Apuntes del natural
[Del 27 de febrero al 4 de
marzo de 2004]
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El tejado de vidrio
(Jueves 4 de marzo de 2004)
Pregunta
Mariano Rajoy a José Luis Rodríguez Zapatero por qué no dijo «No robarás»
cuando gobernaba el PSOE. La pregunta podría ser pertinente en otra boca, pero
no en la suya. Corre el riesgo de que Zapatero conteste preguntándole por qué
no dijo él «No matarás» cuando Fraga le pidió que se sentara a su vera.
Apelar al
pasado es un privilegio reservado a quienes no arriesgan nada si los demás se
ponen a hurgar en él. El PP, con la ingente cantidad de franquistas más o menos
reconvertidos que tiene en sus filas, debería ser más prudente.
Dolors Nadal,
candidata de Rajoy en Cataluña, comparó ayer a Carod con Franco, porque, según
ella, el candidato de ERC reclama también «adhesiones inquebrantables». Otra
que tal baila: a Carod –que, dicho sea de paso, pide adhesiones, pero no
inquebrantables– le bastará con recordar a la desangelada demagoga del partido
de Fraga que por las concentraciones de la Plaza de Oriente, donde se reunían
los franquistas a manifestar su pleitesía al dictador, nunca pasaron los
militantes de Esquerra, y sí, por el contrario, bastantes personajes y
personajillos que ahora militan en su propio partido.
Sé que hay un
refrán castellano para ello –en alguna ocasión me lo han citado–, pero nunca lo
recuerdo. Me viene siempre a la memoria la versión portuguesa, por culpa de la
letra del bello fado Lá porque tens cinco
pedras. Dice la letra de la canción justiciera, justo para acabar: «Quem tem telhados de vidro não deve andar à
pedrada».
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Todo tiene sus
límites
(Miércoles 3 de marzo de 2004)
El relato de la
última operación policial en la que han sido capturados dos presuntos miembros
de ETA con dos presuntas camionetas y media tonelada de presunta cloratita me
pareció inverosímil desde el primer momento. Pero el hecho no tiene mayor
importancia, porque no tengo fama de creerme las versiones oficiales de nada.
En términos generales, no me creo ni lo que cuentan los ministros ni lo que
cuentan los medios de comunicación (que, por otro lado, suele ser lo mismo).
Lo singular es
que esta vez parece que hay bastante gente que comparte mi escepticismo. Gente
de la que habitualmente traga carros y carretas. No porque sea tonta –o no
necesariamente porque sea tonta–, sino porque lo considera un deber patriótico.
Se lo oí decir con cruda franqueza en la noche del lunes al presentador de Hora 25 de la Cadena Ser, Carlos Llamas:
«Ya sabemos –vino a decir: ésa fue la idea– que las autoridades están obligadas
a ocultar una parte de la verdad cuando se trata de la lucha contra el
terrorismo, y lo damos por bueno. Pero todo tiene sus límites».
Según han
pasado los días, cada vez hay más personajes ilustres que se apuntan al club de
los escépticos. Los últimos han sido Felipe González y Juan Carlos Rodríguez
Ibarra, cosa que a Mariano Rajoy le parece «una vergüenza nacional».
Pero la culpa
no la tienen ellos, sino el ministro del Interior, que se ha vuelto un haragán
en materia de mentiras. La historia ésa de los dos activistas que roban sendas
camionetas en Francia, atraviesan con ellas la frontera, recorren media España
cubierta de nieve avanzando siempre por carreteras secundarias –tomándose tal
vez de manera demasiado literal la máxima de Tácito: «En el riesgo hay
esperanza»– y, así que se les presenta la ocasión, se accidentan un poco y se
echan espontáneamente en los brazos de la Guardia Civil... pues bueno, no es
que no me la crea yo: es que no se la cree nadie. Sobre todo después de oír a
los vecinos del lugar en el que fueron detenidos que la Guardia Civil llevaba
varios días ensayando controles allí.
Llevamos ya
meses con el mismo guión: ETA manda a activistas con explosivos hacia la
capital de España y la Guardia Civil los intercepta sistemáticamente –¡y casi
siempre de manera fortuita!– antes de que lleguen. Lo cual ocurre por norma en
momentos en los que al Gobierno le viene de cine que ocurra algo así. Hasta
ahora, sucedía eso, Acebes contaba su película y, aunque las piezas encajaran
de aquella manera, la oposición y los medios lo daban todo por bueno, sin hacer
comentarios (en voz alta, quiero decir). Con lo cual el ministro se acostumbró
mal y llegó a la conclusión de que ya podía contar cualquier cosa. Como por
ejemplo que ETA, en una exhibición de laissez
faire casi neoliberal, había dejado a los dos chavales que eligieran ellos
mismos el objetivo del atentado. O que el mismo activista que se entregó a la
Guardia Civil sin que nadie se lo pidiera, luego no ha querido «colaborar» en los interrogatorios (es como si
hubiera dicho: «Mira, es que yo por las buenas, lo que quieras; pero si ya te
me pones así...»). ¿Y qué no decir de eso de que ambos se han negado a ser
reconocidos por el médico forense?
Se les ha ido
la mano. Mucho.
¿Cuál es la
verdad? No lo sé. Tengo mis hipótesis, pero son sólo elucubraciones propias de
una mente retorcida. De lo que no tengo duda alguna es de que la historia de
Acebes no tiene un pase. Ni aunque el capote lo tengan sus devotos socios del
pacto antiterrorista.
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Puig Antich, 30 años
después
(Martes 2 de marzo de 2004)
Desperté pronto
y agitado aquella mañana. Había dormido mal. En París hacía un frío terrible.
Puse la radio y escuché el boletín informativo. Todavía no decían nada.
La noticia me
llegó más tarde, metido ya en un atasco del bulevard
periférico. Se vieron confirmados mis peores presagios: «El anarquista catalán
Salvador Puig Antich –dijo el locutor de France-Inter–
ha sido ejecutado hoy, al amanecer, en Barcelona. Franco no ha tenido
clemencia. También ha sido ejecutado el súbdito polaco Heinz Chez, condenado
por la muerte de un guardia civil. A ambos se les ha aplicado el garrote vil».
Se me saltaron las lágrimas.
–¡Malditos cerdos! –mascullé.
No estaba pensando en los franquistas. O no
sólo. Mi pensamiento retrocedía varios meses atrás. Estaba recordando una
reunión celebrada allí mismo, en París. Varios militantes de la extrema
izquierda habíamos pedido un encuentro al Comité Ejecutivo del Partido
Comunista de España. Se llevó a cabo. Vinieron Santiago Álvarez, secretario
general del Partido Comunista gallego, y Napoleón Olasolo, viejo conocido del
PC de Euskadi. Les propusimos coordinar esfuerzos para hacer una fuerte campaña
en contra de la ejecución de Puig Antich. Santiago Álvarez nos colocó un largo
exordio que demostraba, según él, que «las condiciones objetivas nacionales e
internacionales» impedían a Franco llevar a cabo esa ejecución. En
consecuencia, siendo la ejecución «objetivamente» imposible, no valía la pena
desplegar mayores esfuerzos en contra.
–¿Y si las condiciones objetivas fallan?
–pregunté.
Me miró con una sonrisa paternal en la que
quedaba reflejada la inmensa superioridad que le proporcionaba su larga
experiencia de viejo luchador sobre la impulsiva bisoñez del jovencito de 25
años que osaba dudar del carácter científico de sus análisis.
Rechazaron nuestra propuesta, en suma.
Nosotros hicimos lo que pudimos, pero no teníamos
ninguna capacidad para crear en Europa un estado de indignación que inquietara
realmente al régimen franquista. El PCE sí la tenía.
No hubo movilización. Hubo ejecución. El 2
de marzo de 1974.
Una vez más, las condiciones objetivas se
portaron mal. Fue su culpa, sin duda.
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De difícil definición
(Lunes 1 de marzo de 2004)
Acebes supone
–o eso dice– que Carod-Rovira estará contento porque ETA pensaba atentar en
Madrid y no en Cataluña.
Cuando lo
escuché, me quedé helado. Suponía a Acebes capaz de casi todo. Ahora ya sé que
es capaz de todo.
Creí que habían
alcanzado el techo del insulto cuando acusaron a Carod de ser indiferente a lo
que pudiera pasar o dejar de pasar fuera de Cataluña. Porque eso es ya en sí
mismo monstruoso. Pero, qué va: todo récord está hecho para ser superado.
Me preguntaba
ayer cuál será la siguiente. Pensé: «Son capaces de acusar a Carod de haber
sugerido a ETA los objetivos de sus próximos atentados». Y hete aquí que oigo
una antología de los programas de radio de la semana y me entero de que esa
acusación ya está formulada: un Rasputín de las ondas dio ya hace unos días por
supuesto que Carod acudió a su reunión con ETA provisto de una nutrida lista de
nombres y direcciones.
Carod llamó
ayer a estos tipos «miserables». Soy consciente de lo difícil que es encontrar
adjetivos que les cuadren. Casi todos los que le vienen a uno a la cabeza
representan una ofensa para la casta humana o la especie animal aludida. Pero,
en todo caso, si algo no son, es miserables. Porque
«miserable» viene de miseria. Y esta gentuza nada en dinero.
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El deporte sin ley
(Domingo 29 de febrero de 2004)
«Y eso, ¿no ha
sido penalti?», pregunta el uno. «Hombre, con el Reglamento en la mano, sí.
Pero es que, si los árbitros pitaran esos penaltis, entonces habría veinte por
partido», responde el otro.
«¡Esa entrada es
de tarjeta amarilla!», clama el uno. «¡No, por Dios!»,
responde el otro. «¿No te das cuenta de que si el
árbitro pone el listón tan bajo, acaban el partido seis contra seis?»
O bien: «¡Qué choque! ¡Cómo han entrado los dos, con la plantilla
por delante! Deberían irse ambos a la calle». Y como respuesta: «Es que, si el
árbitro se pone así, se carga el partido.»
Diálogos de ese
tenor salpican todas las retransmisiones de fútbol.
Se alternan con
otros del estilo de: «El árbitro tiene que dosificar las tarjetas. ¡No puede
empezar el partido enseñando tres!».
Por lo visto da
igual lo que ocurra en el campo. No puede, y ya está.
Todo pichichi
en el mundo del fútbol da por hecho que el Reglamento es inaplicable. Según los
enterados, no se puede sancionar con falta todo lo que la ley del fútbol
determina que es falta, porque la competición se hundiría. Entonces, cuanto
sucede en cada partido queda al albur de un juez que, como sabe que tiene que
dosificar la aplicación de la ley –ahora sí, ahora no–, está obligado a hacer lo
que le dicta su personal entender. Un personal entender que, subjetivo por
definición, tiene muchas posibilidades de no ser igualitario.
De ese modo, la
bronca está asegurada. Tómese como ejemplo el celebérrimo penalti del partido
Real Madrid-Valencia. ¿Fue penalti, no fue penalti? Defienda usted cualquiera
de las dos posturas, que con cualquiera de las dos tendrá razón.
«¡Es la salsa del
fútbol!», dicen algunos irresponsables. Sí; también la ruleta rusa resulta la
mar de emocionante.
No ya un
deporte: cualquier actividad social que no esté regulada por leyes
aceptablemente unívocas está abocada a conflicto irresolubles.
Y si se trata de una actividad social en la que se juegan enormes cantidades de
dinero, más.
Lo del fútbol
es digno de estudio. De un lado, tiene un Reglamento inaplicable, con lo que
todo queda pendiente del albur arbitral. Del otro, se apoya en un sistema
arbitral extremadamente primitivo, con un solo árbitro principal, que ha de
controlar lo que ocurre en una enorme extensión de terreno, con unos auxiliares
a los que se les reclama la proeza de ver a la vez cuándo un jugador envía el
balón y dónde está el jugador que puede recibirlo, aunque entre el uno y el
otro haya cien metros de distancia... Etc., etc.
La práctica
totalidad de los demás deportes de competición han ido mejorando sus
reglamentos y sus sistemas arbitrales. El fútbol, que es el que pone más dinero
en juego, sigue, en lo esencial, anclado en las normas fijadas en sus remotos
orígenes. ¿Por qué?
Creo que la
clave del misterio la he apuntado antes, cuando he escrito: «De ese modo, la
bronca está asegurada».
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Candidatos
automáticos
(Sábado 28 de febrero de 2004)
Los dos
principales candidatos a la victoria en las elecciones generales vecinas dicen
y hacen lo que les indican que deben decir y hacer los equipos de expertos que los asesoran. Los cuales
funcionan a golpe de sondeo. ¿Que la última encuesta indica que un tercio del
electorado no tiene aún decidido qué hará el día de marras? ¿Qué indica que en
ese treinta y algo por ciento hay muchas personas de edad provecta y otras
tantas no integradas en el mercado laboral? Pues nada: ellos dedican el grueso
de sus discursos de arranque de campaña a hablar de la tercera edad y de los parados. Y Ana Botella, al cocidito
madrileño.
¿Que a
Rodríguez Zapatero le hacen ver que presenta una imagen tan moderada que parece
del PP? Él se pone de repente a decir que es un hombre «de izquierdas».
Son candidatos
automáticos, fabricados al modo norteamericano. Se someten a las pautas
políticas que les recomiendan. Y ofrecen la imagen que les fabrican. Hasta tal
punto lo hacen, que acaba traicionándoles el subconsciente y se ponen a hablar
de la imagen del otro, como si eso tuviera una importancia decisiva en la
gobernación del país. Ayer, Rajoy dijo que Zapatero es «un señor vestido de
negro con una extraña corbata». Valiente mamarrachada. Entre otras cosas,
porque Zapatero no suele vestir de negro, y sus corbatas no son ni más ni menos
extrañas que las del propio Rajoy.
En las últimas
elecciones autonómicas catalanas, el convergente Artur Mas
se comportó como un candidato automático perfecto. Asistí a un encuentro con él
que me dejó a la vez maravillado y con mal cuerpo. Pregunta que se le hacía,
pregunta para la que disponía de una respuesta automática, memorizada. Todo en
él era automático, expresamente preparado para transmitir la imagen que pretendían.
Podría decirse
ahora que les salió el tiro por la culata, porque no llegó a president, pero sería exagerado: se
quedó a dos pasos. Lo que no cabe afirmar es que tanto automatismo prefabricado
les diera demasiado resultado.
En el extremo
contrario aparece Ibarretxe, que se niega a someterse a los mecanismos propios
del candidato automático y que no toma demasiado en cuenta las recomendaciones
que les hacen (en particular cuando se refieren a trajes, corbatas y peinados).
A pesar de lo cual, el electorado vasco no lo ha tratado nada mal hasta ahora.
Están demasiado
yanquizados. Y, aunque es cierto que
todo en Europa se va acercando cada vez más al estilo de los EEUU –bipartidismo
incluido–, hay diversos factores que siguen distanciando las elecciones de allí
y las de aquí. La participación, por ejemplo. O los reiterados debates cara a
cara ante las cámaras de televisión, en los que la imagen cobra una importancia
desmesurada.
No sé en qué
medida Rajoy y Zapatero se verán beneficiados o perjudicados electoralmente por
funcionar como candidatos automáticos. Lo que sé es que les define como
personas dispuestas a lo que sea para ganar. Es decir, como gente sin
principios.
Aviso.– Obligado por razones de salud a reducir mis actividades
al mínimo imprescindible, estos días no estoy atendiendo apenas el correo electrónico.
Ruego a quienes me hayan escrito que disculpen la
falta de respuesta.
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Mejorando la
perfección
(Viernes 27 de febrero de 2004)
Víctima de una fastidiosa
indisposición que me ha hecho pasar una noche toledana, me he levantado tarde y
mal. No he tenido tiempo –ni demasiado ánimo, todo sea dicho– para meterme en
la harina de todos los días. Apenas he echado una ojeada a los periódicos. Lo
relativo a la campaña electoral lo he pasado prácticamente por alto. El fracaso
de la manifestación de Barcelona –supongo que relativo, porque el punto elegido
para la concentración tampoco era propicio para acoger a un gran gentío, lo que
parece indicar que los propios organizadores no esperaban mucho más– tampoco me
produce mayor emoción. Llama más la atención el asunto del espionaje británico
en las Naciones Unidas, pero no veo qué podría decir yo que no haya dicho ya
casi toda la prensa, salvo que con socialistas como Blair no hacen falta
conservadores para nada.
Ha sido
repasando las noticias sobre el terremoto del Rif donde he encontrado más
motivos para la indignación. Si me mejora el cuerpo, quizá escriba algo más
sobre eso. De momento, retengo una declaración del coronel Mammar, responsable
de coordinación del aeropuerto de Alhucemas: «La recepción de la ayuda es
perfecta, pero lo estamos mejorando». Es difícil encontrar un caso de cinismo
más acabado. Todo el mundo dice que la pasividad en la distribución de la ayuda
llegada a ese aeropuerto es uno de los principales problemas que se presentan,
y el responsable de la inoperancia se declara presto a mejorar la perfección.
Pues no es nadie él.
Entretanto, el
rey Mohamed VI, cuya presencia había sido anunciada para hace tres días, sigue
sin aparecer. Fuentes oficiales dicen que no quiere que la comitiva oficial
entorpezca el tránsito de los camiones de ayuda. Enternecedor. Por lo visto la
casa real alauí no tiene ningún helicóptero a su disposición. Lo que no quiere
es toparse con una manifestación.
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