Apuntes del natural

[Del 4 al 10 de junio de 2004]

 

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Las promesas de Zapatero

(Jueves 10 de junio de 2004)

José Luis Rodríguez Zapatero se pasó la campaña electoral previa al 14-M haciendo promesas.   Lo prometía todo. A veces incluso hacía promesas incompatibles entre sí.

Sus enemigos dicen que eso se explica porque él mismo daba por hecho que iba a perder, con lo que daba igual lo que prometiera, porque no tendría que cumplir nada. Algo de eso pudo haber, no digo yo que no, pero me da que ese hombre tiene también una cierta inclinación por la formulación confusa de sus promesas. Que se lía al hacerlas. Y que se lía de manera innecesaria.

Recordemos la promesa absurda de que no gobernaría a no ser que su partido obtuviera más votos que el PP. Alguna gente dice que esa promesa le venía bien para tranquilizar a los sectores que pudieran estar preocupados ante la hipotética formación de un gran frente anti-PP. De ser eso lo que pretendía, lo que debería haber hecho es afirmar públicamente que no capitanearía un Gobierno de coalición de ese tipo, y ya está. Pero lo que no tenía sentido era atarse a una promesa que podía dirimirse por una diferencia ridícula de votos.

Más disparatada aún fue la promesa relativa a la retirada para el 30 de junio de las tropas que Aznar había enviado a Irak a no ser que para esa fecha la ONU se hiciera cargo de la situación. En este caso se autoimpuso dos condiciones que, además de ser muy raras, nadie le había pedido.

En primer lugar, tú no puedes estar metido en una lejana guerra dentro de una fuerza expedicionaria de coalición y declarar que piensas retirarse tres meses y medio más tarde. Porque das a tus aliados despechados un tiempo sobrado para involucrarte a mala uva en la guerra y dificultar o hacer imposible tu retirada. De hecho, eso es lo que los norteamericanos empezaron a hacer de inmediato, difundiendo bulos que incitaban a los iraquíes contra las tropas españolas.

Si te retiras, te retiras ya. Lo antes posible.

De modo que Zapatero hubo de envainarse lo del plazo del 30 de junio. Tontamente, porque era un plazo que nadie le había pedido. 

En segundo lugar, ¿para qué diablos tuvo que condicionar la retirada de las tropas a que se produjera tal o cual decisión de la ONU? Él sabía de sobra que la inmensa mayoría de la población española estaba en contra de esa guerra por principio, se llevara a cabo con la coartada que fuera. Si no estaba la ONU, con razón de más, pero aunque estuviera. Ahora la ONU ha votado una resolución que da cobertura a lo que Washington ha hecho en Irak, y Zapatero se ve en un brete. Dice que esa resolución no le vale, porque no deja la situación iraquí en manos de la propia ONU, como él pedía. En primer lugar, si esa resolución no le vale, ¿por qué la ha votado? Y, en segundo lugar, ¿qué más da que las Naciones Unidas no asuman el mando en Irak de manera directa, si dan su beneplácito a los que están? ¿O es que acaso en la ex Yugoslavia fueron cascos azules los que intervinieron y fue la ONU la que asumió el mando sobre el terreno? ¿Y en Afganistán? ¿Por qué hay entonces tropas españolas en ambos conflictos?

Lo dicho: Zapatero se pasa de rosca cuando promete, porque se empeña en prometer incluso lo que nadie le pide que prometa, con lo cual se mete en líos que no le conducen a nada. A nada bueno, quiero decir, porque lo que era su gran argumento contra el PP en la actual campaña electoral se le ha complicado sin necesidad.

O, por decirlo de otro modo: muy, muy, muy astuto tampoco parece que sea.

 

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Europeístas y nacionalistas

(Miércoles 9 de junio de 2004)

Dice Rodríguez Ibarra que los del PP son a Europa lo que los nacionalistas vascos y catalanes a España, que van a lo suyo y no les importa ni un pimiento lo de los demás.

Si Rodríguez Ibarra se atuviera a los hechos y no se dedicara a rumiar una y otra vez sus aburridas obsesiones, constataría que Cataluña y Euskadi practican la solidaridad interterritorial conforme a la ley, año tras año. De lo cual, por cierto, se beneficia bastante Extremadura (aunque quizá allí no se reparta de la forma más justa, gracias al señor Rodríguez Ibarra).

Lo más parecido a lo que denuncia el bellotari lo encarna a escala estatal Coalición Canaria, cuyos dirigentes ofrecen sistemáticamente sus votos parlamentarios al mejor postor. Les importa un bledo votar lo que sea, afecte a quien afecte, con tal de que no les afecte a ellos y siempre que les paguen el servicio al contado. Pero nadie del PP o del PSOE se anima nunca a señalar con el dedo acusador a Mardones, Mauricio y demás basura, y ello por una muy elemental razón: se denunciarían a sí mismos. Los de allí no podrían ser unos vendidos si aquí no hubiera compradores. Todos los gobiernos centrales, tanto del PSOE como del PP, han pagado en diversas ocasiones su voto indecente.

Pero volvamos al argumento «europeo» de Rodríguez Ibarra, que reprocha al PP acudir a la UE con ánimo exclusivista, sin conciencia del conjunto.

¿Es así? Vaya que sí. Pero eso no tiene nada de especial. El PSOE lo ha practicado también cuando le ha tocado.

Son europeístas de pacotilla. Todos ellos. Ninguno adopta una perspectiva continental, es decir, supraestatal. Todos aspiran a vender a sus electores que ellos son los mejores a la hora de conseguir ventajas sobre los demás. Acuden a Bruselas como quien va a una subasta: a conseguir lo máximo pagando lo mínimo. En cuanto se rasca un poco en la superficie de su envoltorio europeísta, aparecen los eternos nacionalismos (estatalismos, de hecho). El ejemplo más acabado lo ofrecieron los alemanes de la RFA. ¿Por qué se avinieron a soportar los enormes sacrificios que les impuso su Gobierno para homologar las realidades de las dos Alemanias? Porque los de la RDA serían todo lo andrajosos que se quisiera –así los veían–, pero eran también, a fin de cuentas, alemanes.

Nadie en Europa Occidental tiene en este momento una actitud así hacia los recién llegados a la UE desde la Europa del Este. Se les mira con desconfianza, como una especie de mal inevitable, y cada cual se afana para conservar cuanto puedan de sus privilegios anteriores. Lo del Estado español es evidente: iba de pobre, pasando el platillo (*), y ahora está que bufa porque, tras la entrada de los nuevos miembros, se convierte en comparativamente rica, con lo que cobrará menos y pagará más. Se le lleva el alma los diablos.

¿Alguien se lo plantea de otro modo entre los políticos con mando en plaza? Si es así, yo no lo conozco.

Pueden reprocharse mutuamente su falta de europeísmo todo lo que quieran. No corren el riesgo de errar. En Europa apenas hay verdaderos europeístas.

 

(*) Volví ayer a Madrid desde Aigües, en el sur del País Valenciano. Durante los días que he pasado allí –qué delicia, por cierto–, he tenido oportunidad de oír hasta el aburrimiento a los dirigentes políticos del PP y del PSOE hablar en los medios de comunicación sobre la necesidad de mantener el alto nivel alcanzado en Europa por su comunidad autónoma. Lo que no dicen es que, pese a tener ese alto nivel –que es evidente–, han defendido durante años que la UE catalogara a la Comunidad Valenciana como zona pobre, para beneficiarse de los apoyos económicos correspondientes. Aunque en el País Valenciano hay pobres –¿dónde no?–, el nivel de vida medio es apreciablemente bueno. Ocurre que una parte importante de la prosperidad local funciona dentro de la llamada economía sumergida. Hay sectores clave de la economía valenciana (el calzado, el juguete, la agricultura, el turismo) cuya realidad no aflora a la superficie –a la legalidad– ni a la de tres. Lo cual permite, a la vez, ganar dinero y poner el cazo.

 

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Un pijo

(Martes 8 de junio de 2004)

Siento una pasión tan intensa por la actual campaña electoral que la noticia de prensa que me ha interesado más esta mañana ha sido la referente al paso de Venus por delante del Sol. Por cierto que, si queréis seguir el fenómeno a través de Internet, podéis utilizar los servicios de la Universidad de Barcelona (*). Yo, como estoy todavía en Aigües (**), en medio del monte y con escasa contaminación atmosférica, trataré de verlo en directo (aunque con las debidas precauciones, por supuesto.)

Así que elecciones europeas.

Me manda un mensaje electrónico mi buen amigo Gervasio Guzmán preguntándome qué voy a votar el próximo 13.

Me doy cuenta de que ni siquiera había pensado en ello.

Por lo general no voto, más que nada para no ser parte de las farsas que se montan, pero tampoco me lo tomo como una posición de principio: a veces siento que lo que se plantea es de hecho un referéndum (OTAN sí, OTAN no; González sí, González no; Aznar sí, Aznar no), y entonces, aunque sin tomarme demasiado en serio ni ponerme particularmente trascendente, me acerco por el colegio electoral, por el aquel de dejarme a mí mismo constancia del «no».

En esta ocasión, aunque la gama de candidaturas es considerable, no veo que se plantee ningún referéndum.

La composición del próximo Parlamento Europeo me deja frío. He dado un somero repaso a su actividad en la pasada legislatura y me han entrado unas ganas incontenibles de bostezar.

Tampoco me inquietan las repercusiones que la votación pueda tener sobre la política local.

No le veo ventajas a que ZP revalide su victoria. Ni a lo contrario.

¿IU? Llamazares no se merece un repunte: lo mismo se lo toma como respaldo a lo que está haciendo. (Más le valdría ir reflexionando sobre las razones por las que Anguita no quiere ni aparecer a su lado).

En cuanto a las candidaturas nacionalistas en coalición, tanto me dan: saquen lo que saquen, no me incomodará, pero tampoco contribuiré a su causa: ni soy nacionalista ni tengo ganas de prestar mi apoyo a partidos tan de orden.

«¿Has calculado bien a quién votas si no votas?», me escribe Gervasio, poniéndose filosófico.

«Si no voto, no voto. Por definición», le respondo.

Y le añado: «Si lo que pretendes decirme es que mi abstención puede tener repercusiones que no deseo, te remito al “efecto mariposa”. Lo mismo saliendo a pasear por el jardín dentro de media hora provoco la Revolución Socialista Mundial. Tú fíjate. Y yo sin saberlo.»

Todos los candidatos nos dicen, muy solemnes: «Tu voto es importante».

No les creo. Sé de sobra que mi voto importa un pijo.

 

(*) Esta es la imagen de Venus entre el Sol y la Tierra. Lo más hermoso es la materialización visual que nos proporciona de la enorme distancia a la que nos encontramos del Sol. Si Venus, que es enorme, aparece como ese minúsculo puntito...

 

 

(**) Un inciso. Siempre que alguien me pregunta si disfruto de paz en mi latifundio de Aigües, suelo responder: «El único ruido que oigo es el trinar de los pájaros». Y así es. Pero, dicho eso: ¿alguien sabe qué carajo puedo hacer para evitar que los árboles que rodean la casa se me llenen de pajarracos dispuestos a aullar de manera atronadora durante horas y más horas? He probado a ponerles la COPE. Pero ni por ésas.

 

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Reflexiones domingueras

(Lunes 7 de junio de 2004)

Primera.– Chirac, Schröder... Celebración del 60º aniversario del desembarco de Normandía. Discursos hipócritas, falsamente vibrantes. Gentuza.

Pero no toda la gentuza es igual. La gentucidad admite categorías. Hace 60 años, en Alemania estaba Hitler. En Francia, Petain. Éstos de ahora son asquerosos, pero son asquerosos de otro tipo. Yo no soy como el rey francés: hago distingos entre la canalla. Estos canallas son muy preferibles.

Lo del otro lado del Atlántico es diferente. Probablemente no tenga mucho sentido comparar a Franklin D. Roosevelt con George W. Bush pero, si pese a todo la comparación se hace, desde luego que  Bush Jr. no sale ganando.

Segunda.– Muchos documentales sobre el desembarco en televisión. En las televisiones. Por lo general, bastante bien hechos. Pero todos –casi– parten de una idea que dan por sobreentendida: los EEUU se portaron muy bien. Sólo el canal cultural franco-alemán Arte permite que se cuele una línea de interpretación diferente, defendida por un ex general del Ejército Rojo. Afirma que el gobierno de Washington sólo se decidió a intervenir en Europa cuando era evidente que la URSS iba a dar buena cuenta del III Reich en el frente oriental y se corría el riesgo de que fueran las tropas soviéticas y las resistencias locales, casi todas encabezadas por los comunistas, las que se hicieran con el control del viejo continente.

Un ex militar nazi aprovecha para ironizar sobre la preparación y el heroísmo de los soldados norteamericanos: «Tenían diez veces más material que los soldados del Ejército Rojo».

Tercera.– Ante las tumbas de los caídos, se oye el lamento de las gaitas. Tocan Amazing Grace. Es también una canción religiosa, como La muerte no es el final. Pero ¡qué diferencia! El Amazing Grace, que oí por primera vez en boca de Judy Collins allá por los años setenta, es a la vez épico e íntimo, hondamente solemne, emocionante. El himnito militar español –obra de un tal Gabarain, cuyo origen imagino– no tiene interés ni en música ni en letra. Sólo puede emocionar a gente dispuesta a emocionarse cantando «La raspa la inventó / un chico de El Escorial...»

Cuarta.– Muerto Reagan. Las crónicas le atribuyen la victoria en la Guerra Fría. Ya son ganas.

Nadie venció a la URSS. La URSS se derrotó sola.

Penúltima.– Oigo que el PNV critica a EA por haberse aliado para las elecciones europeas con Esquerra Republicana, partido que ha dado el gobierno de Cataluña al PSC-PSOE. Una crítica un tanto singular. Por dos razones. Una: el PNV llevó varias veces al PSE-PSOE al Gobierno de Euskadi. No le dio la Lehendakaritza, pero si la Vice, y parcelas fundamentales del poder autónomo. En un momento en el que el PSOE –no lo olvidemos– era el de los GAL. Y 2ª) El PNV va en la misma candidatura que el BNG, que ha pactado con el PSG-PSOE todo lo que ha podido y que si no le ha dado la Presidencia de Galicia es sólo porque no ha tenido la oportunidad, porque lo habría hecho muy a gusto.

EA, a su vez, reprocha al PNV que va con CiU, que hizo un  papelón de bochorno cuando se debatió la Ley de Partidos.

Me pregunto por qué no admiten, ambos, que en las elecciones europeas o vas con alguien o es como si no fueras.

No siempre es obligatorio criticar.

Última.– Nueva aclaración: la final de la Copa de Europa de Naciones de 1964 no se celebró en Zaragoza, como escribí ayer, sino en Chamartín, allí donde en el siglo XIX un buen francés montó un merendero llamado Chez Martin (y de ahí el nombre). O sea, en el campo que ahora llaman «Santiago Bernabéu». Lo de Zaragoza supongo que me vino a la cabeza porque Marcelino, el autor del gol de la victoria, jugaba en el Real Zaragoza.

And that’s all folks!

 

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El gol de Marcelino

(Domingo 6 de junio de 2004)

Escribí en el apunte de ayer: «La Selección Española de Fútbol no ha logrado nunca vencer en ningún campeonato internacional, excepción hecha de la victoria en los Juegos Olímpicos de Barcelona». Varios lectores se apresuraron a corregirme: la Selección Española de Fútbol se impuso en el Campeonato de Europa de Selecciones Nacionales celebrado en 1964 (en España, precisamente).

Curiosa autocensura, la de mi memoria. Porque el hecho es que no sólo conocía el dato, sino que vi en su día el partido (por televisión, claro). Si no recuerdo mal, la final se celebró en Zaragoza y el gol de la victoria frente a la selección de la URSS lo marcó Marcelino de cabeza.

La explosión de nacionalismo franquista fue espantosa. ¡«España» se impone, y nada menos que frente a «Rusia»! Se lo tomaron como si fuera la revancha de la derrota de la División Azul.

Yo tenía a la sazón 16 años, estaba ya metido en andanzas antifranquistas y, aunque no fuera ni mucho menos devoto de la URSS –simpatizaba con las posiciones internacionales de Mao Zedong y el Che Guevara, más radicales que las de Nikita Jruschov (*)–, aquella victoria de la España de Franco me sentó como una patada en la entrepierna. Maldije a «la Europa democrática» por haber aceptado que se celebrara el Campeonato en España, y a la URSS, por haber venido pese a que aún no tenía relaciones diplomáticas con el Estado franquista. Entre todos, dieron a la dictadura la posibilidad de sacar pecho.

Tiendo a suponer que un triunfo de la Selección Española en el inminente Campeonato europeo de Portugal provocaría una reacción popular menos repulsiva –y, sobre todo, menos fascista–, pero me consta que todas las celebraciones nacionalistas –y ésa lo sería, y cómo– son básicamente desagradables. Para quienes se malicien que digo eso pensando únicamente en los demás, les invito a que consulten lo que escribí el año pasado a pocas horas del partido en el que el equipo de mi ciudad, la Real Sociedad, podía quedar a un paso de ganar la Liga: preferí que perdiera (**).  Porque Donostia se habría puesto insufrible. Y no por un día, ni por dos, sino durante meses y más meses.

Aparte de eso, me barrunto que una victoria de la Selección Española de Fútbol en Lisboa tendría consecuencias francamente negativas para la coyuntura política local. Afortunadamente –y a la vista de la excelencia del juego de los encargados de la faena–, no creo que ese peligro teórico vaya a materializarse.

 

(*) Que por entonces aquí se escribía Kruchev. Los periodistas españoles de la época veían que los franceses y los ingleses escribían el apellido del premier soviético con KH y, como no sabían que ése es el modo en que se transcribe la J en los idiomas que carecen de ese sonido, lo ponían con K, quitándole la H (pensarían que para qué incluirla, si en castellano no se pronuncia).

Ni el ruso ni lo ruso han sido nunca el fuerte de la prensa española. Hace años repasé por pura curiosidad los periódicos de Madrid de 1917, para ver cómo contaron la Revolución de Octubre. Por supuesto que no se aclararon de nada (de nada de nada, literalmente), pero las pifias más graciosas eran las lingüísticas. Había que leer, por ejemplo, sus descripciones sobre los actos de «los mayoritarios» y «los minoritarios». Hablaban, claro, de los bolcheviques y los mencheviques, pero no tenían ni idea del verdadero origen de esas denominaciones (que procedían del Congreso de Londres del Partido Obrero Social-Demócrata de Rusia, celebrado en 1902) y cada cual las atribuía alegremente a lo que le daba la gana.

(**) http://www.javierortiz.net/jortiz1/diario2003/24.2003.html

 

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Selecciones nacionales

(Sábado 5 de junio de 2004)

No conduce a nada empeñarse en tratar de manera racional lo que es esencialmente irracional.

Hace unos días pretendí en una tertulia radiofónica rebajar la importancia de la polémica sobre las selecciones deportivas argumentando que no representan a los países, sino a las federaciones que encuadran a los deportistas. Que, por ejemplo, la llamada «Selección Española» no va a ir ahora a Portugal en nombre de «España», sino de la Federación Española de Fútbol, que es una entidad de tipo privado.

Logré la unanimidad: nadie me hizo ni caso.

Lo cual quiere decir que no tenía razón. Porque poco importa lo que las selecciones sean o dejen de ser en rigor –en rigor jurídico–, si el personal las ve como abanderadas de los países.

Según he podido comprobar, las actitudes hacia la Selección Española de Fútbol que cabe encontrar por estos pagos se agrupan en tres géneros básicos. El primero lo forman aquellos que desean –con más o menos fervor, con más o menos flema– que los chicos de Iñaki Sáez venzan en los partidos que jueguen. El segundo género lo integran aquellas personas a las que el asunto les trae sin cuidado, porque el fútbol no les interesa. Y el tercero, el de quienes desean –también con más o menos pasión– que la Selección pierda.

Este último grupo admite subdivisiones. Hay quienes desean que salga derrotada porque, siendo nacionalistas catalanes, vascos, gallegos o de donde sea, consideran «la España común» como una imposición, con lo cual disfrutan de sus derrotas (por delegación, como quien dice). Y los hay que, temerosos de todos los fervores nacionales, prefieren que pierda para no verse en el trance de soportar la explosión de nacionalismo español que se produciría en el caso de que venciera (*).

Los futboleros nacionalistas periféricos reclaman el derecho a tener sus propias selecciones de fútbol. Pero Madrid no les deja. Tampoco el Madrid de Zapatero y sus Rubalcabas. Y no les deja porque, se vista la mona con la seda que le venga en gana, sigue siendo mona: esa gente no está dispuesta a renunciar a una España Una, así la tenga que lograr a capones.

Algunos tratan de disfrazarlo. Los unos dicen que prefieren que «España» mantenga una única selección nacional «no por nada, sino para contar con un equipo más competitivo». ¡Y pretenden que ése no es un punto de vista nacionalista español! Para dejarlos en evidencia basta con preguntarles frente a quién desean ser más competitivos, y por qué no defienden, conforme a ese mismo criterio, que exista una Selección Latina, que agrupe a Italia, Francia, Portugal y España –y a Rumania, si se tercia– para acudir con todavía más fuerza a las competiciones continentales, y por qué no exigen que a los Campeonatos del Mundo se presente una Selección Europea, que para eso tenemos una Unión.

También tienen su punto los que dicen que ellos no tendrían «mayor inconveniente» en que hubiera selecciones nacionales de Cataluña, Euskadi y Galicia, pero que eso, al menos en el caso del fútbol, «no es posible», porque no podrían competir en los mismos campeonatos en los que ya compite España. Y lo ilustran con su ejemplo favorito: a los campeonatos internacionales de fútbol acuden Gales, Escocia, Inglaterra e Irlanda del Norte porque no acude ninguna selección que represente a la totalidad del Reino Unido. Es una excusa tonta, porque a las competiciones internacionales de fútbol también acude la Selección de las Islas Feroe, cuyos habitantes decidieron en 1948 constituirse en «comunidad autónoma dentro del Reino de Dinamarca», y en ésas siguen, y su presencia no quita para que en los mismos campeonatos participe también Dinamarca como tal. Para resolver ese problema, bastaría con hacer como están haciendo en estos momentos los futbolistas de Navarra: el que quiere (y es seleccionado) participa en la Selección de Euskadi, y el que prefiere optar por la Selección de Navarra, para Navarra se queda. Podría haber una Selección de España que integrara a los futbolistas  que prefirieran competir en ese ámbito, y selecciones autónomas formadas con los jugadores que optaran por defender los colores de su comunidad y sólo ésos. Lo cual, dicho sea de paso, plantearía una situación que valdría la pena: a ver cómo se las arreglaría para salvar la cara más de un pesetero (perdón, eurotero).

O sea, que en el fondo nadie está hablando de fútbol, sino de lo de siempre. Salvo el PSOE, que prefiere hacer como que no habla de nada.

 

(*) Esto último es más bien una deducción, porque la Selección Española de Fútbol no ha logrado nunca vencer en ningún campeonato internacional, excepción hecha de la victoria en los Juegos Olímpicos de Barcelona, que prácticamente no cuenta, porque es un trofeo muy menor, que apenas goza de prestigio en la afición intercontinental. Con lo que no sabemos la que podría montarse en el supuesto de que obtuviera un Campeonato de Europa, y no digamos Mundial. Cabe imaginarlo, eso sí.

 

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Al filo de lo insufrible

(Viernes 4 de junio de 2004)

Los del programa de TVE Al filo de lo imposible se preparan para hacer una nueva proeza de ésas que hacen ellos, que son todas tremendamente arriesgadas y muy meritorias, por más que algunos no siempre logremos verles el chiste e incluso nos parezcan a veces francamente temerarias. No gratuitamente temerarias, desde luego –hay mucho dinero de por medio–, pero temerarias, al fin y a la postre.

Esta vez, según oí ayer en la radio, van a escalar varias cimas del Himalaya, alguna por su cara más abrupta. Pero lo que me llamó más la atención –y lo que motiva este comentario– no es eso, sino que dijeran que, cuando alcancen la cumbre de una montaña tremenda (el K-2, me pareció entender: la segunda en altura y la primera en peligro del mundo), van a clavar allí una bandera con el nombre de «todos los héroes caídos en los atentados del 11-M en Madrid».

Fue eso lo que me cabreó.

Porque la verdad es que estoy ya más que harto.

Ha logrado hartarme, para empezar, la contumacia con la que los unos y los otros se refieren a los fallecidos en los atentados del 11-M calificándolos de «héroes». Tú te levantas una mañana, te tomas tu café, sales de casa para ir a tu trabajo o a tu centro de estudios, coges el tren de cercanías... y zas, estalla una bomba y pierdes la vida. ¿Eres una víctima? Como la copa de un pino. ¿Lo que te han hecho es una barbaridad, un crimen intolerable? De todas todas. ¿Eres un héroe? Pues no. Un héroe (y que conste que no tengo una opinión invariablemente positiva sobre todos los héroes, ni mucho menos) es alguien que arriesga su seguridad o incluso su vida en defensa de alguien o de algo, material o inmaterial. Los viajeros de los trenes de cercanías de Madrid no arriesgaron el 11-M nada por su propia voluntad. Nadie les dio esa opción.

¿Qué sentido tiene presentar como héroes a quienes no lo son? Me parece evidente que están intentando fabricar con las víctimas del 11-M algún tipo de épica, en plan «caídos por la Patria».

Que no cuenten conmigo para esa inicua utilización política del drama, ofensiva tanto para la inteligencia de los vivos como para la memoria de los muertos.

España padece una inflación de tributos a los muertos el 11-M. Están en todo. A todas horas. No hay inauguración, acto oficial o pregón de fiestas que no se inicie con una referencia al 11-M. Casi tres meses después de los hechos, se siguen guardando minutos de silencio en todas partes y con cualquier motivo. ¿Que empieza un concierto más o menos musical en las fiestas de San Isidro? «¡No estamos todos, faltan 200!», corea un gentío que ni recuerda la cifra exacta de las víctimas ni se plantea lo absurdo que es suponer que hubieran asistido a ese bailongo en el caso de que estuvieran en vida. ¿Que se corona la cima de una alta montaña? Bandera con el nombre de las víctimas.

Veo otro recorte: «Carrera de policías y bomberos en homenaje a las víctimas del 11-M». Es todo así.

No creo en la sinceridad de tanta contrición. Sobre todo cuando muchas veces la protagonizan personas que han dado muestra sobrada de su gélida insensibilidad al padecimiento de otros semejantes, en Madrid y en todas partes.

Me juego lo que sea a que habrá sentidos homenajes y solemnes minutos de silencio mientras las cámaras de la televisión continúen dando amplia cuenta de ellos. Ni un día más.

 

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