Apuntes del natural
[Del 7 al 13 de mayo de
2004]
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Más de lo mismo
(Jueves 13 de mayo de 2004)
Ronda
intensiva de encuentros políticos en Bilbao: Josu Jon Imaz, Jesús
Eguiguren, Arnaldo Otegi (acompañado de Joseba Permach) y Juan José Ibarretxe. Interesantes, en
general, aunque no me sea posible entrar en el detalle, al tratarse de
conversaciones sometidas a las restricciones del off the record.
No traiciono ningún secreto, de todos
modos, si afirmo que en Euskadi se ha generalizado la idea de que la victoria
electoral del PSOE inaugura un nuevo tiempo político en el que puede
desatascarse más de un asunto bloqueado desde hace años. Es tan general ese
sentimiento que puede afirmarse que abarca incluso al PP. (Sólo que a los populares vascos –sumidos en una crisis
importante, con la proyectada marcha de Mayor Oreja e Iturgaiz a Estrasburgo–
les parece mal.)
Acabados los encuentros y dedicado un rato
a oír la radio y consultar las novedades por Internet, informo a los presentes
del clima de camaradería que ha reinado en la reunión de los dos partidos del
Pacto Antiterrorista y de la decisión del PSOE, anunciada por Pérez Rubalcaba,
de instar a los tribunales a declarar
ilegal la candidatura al Parlamento Europeo discretamente auspiciada por Otegi
y los suyos, Herritarren Zerrenda (HZ). La candidatura en cuestión ya ha pasado
el primer filtro de la Junta
Electoral Central, al no haber apreciado ésta que incurra en ningún defecto de
forma. El lunes se abrirá el plazo para que cada candidatura pueda recurrir la
presencia de las otras, y será entonces cuando el PSOE y el PP pondrán en
marcha su demanda.
Por lo que llevaba oído a lo largo del día,
la poca beligerancia demostrada hasta ayer por el PSOE en ese asunto se tomaba
como un signo del «nuevo clima». Sozialista Abertzaleak (o HB, o EH, o como se
quiera) había hecho un esfuerzo muy especial para facilitar las cosas al nuevo
Gobierno: ninguna de las personas que figuran en la candidatura de HZ había
aparecido nunca en ninguna lista electoral de la izquierda abertzale y, además,
los dirigentes de Sozialista Abertzaleak habían puesto mucho cuidado en no
aparecer públicamente como patrocinadores de la iniciativa (es más: últimamente
apenas aparecen en público, ni para eso ni para nada). Bastantes daban por
hecho que, no habiendo de por medio ningún desafío, el PSOE podría escudarse en
la corrección formal de la propuesta para no recurrirla. Ya vemos que no.
A decir verdad, así como en otros terrenos
Zapatero ha dado ciertas pruebas de voluntad de cambio, en el caso de Euskadi
no ha tomado ni una sola iniciativa pública que indique su deseo de emprender
un nuevo camino. Algunos hechos a modo de muestra: el PNV fue el partido al que
trató peor en la sesión de investidura (llegó a reclamarle que rectifique sus
posiciones como condición... ¡para tener relaciones normalizadas!), ha colocado
a Ibarretxe en el último lugar de sus encuentros con presidentes autonómicos
(aunque su puesto en el protocolo sea el primero, por haber sido la vasca la comunidad
que presentó en las Cortes su proyecto de Estatuto antes que ninguna otra), ha
ratificado el Pacto Antiterrorista en todos sus extremos (por más que el 11-M
daba razón más que suficiente para dejarlo en suspenso alegando que hay que
actualizar su contenido)... y ahora vuelve a colgarse del brazo del PP para
negar de nuevo a una parte de la sociedad vasca su derecho a tener
representación política, en este caso en el Parlamento Europeo. La lista no
tiene el menor ánimo exhaustivo: podría citar bastantes más hechos, incluyendo
alguna mentira descarada que sólo puede tomarse como gesto de hostilidad.
Tratándose de Euskadi, resulta inevitable decir que con Rodríguez Zapatero
estamos teniendo más de lo mismo.
–Tiene que cubrirse las espaldas para que
el PP no le pueda acusar de estar cediendo –me dice un reputado comentarista
político.
–Sería así –le respondo– si estuviera
haciendo algo en relación a Euskadi que pudiera desatar las iras del PP. Pero
no hay tal. La nada no necesita protección. Y ése es el asunto: que de momento
no ha aportado nada de nuevo en ese capítulo.
En estas últimas horas que he pasado en
Bilbao, he oído a demasiada gente emplear la misma expresión: «Ahora o nunca».
No me me gusta. Si la elección fuera realmente ésa, habría demasiadas
probabilidades de que se quedara en nunca.
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El listo que biene
(Miércoles 12 de mayo de 2004)
Viajé ayer a Bilbao para tener una ronda de conversaciones políticas.
De camino, paré en Lerma a comer (cordero,
por supuesto).
Entré en un bar y me topé con un letrero en
la pared que decía: «Hace un día estupendo. Seguro que hay un listo que biene a
joderlo».
Sonreí y le comenté al camarero:
–El «listo» es el que dice que en el
letrero hay una falta de ortografía, ¿verdad?
–¿Perdón? –me respondió.
–Digo que la gracia estará en la falta de
ortografía, supongo.
–¡Ah! ¿Qué falta?
–Que pone «biene», con be.
–¿Y?
–Jodé, que es con uve.
–¿Con uve?
Le miré con intriga.
–El letrero no lo colocó usted, ¿no?
–Sí, lo coloqué yo. ¿Por qué?
Abandoné la conversación. Me había dado
cuenta de que, efectivamente, yo era el listo.
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La foto
(Martes 11 de mayo de 2004)
La ha publicado The New Yorker y es una de las fotografías que más escándalo han
causado en los EEUU.
Me pregunto por las razones de ese
escándalo.
Descarto que la opinión pública
estadounidense creyera hasta ahora que sus soldados estaban proporcionando un
trato educado y cortés a los prisioneros iraquíes. En los últimos meses, sus
medios de comunicación han recogido el debate jurídico provocado por la
instalación en Guantánamo de un campo de internamiento de prisioneros, llevados
allí tras la guerra de Afganistán con la exclusiva finalidad de privarlos de
todo tipo de derechos. Supongo que los ciudadanos de los EEUU no pensarían que
se les privó de derechos para tratarlos con más consideración. Quienes de entre
ellos se hayan tomado luego el trabajo de informarse algo más se habrán
enterado de que los militares encargados de interrogar a los detenidos en
Guantánamo –y fuera de territorio estadounidense, en general– utilizan un
manual que instruye sobre la aplicación precisa de hasta veinte técnicas de
tortura autorizadas de forma expresa por el Pentágono, aunque totalmente
contrarias a las leyes internacionales.
A decir verdad, las Fuerzas Armadas de los
EEUU no se han distinguido nunca por la limpieza de los métodos de los que se
sirven en tierra, mar y aire, y sus ciudadanos lo saben de sobra, aunque no
hayan estudiado mucha Historia. Su poderosa industria cinematográfica les
proporciona todos los años una abundante dosis de exaltación de los métodos más
expeditivos, tanto militares como policiales, utilizados por tipos imbuidos de
un gran sentido de la Justicia –que no de la Ley– para la consecución de fines
supuestamente muy nobles y patrióticos.
No les hace falta mucha imaginación para
suponer que, si ésa es la ideología dominante en su país, la práctica dominante
no puede irle demasiado a la zaga.
Entonces, ¿qué es lo que está
escandalizando tanto ahora mismo a la opinión pública de EEUU?
Habrá de todo, claro está –son muchísimos
millones de personas–, pero me temo que lo que más esté molestando a muchos
sea... verlo. Que les hayan colocado físicamente ante la realidad de aquello a
lo que nunca se opondrían si pasara a oscuras. Si no se lo pusieran delante de
las narices.
Tampoco me extrañaría que otra parte de la
reacción de desagrado provenga de
personas que se sienten mal viendo a mujeres haciendo cosas tan «de
hombres». El machismo es muy suyo.
En fin, tratándose de ese país, hasta puede
haber quien haya puesto el grito en el cielo porque el Ejército autorice a
fumar mientras se tortura.
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¿Intolerable?
(Lunes 10 de mayo de 2004)
Los dirigentes políticos de los Estados y
del Reino Unidos se ponen muy serios ante las cámaras de la televisión y
afirman que las torturas que sus soldados han practicado a presos iraquíes son
«intolerables». Pero El País informa
hoy de que las tropas norteamericanas en Guantánamo cuentan con un manual de
interrogatorios que les ilustra sobre el uso de determinados métodos de
«intimidación» que representan, de hecho, otras tantas formas de tortura.
Otrosí, he oído en la radio que el primer soldado estadounidense que será
juzgado por infligir torturas a presos iraquíes, Jeremy Sivits, afrontará una
petición fiscal de un año de cárcel.
A modo ilustrativo, recordaré que el Código
Penal español prevé un doble castigo para los servidores públicos que sean
hallados culpables de hechos semejantes a los que se reprocha a Sivits. Dicta
que sean condenados, en primer lugar, a la pena que corresponda por las
lesiones o daños causados al detenido o detenidos y que, además, se les imponga
un castigo de entre dos y seis años de cárcel, según los casos, por el delito
específico de tortura. Es cierto que en España los funcionarios públicos
acusados de delitos de tortura rara vez son juzgados, que cuando son juzgados
casi nunca son condenados y que, cuando por muy excepcional circunstancia
resultan condenados, nunca entran en la cárcel, pero por lo menos sobre el
papel aquí se hace como si la tortura con lesiones fuera un delito grave. Si ya
de entrada las autoridades judiciales de EEUU tratan las torturas a los
prisioneros como delitos menores, ¿cómo quieren que se crea nadie que
consideran «intolerable» que se hayan producido? No digamos ya si instruyen a
sus soldados sobre cómo obligar a declarar a los prisioneros sirviéndose de
métodos de intimidación catalogados como torturas en las leyes internacionales.
Bush y Blair han pedido «perdón» a los
iraquíes por el comportamiento de «algunos» de sus soldados. Trasladan los
trucos de su religión a la vida pública. No se trata de pedir perdón sino, de
un lado, de destituir a los responsables políticos y de castigar severamente a
los autores materiales y, de otro, de tomar las medidas necesarias para que
algo así no pueda volver a suceder. Y de eso, como se ve, todavía no han hecho
prácticamente nada.
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Visca el València
(Apunte perfectamente prescindible para quienes no se
interesen por el fútbol)
El chiste proviene de una
madridista con sentido del humor.
Cuenta que entra un chaval en una tienda de
objetos deportivos:
–Quiero una camiseta del Real Madrid –dice.
Y el dependiente, sonriente, le responde:
–¡Muy bien! ¿De qué la quieres: de jugador,
de portero o de árbitro?
Este fin de semana, metido en viajes y
actividades sociales, no he podido ver ningún partido, así que hablo de oídas,
pero dicen que al Real Madrid le volvieron a conceder un penalti rarito, pese a lo cual perdió. (Bueno,
pero por lo menos lo marcó, no como mi Real
Sociedad, que le pueden regalar media docena de penaltis y como si nada. Ayer
no logró ganar ni siquiera cuando el equipo contrario se quedó con ocho
jugadores.)
Las gentes del Valencia se han quejado
mucho esta temporada de los regalos arbitrales
al Real Madrid, unos directos, otros por contrario interpuesto, pero el caso es
que faltan dos jornadas y ya se han hecho con el título de la Liga. Porque el
fútbol es un juego en el que los caprichos del azar tienen no poco que ver, y
los árbitros cometen muchos errores, a veces influidos por el peso mediático del club beneficiado, y hay
circustancias psicológicas y ambientales (e incluso medioambientales, como el
Valencia pudo comprobar en Montjuïc) que se meten extrañamente de por medio...
pero, a lo largo de todo un año, la regularidad del juego bien organizado
tiende a resultar decisiva. Si el Real Madrid hubiera estado en la segunda
vuelta a la altura de la primera, y si el F.C. Barcelona hubiera estado en la
primera a la altura de la segunda, probablemente se habrían disputado el título
entre ambos. Pero ninguno de los dos ha mostrado la necesaria regularidad, y el
Valencia sí.
Sin pretender dármelas de experto en fútbol
(con ése al que llaman «el sabio de Hortaleza» hay ya de sobra), me parece
obvio que este curso liguero ha permitido constatar la fragilidad de la
política de fichajes de algunos grandes clubes, que se dejan lo esencial de su
presupuesto en hacerse con los servicios de algunos eminentísimos jugadores,
pero no logran una plantilla equilibrada. Y cuando los eminentísimos jugadores
están en racha pueden compensar los agujeros que dejan sus compañeros menos
sobresalientes, pero cuando entran en una fase de mal juego, es el edificio
entero el que se tambalea.
Claro que todo depende de los objetivos que
se marque cada cual. Si de lo que se trata es, por encima de cualquier cosa, de
hacerse con los servicios de jugadores que den de qué hablar (y de qué escribir)
durante jornadas y más jornadas a la prensa especializada, que puedan
encandilar a los niños y admirar por su porte a los (y las) mayores, cuyos
ligues y rupturas den materia para alimentar el resto de las publicaciones y
los programas televisivos y radiofónicos, incluyendo los llamados rosas, y si el fin esencial perseguido
es el de rentabilizar al máximo todo ese mejunje con una feroz utilización de
los derechos de imagen de los jugadores y el marchandaisin correspondiente...
entonces es harto posible que hayan hecho lo correcto, aunque no logren
finalmente ni un puñetero título.
Digamos que, vistas así las cosas, los
títulos son secundarios. Si caen, mejor, pero si no, tampoco es tan grave. A
fin de cuentas, el segundo –e incluso el tercero, según cómo vayan dadas–
también juega la Champions, que es lo
que importa. Porque es lo que da más dinero. (Y vuelta a empezar.)
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Otra vez Chechenia
(Domingo 9 de mayo de 2004)
Había empezado a escribir sobre la derrota
de Arzalluz en la Asamblea de Bizkaia del PNV y sobre los conflictos internos
del partido mayoritario de Euskadi, que amenazan con ir a más, cuando la radio
ha dado las primeras informaciones sobre el atentado que se ha producido en el
estadio Dinamo de Grozni, en el que han muerto, entre otros, el presidente
pro-ruso de Chechenia, Ajamad Kadírov, y el jefe de las fuerzas militares rusas
en el Cáucaso Norte, Valeri Baránov.
Dejo los líos de Euskadi para otro día. (Aunque
sólo a medias, como se verá en seguida.)
La muerte de sus dos principales piezas en
Grozni supone un grave revés para los planes de Putin en la zona, pero tiene un
valor simbólico aún mayor, en la medida en que evidencia ante la opinión
pública mundial el fracaso del intento de resolver el conflicto de
Chechenia-Ychkeria por la vía de la represión.
Putin se presentó ante el electorado ruso y
ante las grandes potencias mundiales como el líder que, desdeñando «la
debilidad» y «el entreguismo» de sus antecesores, iba a meter en cintura a los
terroristas chechenos y a dejar bien sentada la autoridad de la nueva Rusia. Su
aversión por las soluciones negociadas fue muy aplaudida por algunos dirigentes
occidentales, que prefirieron hacer como que no se enteraban de las
masivas violaciones de los Derechos
Humanos que esa opción entrañaba, por mucho que fueran denunciadas una y otra
vez por los organismos internacionales competentes.
Huelga decir que esos dirigentes
occidentales, con el trío de las Azores en cabeza, no prestaron su apoyo a
Putin porque compartieran su visión de la vía que debe seguirse para pacificar
el Cáucaso Norte –un asunto sobre el que
probablemente lo ignoran casi todo–, sino porque ellos mismos preconizaban «soluciones»
semejantes para otros conflictos.
El atentado de hoy demuestra que Chechenia
sigue en las mismas y que Putin ha sacrificado la vida de miles de chechenos y
de rusos para nada.
Me pregunto cuántas veces la amarga
experiencia deberá demostrar que la famosa «calle de en medio» es la mejor vía
para no ir a ninguna parte.
Excluidos los cementerios, claro.
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Dios
(Sábado 8 de mayo de 2004)
Ahora, cuando me acuerdo de la llamada
«prueba ontológica de la existencia de Dios» ya no me da la risa. En mis
tiempos de bachiller, en la época en la que me explicaron eso –en el supuesto
de que me lo explicaran bien–, me pareció un sofisma de mil pares. Con la
petulancia propia de la juventud, me negué a admitir la posibilidad de que la
culpa de mi descreimiento la tuviera yo, por ser incapaz de abarcar la idea de Dios en tanto que ser
infinitamente perfecto.
Leo ahora sobre cómo el virus Sasser puede
instalarse en los sistemas operativos de millones de ordenadores a lo largo y
ancho del mundo para adueñarse de ellos y ponerlos a su servicio en el futuro,
y lo confieso: soy totalmente incapaz de abarcar la idea.
Compruebo cómo a través de una línea
telefónica y por un sistema de transmisión binaria (es decir, de diversas
combinaciones de dos dígitos) llegan a mi ordenador imágenes y músicas de
increíble nitidez y perfección... y lo mismo: me confieso incapaz de
entenderlo.
Si aplicara a decenas y decenas de ingenios
de nuestros días el mismo principio que me llevó a desdeñar presuntuosamente la
construcción mental de San Anselmo, me vería obligado a no creer en hechos cuya
existencia es innegable, por mucho que yo no los comprenda.
En realidad, se me hace más sencillo creer
en la existencia de Dios que en la de algunas tecnologías de las que me sirvo a
diario. La idea de Dios me resulta muchísimo más abarcable. A fin de cuentas,
lo absoluto no tiene matices. Una vez que lo aceptas, todo se vuelve simple. En
cambio, para alguien de mi (falta de) formación, tratar de entender el modo en
que funciona una línea RDSI, por ejemplo, es empresa imposible.
La idea de Dios es humana. Está hecha a la
medida de las mentes humanas.
Aunque quizá ésa sea la prueba definitiva
de que Dios no existe. Nada que en el fondo es tan humano podría ser
verdaderamente divino.
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Carpe diem, carpe
horam
(Viernes 7 de mayo de 2004)
Hay días en los que me pongo trascendente y
me da por pensar en lo intrascedente que soy. En lo perecedero, quiero decir.
No acaba de gustarme, claro.
No me ha gustado nunca. Recuerdo la primera
vez que me dio por pensar que llegaría un mal día en el que desaparecería del
planeta y me volvería nada. Acababan de matar a Lee Harvey Oswald, yo tenía 16
años y estaba sentado en una butaca del comedor de la casa de mis padres. Casi
me veo.
Me entró mucha angustia.
Ahora, cuarenta años después, ese
pensamiento me produce más extrañeza que angustia. Me pregunto cómo puede ser
que demos tanta importancia a todo. ¿Por mero instinto de supervivencia? Es
curioso que tengamos tan arraigado un instinto tan destinado al fracaso. La
vida no es más que un esfuerzo constante por aguantar otro poco.
Por regla general, estos pensamientos se me
disipan a la misma velocidad con que me vienen. Pero no se marchan sin dejar un
cierto poso: cada vez tengo menos interés en las supuestas glorias inmortales y
disfruto con más ganas de cada pequeño gozo del presente, efímero como yo
mismo.
Ah, el progreso: tantos siglos más tarde,
me inclino ante la sabiduría del viejo Horacio, que tan bien cantó las virtudes
del hedonismo sujeto al control de la razón.
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