injustificado. Segundo: según los
principios del Derecho democrático, la finalidad de la reclusión no es la
destrucción del condenado, sino su rehabilitación. No se trata de tomar
venganza, ni de aplicar la Ley del Talión, sino de recuperar al reo para la
convivencia pacífica.
¿Que
al columnista de marras y a sus fervorosos lectores les parecen mal estos
criterios? Pues qué se le va a hacer, porque son los principios que fija la
Constitución Española y deben ser cumplidos. El recluso conserva todos sus
derechos intactos, a excepción de aquellos que expresamente aparecen limitados
en la condena que se le ha impuesto. Y, como quiera que nadie es condenado a
una pena de privación de salud, los presos pueden reclamar que se cumplan en la
cárcel las leyes sobre consumo de tabaco y las autoridades deben atender su
demanda.
Es
así de sencillo. Aunque a tantos se les atragante, porque el estricto respeto
por los derechos y las libertades sigue resultándoles un plato indigesto.
P.D. Añadido al apunte del pasado viernes: ya han subido los precios de las gasolinas.
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No es plan
(Sábado 7 de agosto de 2004)
Me
he prometido a mí mismo que éste será el último año que me impongo trabajar
durante mis teóricas vacaciones. Me refiero a trabajar en el sentido fuerte de la expresión, con obligaciones
que imponen una jornada de ocho horas o más delante de la pantalla del
ordenador. No me incomoda –y hasta me divierte, por lo que tiene de gimnasia
neuronal– escribir un apunte diario,
estar en las tertulias de la radio y hasta, si se tercia, viajar a Bilbao para
participar en los debates de ETB (*) una vez por semana. Pero las ocho horas
diarias de tarea obligada y no elegida echan por tierra cualquier proyecto que
merezca el nombre de vacaciones.
No
sé si hará falta aclarar que mi ideal de vida –las vacaciones perpetuas, hasta que la muerte nos separe– no se
parece en nada al dolce far niente.
Estar mano sobre mano no va conmigo.
Lo que busco es una cierta disciplina diaria de lectura y de escritura, algo de
actividad pública de tanto en cuanto, un rato para el ocio y, como complemento,
su cuota parte de deporte y de trabajo físico. Todo eso proporciona materia más
que suficiente para que las 16 horas diarias de vigilia resulten incluso
escasas.
¿Podré
conseguirlo? Eso espero. Pero para lograrlo el día de mañana parece que no me
queda más remedio que chincharme el día de hoy.
Como
tantos otros humanos, me evado con ensoñaciones y planes estupendos para tratar
de escapar de la realidad, que para mí consiste, hoy sábado, en no menos de
ocho horas de trabajo poco o nada gratificante.
Hago planes para olvidarme de que lo de hoy
no es plan.
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(*) Este mes no he podido participar en los programas de ETB porque, vaya usted a saber en razón de qué misterios, Iberia suspende durante el mes de agosto el 50% de sus vuelos directos entre Alicante y Bilbao. Es decir, que sólo mantiene uno de ida y otro de vuelta. Los dos que a mí me venían bien (el que salía por la mañana de Alicante y regresaba por la noche) se los han cargado. Se ve que en agosto Alicante y Bilbao tienen menos relación que en enero. Quedan algunos vuelos que te llevan a Madrid y que teóricamente permiten enlazar con otros vuelos que conducen al destino pretendido, pero la amarga experiencia me ha enseñado que es extraordinariamente fácil –incluso sin necesidad de que nadie esté de huelga– que esos vuelos te depositen en Madrid cuando el avión de enlace ya se ha largado, con lo que el éxito es total. Así que renuncié a la aventura.
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Entre el petróleo y
la gasolina
(Viernes 6 de agosto de 2004)
Mi amigo Gervasio Guzmán está que trina con los
principales medios de comunicación:
–Pero
¿tú has visto qué cara más dura? Están venga a afirmar que el incremento del precio
del petróleo es una tragedia incalculable, que nos va a suponer una crisis
enorme. Pero ninguno dice, o lo dice sólo de pasada, que el petróleo lo pagamos
en dólares y que, como quiera que el euro se ha revalorizado de manera bastante
considerable con respecto al dólar en los últimos meses, actualmente nos sale
más barato. Y tampoco le dicen al personal que, de todos modos, el precio del
barril de crudo es sólo un componente –y no el más importante, ni mucho menos–
del coste final del litro de gasolina. Que los beneficios de las petroleras y
los impuestos del Estado tienen un peso bastante más decisivo. Y que tanto las
petroleras como el Estado están muy interesados en subir el precio de la
gasolina. Las petroleras por razones evidentes. El Estado, porque lo que se
lleva de los ingresos producidos por la venta de combustibles no es una cifra
fija, sino un porcentaje, de modo que tanto más alto sea el precio, tanto más
ingresa.
–Pero
también se le dispara el IPC –trato de matizar.
–Sí,
algo. Pero comprenderás que, entre que suba el IPC porque la hostelería
incrementa sus precios de manera abusiva y que lo haga porque el propio Estado
ingresa más y más, no hay para ellos punto de comparación.
Gervasio
insiste:
–Hazme
caso: están preparando a la opinión pública para que encaje un nuevo incremento
del precio de las gasolinas. El Gobierno del PSOE lo autorizará contento por
partida doble, porque encima aprovechará para echar la culpa al PP, diciendo
que Aznar nos metió en la Guerra de Irak con el argumento de que el
derrocamiento de Sadam Husein iba a servir para estabilizar el mercado del
petróleo, lo que demuestra que o no tenía ni idea de lo que decía o mentía como
un bellaco. ¿Más dinero para el erario y una buena ración de desprestigio para
el PP? ¡Perfecto!
Dejo
a Gervasio con la palabra en la boca. Salgo a escape para llenar el depósito de
mi coche antes de que me salga a precio de oro. De oro negro, pero oro.
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