Apuntes del natural
[Del 30 de abril al 6 de
mayo de 2004]
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Islamismo vigilado
(Jueves 6 de mayo de 2004)
Avanzo que mi ignorancia sobre cómo
funciona la comunidad islámica en España es enorme, pero me da que la idea de
establecer una especie de control sobre los sermones que se pronuncien en las
mezquitas es no sólo dudosamente constitucional sino también, con toda
probabilidad, poco práctica. O el recién estrenado ministro del Interior se ha
dejado llevar por su fervor ordenancista o ha sentido la necesidad de que la
opinión pública crea que tiene nuevas propuestas para combatir el terrorismo,
aunque estén traídas por los pelos.
Dudo de que las vías de reclutamiento de
las que se sirven los terroristas tipo Al
Qaeda en España pasen por el adoctrinamiento en las mezquitas. Del mismo
modo –digo, por poner un ejemplo– que el IRA irlandés no captaba a sus
militantes los domingos a la salida de la misa mayor. Una cosa es que algunos
curas católicos alimentaran la llama republicana y otra que se encargaran de
organizar comandos. Hay que suponer que también los terroristas islámicos
recurren a medios de proselitismo algo más discretos.
¿O no? De creer la versión oficial sobre la
matanza de Madrid, esa gente funciona con normas de seguridad interna muy
rudimentarias, prácticamente inexistentes. Un grupo como el que ha sido acusado
de la autoría de la matanza del 11-M tiene que ser muy fácil de controlar, e
incluso de infiltrar (no digamos para unos servicios policiales con amplia
experiencia en la introducción de topos en
organizaciones realmente avezadas en las técnicas de la clandestinidad, como
ETA).
Hay ahí una extraña contradicción. Es
incomprensible que una gente que actuaba de un modo tan imprudente, por no
decir transparente, que iba dejando por todas partes rastro de lo que hacía,
que integraba a hamponcillos, gente requetefichada y confidentes, pudiera montar semejante tinglado sin que la
Policía se enterara de nada. Pero aún más difícil de entender es que esa misma
Policía que ni había olido lo que se preparaba, pese a su abracadabrante
chapucería, pudiera luego desmontar toda la trama en el plazo de pocas horas,
una vez producida la masacre.
Si el señor ministro me permitiera un
consejo, yo le sugeriría que se olvidara de hacer la exégesis de los sermones
que se oyen en las mezquitas y que invirtiera sus esfuerzos en averiguar qué
tiene dentro de su propio Ministerio. O lo que hay en las dependencias de sus
vecinos.
Seguro que acabaría sabiendo más. Y
evitando más.
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No hay gracias que
dar
(Miércoles 5 de mayo de 2004)
José María Aznar se empeña en plantear las
relaciones con los EEUU, en general, y la actitud hacia la política exterior de
George W. Bush, en particular, en el terreno de la consideración histórica.
«Hoy muchos aborrecen a aquellos que les liberaron no de una, sino de dos
tiranías», dijo el lunes en la presentación del libro Ocho años de Gobierno.
Convendrá empezar por precisar que el equipo
de George Bush Jr. no ha liberado a nadie de nada, así sea por meras razones de
edad. Del mismo modo que a nadie cabe reprochar los crímenes cometidos por sus
mayores –los alemanes de hoy no son culpables de la existencia del III Reich,
por ejemplo–, tampoco es lícito atribuirles los eventuales méritos adquiridos
por sus ancestros.
La superficialidad de la lógica de los
agradecimientos históricos que pretende aplicar Aznar queda rápidamente de
manifiesto si se examina con alguna atención los propios hechos históricos en
que se apoya.
Detengámonos en la derrota del nazismo. El
régimen expansionista de Hitler se hundió como resultado de dos ofensivas
militares combinadas: la del frente occidental, en la que las tropas
norteamericanas tuvieron sin duda un papel clave, y la del frente del Este, que
corrió en lo esencial a cargo del Ejército Rojo. ¿Habremos de considerar
desagradecidos a los polacos, los rumanos, los ex yugoslavos, los búlgaros, los
checos, los eslovacos y la mitad de los alemanes, entre otros, por haberse
vuelto con el tiempo en contra sus libertadores soviéticos?
Se me replicará que lo hicieron
respondiendo a hechos posteriores. Y yo reconoceré que así es. De la misma
manera que otros han criticado más tarde a los EEUU respondiendo también a
hechos posteriores.
Muchos europeos tuvieron en los años
inmediatamente posteriores a la II Guerra Mundial serios motivos para odiar a
los gobernantes norteamericanos e ingleses, que en las conferencias de Yalta y
de Postdam se repartieron con Stalin el Viejo Continente en áreas de
influencia, burlándose no sólo del derecho de autodeterminación y la soberanía
de los pueblos, sino también de su derecho a la libertad. ¿Qué agradecimiento
cabe exigirles?
Pongámonos en el caso de España. Hoy en día
está perfectamente establecido –por documentos desclasificados del propio Pentágono– que los EEUU y el Reino Unido
no sólo se negaron en los años cuarenta a provocar la caída del general Franco,
sino que le ayudaron a mantenerse. En muy diversos terrenos. Incluso
boicotearon las conspiraciones que tomaron cierto cuerpo dentro del propio
Ejército español y que apuntaban al derrocamiento del Generalísimo. No son especulaciones, sino hechos probados.
Washington y Londres consideraron que el papel de la dictadura franquista en
este extremo de Europa les resultaba conveniente y, en función de ello, dieron
por bueno que nuestro pueblo padeciera casi cuatro décadas de tiranía. ¿De qué
necesario agradecimiento habla Aznar?
Los EEUU no han ayudado al pueblo español a
librarse ni de dos tiranías, ni de una, ni de media. Más bien todo lo
contrario.
Pero vuelvo al comienzo: la Historia ni
impide nada ni obliga a nada. Las alianzas del tiempo actual deben ser
establecidas con criterios del momento presente. Y ahí está la cosa: que había
que oponerse a la Guerra de Irak por razones de ahora mismo, con independencia
de los agradecimientos o los agravios históricos que cada cual deba o guarde. Y
de los que Aznar parece saber tan poco.
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Autocrítica
(Martes 4 de mayo de 2004)
Entra dentro de lo posible que haya en ello
algo de malsano, pero lo cierto es que me encanta la autocrítica. Cuando meto
el cuezo y alguien me lo hace ver con el rigor necesario –dicho sea en todos
los sentidos posibles del término– me entra un inmediato deseo de comunicárselo
a todos aquellos que fueron víctimas de mi metedura de pata.
Soy perfeccionista, pero eso sólo prueba
una actitud, no una aptitud. De hecho, creo que tengo una idea relativamente
precisa de mis limitaciones (que son muchas más y mucho más amplias de lo que
me gustaría, como es lógico), aunque tampoco me apunto a esa chorrada que
suelen soltar algunos falsos modestos: «Soy mi más severo crítico». Qué va. Me
trato con bastante benevolencia.
Lo que sí es cierto es que tanto más tiempo
pasa, tantas más ganas me entran de reírme de mí mismo.
Suelto este rollo porque el otro día
castigué al personal con un mitin sobre lo inadecuado que es llamar «Chequia» a
la República Checa y varios lectores me han mandado correos señalando que mi
perorata sobre los peligros que presenta la ampliación de la UE puede tener su
fundamento, pero no así mi enfado por el uso del término «Chequia», que es
correcto.
Copio lo escrito por uno de ellos (cuyo
nombre no incluyo, por razones de discreción) que me parece harto contundente:
« Hola,
Javier:
»Antes
que nada, [quiero] comentarte que estoy de acuerdo con lo que planteas en tu
apunte de hoy. Sin embargo, con la mejor de las intenciones, me veo en la
obligación de discrepar de tí en cuanto a la utilización del nombre
"Chequia" para referirse a la República Checa. No te escribo desde la
ignorancia total, dado que pertenezco al 40% que se ha enterado de que la UE
tiene ahora 25 miembros, y al 5% que conoce cuáles son. Sin embargo, pertenezco
al grupo, no sé si muy o poco numeroso, que utiliza indistintamente las
expresiones Chequia y República Checa.
»El
argumento que voy a emplear es muy sencillo: uno es el nombre coloquial y el otro
el nombre oficial. El nombre oficial de Francia es República Francesa, pero
éste se reserva sólo para el tratamiento institucional, empleándose
cotidianamente el de Francia. Puedes consultar el libro de estilo institucional
de la Unión Europea (http://publications.eu.int/code/es/es-370101.htm),
en el que se incluye la forma de denominar a los Estados, y en el que consta
Chequia como nombre usual y República Checa como nombre oficial.
»Es más,
las propias instituciones checas utilizan en ocasiones la denominación Chequia
en castellano (desconozco si en inglés o en otros idiomas hay un nombre
equivalente). Así, por ejemplo, en la página web de la Embajada checa en Perú.
»Tu
argumento sobre la República Dominicana, Sudafricana y Centroafricana también
es desmontable: la Sudafricana se denomina habitualmente Sudáfrica (aunque no
Sudafriquia), la Dominicana no puede llamarse Dominica, porque ya existe un
estado con esa denominación, y la Centroafricana es denominada en ocasiones
Centroáfrica (yo a veces lo hago, aunque poco, por la confusión con el término
geográfico África Central.)
»Con
esto no intento convencerte de que uses uno u otro término (hace tiempo que he
desistido de intentar convencer a la gente o cambiar sus convicciones), pero
por lo menos te aporto un elemento para la reflexión.»
Pues bien: la reflexión está hecha, y la
autocrítica formulada.
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Carpinteros
El imam de la lujosa mezquita situada junto
a la M-30 en Madrid, Moneir Mahmud, se queja de cómo está el Islam por aquí.
Dice: «En España hay muchos imames, pero dame el nombre de algún sabio. El
sabio ha estudiado muchos años para dar las respuestas y poder dirigir el
pensamiento. En España, cualquier
carnicero o carpintero puede ser un imam.»
Mahmud cree que las autoridades deberían
exigir una preparación titulada o alguna forma de aval a quien quiera predicar.
«En el Islam, como pasa con las otras Ciencias, las Matemáticas o la Medicina,
hay especialistas», argumenta.
A lo que respondo, pese a no ser
especialista, que:
1º) Según se cuenta, Jesucristo fue
carpintero. Dicho de otro modo: fue uno de esos predicadores sin titulación que
tanto molestan a Mahmud. ¿Deberían haberle prohibido predicar?
2º) De creer lo que relatan los Evangelios,
Cristo despreció a los «especialistas religiosos» de su tiempo, a los que
consideró hipócritas y oportunistas. ¿Deberemos catalogarlo como precursor de
los modernos fundamentalistas?
3º) ¿Qué es eso que dice: «En el Islam,
como pasa con las otras Ciencias...»? ¿De cuándo a aquí el Islam es una
Ciencia? ¿Quién, cuándo, en dónde y con qué autoridad lo ha catalogado como
tal?
Y 4º) ¿A cuento de qué cree que debe haber
gente adiestrada en «dirigir el pensamiento» de los demás?
Menos mal que éste es el aliado del
Occidente librepensador, que si llega a ser un fanático...
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San José Artesano
(Lunes 3 de mayo de 2004)
Extraño fin de semana. Extraño por anodino.
Ha sido como cualquier otro de invierno, y
ahí está la cosa: que debería haber resultado diferente. Primero, porque se
supone que no estamos ya en invierno, y segundo porque otros años el 1 y el 2
de mayo suelen propiciar –sobre todo en Madrid, que el 2 es fiesta– un largo puente, que mucha gente aprovecha para
poner tierra de por medio y, si se tercia, darse el primer baño de la
temporada. Las carreteras se llenan de coches, el personal aprovecha para
rescatar de la naftalina la ropa de verano...
Este año el 1 y el 2 han caído en sábado y
domingo y, además, ya se sabía que iba a hacer un tiempo desapacible, con lo
cual –por lo menos en Madrid– se ha movido muy poca gente.
Según vi el panorama del fin de semana,
pensé que algunos saldrían ganando. Algunos, seguro: los que no se han
accidentado en las carreteras. Hoy habrán ido a trabajar como cualquier otro
lunes, quizá incluso malhumorados, sin saber que se han librado de una buena.
Se me ocurrió que tal vez se verían
beneficiadas también las manifestaciones del 1º de Mayo. Año tras año, los
jefes de los sindicatos recurren a la misma cantinela para justificar la escasa
afluencia de manifestantes a los actos centrales de la capital del Reino: el
puente, el buen tiempo... Esta vez no había puente y el sábado amaneció
encapotado, pero no empezó a llover, por lo menos en mi barrio, hasta ya pasada
la hora del inicio de las manifestaciones. Pese a lo cual, la manifestación
convocada por eso que llaman con grandilocuencia «las dos grandes centrales
sindicales» pudo hacer su recorrido visto y no visto.
Oí por la radio parte de los discursos de
Fidalgo y Méndez. Vi que había hecho muy bien en no acudir (aunque de todos
modos no hubiera podido). Me habría puesto de peor humor del que ya suelo
tener. Los dos «líderes» no sólo entonaron a grandes voces sendas sartas de
tópicos carentes de interés tanto por el contenido como por la forma, sino que
encima se dedicaron a festejar la presencia de «los compañeros y las
compañeras» del partido en el Gobierno, a los que citaron incluso por los
nombres y apodos que reciben en familia. Vaya una gran jornada reivindicativa:
se pasaron el rato ofreciendo su apoyo al Gobierno y sólo de pasada le hicieron
alguna tímida advertencia.
Ya sé que hubo alguna otra manifestación
por Madrid más combativa que ésta –cosa realmente fácil–, pero, por lo que he
oído, todavía menos concurrida.
Tengo la sensación de que el 1º de Mayo,
día internacional de los trabajadores (y trabajadoras) va diluyéndose en mares
de burocratismo sindical. En tiempos del régimen franquista, la festividad era
llamada «de San José Obrero» y algo antes, si no recuerdo mal, «de San José
Artesano». No me extrañaría nada que en un futuro próximo San José Bono, tan
pío él, tan «si Dios quiere» en los discursos que pronuncia no como catequista,
sino como ministro, se haga cargo personalmente de la celebración de este día y
se las arregle para pasear a Fidalgo y a Méndez bajo palio.
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25
(Domingo 2 de mayo de 2004)
Si se hiciera hoy mismo una encuesta sobre
ese particular, me juego lo que sea a que resultaría que más del 60% de los
españoles no se ha enterado de que la Unión Europea ha pasado a estar integrada
por 25 estados.
Y si los encuestadores preguntaran qué estados
son ésos, apuesto el doble a que la tasa de ignorancia superaría el 95%.
Y si a esa cantidad añadiéramos a los que
dicen Chequia, en vez de República
Checa, más que nada porque no se han tomado el trabajo de enterarse de cuál es
el nombre oficial de ese Estado (*), estoy seguro de que nos plantaríamos ya en
los aledaños del 99%.
Y, sin embargo, nos va un montón en el
cambio que se ha producido.
Se supone que deberíamos alegrarnos. Y me
alegro, en buena medida. Nunca acepté ese intento de circunscribir Europa a la
mitad occidental del continente: esa especie de «Norte/Sur» que teníamos, en
forma de Oeste/Este.
Pero hay otros aspectos de la ampliación
que me preocupan.
A ver si consigo explicarme.
No hay comité que pueda funcionar
correctamente con 25 miembros. Son demasiados. No es práctico. No se puede
discutir bien. No puede tener capacidad ejecutiva.
Añado a ello la ficción de la igualdad de
derechos de los 25. ¿Puede aceptar nadie que Malta trate de tú a tú a Alemania
y a Francia y que su voto valga igual? Claro que no.
Cuando estudié la historia del estalinismo,
me llamó la atención un hecho: siempre que Stalin quería acrecentar su poder
personal, forzaba una ampliación de los organismos dirigentes del Partido
Comunista de la Unión Soviética. Ya no recuerdo las cifras exactas, pero creo
que el Comité Central del PCUS llegó a tener algo así como doscientos miembros.
Como un tinglado tan amplio era obligatoriamente inoperante, quien en realidad
tenía vara alta era el Presidium. Y dentro del Presidium, los cuatro mandamases
que Jósif Djugashvili, más conocido por Stalin, llevaba tiesos como velas.
Doy por hecho que, a su modo –bastante
diferente, desde luego–, en la UE va a ocurrir algo parecido. Como 25 no pueden
mandar a la vez, y además la importancia efectiva de cada cual es muy
diferente, pronto se constituirá un poder ejecutivo –de facto o de iure, ya
veremos– de muy pocos miembros. No será una «Europa de dos velocidades», que se
decía antes (las diversas «velocidades» vienen dadas por la realidad, y son más
de dos), sino más bien una Europa jerarquizada.
Pero, para que unos pocos puedan mandar,
los demás tienen que obedecer. Y yo me pregunto: ¿hay muchos estados en Europa
que se resignen a que otros manden sobre ellos, no tal día y en tal cosa, sino
siempre y sobre todo?
O, dicho de otro modo: ¿aguantará durante
mucho tiempo unida esa Unión Europea?
(*) Son manías. ¿Por qué se empeñarán en decir «Chequia», en vez de República Checa, y no ponen ningún interés en decir «Dominiquia», en lugar de República Dominicana? (¿O, ya metidos en gastos, «Sudafricaniquia» y «Centroafricaniquia»?)
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Ni puta idea
(Sábado 1 de mayo de 2004)
Ana Botella critica al nuevo delegado del Gobierno
en Madrid, Constantino Méndez, porque ha dicho que no tiene sentido forzar a
las prostitutas a ir de un barrio para otro, como vienen haciendo desde hace
años los responsables de la capital del Reino, y que lo adecuado sería regular
de manera sensata la práctica de ese oficio.
La concejala del PP se ha puesto en plan
perdonavidas: dice que hay que disculpar a Méndez porque está recién estrenado
en el cargo y aún no tiene un conocimiento suficiente de la materia, y añade
que, así que reflexione sobre ello, el delegado se dará cuenta de que reclamar
la regulación de la prostitución es como solicitar la legalización de los malos
tratos a las mujeres.
Me abstendré de hacer ningún chiste grosero
sobre la señora Botella y los aires que se da de experta en la realidad de la
prostitución. Por respeto a las prostitutas, más que nada.
Me limitaré a señalar que no tiene ni puta
idea de lo que dice.
Primer punto: no sólo es estúpido, sino
también aberrante, comparar la prostitución y los malos tratos, entre otras
muchas razones por una que la concejala debería considerar decisiva: la Ley.
Ejercer la prostitución no es ilegal. Maltratar a las mujeres, sí.
Segundo punto: si el ejercicio de la
prostitución se ve afectado con frecuencia por unas u otras prácticas vejatorias
y delictivas es, en no poca medida, porque se le fuerza a funcionar en
condiciones poco y mal reguladas.
Tercer punto: es bien sabido que, con mucha
frecuencia, la prostitución al aire libre es empujada hacia unas u otras zonas
de la ciudad en función de intereses de especulación urbanística. Hay en las
grandes capitales quienes están interesados en que determinadas zonas céntricas
ofrezcan una imagen cutre, para que
bajen en la cotización inmobiliaria y resulte barato adquirir suelo en ellas...
una vez conseguido lo cual la Policía, debidamente adiestrada, se encarga de
«limpiarlas» para que ellos puedan construir y vender viviendas y oficinas de
lujo. Hay que acabar también con eso.
Lo apuntado por el delegado del Gobierno en
Madrid es, en principio, razonable. Lo correcto sería que Méndez entrara cuanto
antes en contacto con las responsables del movimiento organizado de las
prostitutas de la capital, que saben muy bien por dónde hay que tirar, y se
pusiera a trabajar con ellas en pro de la dignificación del oficio y su encaje
normalizado en la vida colectiva.
Y mejor que no se tome la molestia de
responder a Ana Botella, que a lo peor le invita a un cocido para discutir el
asunto y acaba obligándole a pagarlo.
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Lo distinto no es
igual
(Viernes 30 de abril de 2004)
La ministra de Cultura, Carmen Calvo (*),
ha anunciado su intención de rebajar el IVA aplicado a «la producción musical»,
discos incluidos, del 16% al 4%.
Hay dudas de que pueda hacerlo, porque la
normativa europea sobre el IVA deja escaso margen de libertad a los estados
miembros. Pero, con independencia de lo que finalmente pueda hacer, cabe
discutir sobre si lo que dice que quiere hacer está bien, mal o regular.
Y está mal.
La producción musical es sólo en parte un
fenómeno cultural, en sentido estricto. El grueso de la industria del disco
–que es con diferencia la que más dinero mueve dentro del sector– está en manos
de grandes consorcios multinacionales que trabajan con criterios semejantes a
los manejados por los fabricantes de automóviles, de detergentes o de
ordenadores. Sus beneficios responden a factores parejos.
Por lo general, ni siquiera son firmas
propiamente discográficas. Con frecuencia se trata de divisiones de grandes
emporios que trabajan en campos muy variados de la actividad económica, no
necesariamente circunscritos a la industria del ocio.
¿Qué tiene de cultural el modo en que
reparten sus beneficios? El porcentaje que va a parar a los compositores y los
intérpretes es ridículo.
¿Qué tienen de culturales los criterios con
los que promocionan o condenan al ostracismo a los artistas? Nada: para ellos
sólo vale lo que vende, es decir, lo que ellos creen que puede vender, es
decir, lo que ya antes ha vendido.
Lo suyo es un top manta elevado a la enésima potencia y con la policía a favor.
Quienes necesitan protección en España no
son las multinacionales de la producción musical, que se las arreglan a las mil
maravillas sin necesidad de más ayuda, sino los artistas –de casa y foráneos–
que no se amoldan disciplinadamente a los parámetros del show business, y las empresas de medio pelo –o peladas del todo–,
que se rompen los cuernos para llevar al mercado productos de calidad,
cuidados, capaces de recoger las tradiciones más dignas y, a la vez, de
innovar. Empresas amantes de la música –las hay, lo juro– que se ven obligadas
a competir en la feria del chumpachumpachún en condiciones de bochornosa
desigualdad.
¿Ayuda? Claro. Pero para los artistas que
la necesitan, no para las multinacionales que fabrican discos como quien enlata
cervezas.
Ayuda, sí, pero para las empresas locales
dignas. Y no por locales, sino por dignas.
Nada hay tan injusto como tratar igual lo
desigual. Y eso es exactamente lo que está proponiendo la ministra.
(*) ¿Sería mucho pedir a mis colegas periodistas que dejen de calificar a todas las nuevas ministras de «flamantes»?
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