Apuntes del natural
[Del 20 al 26 de febrero de
2004]
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La general medianía
(Jueves 26 de febrero de 2004)
Estaba
trabajando para otro asunto que no hace ahora al caso y reflexionando sobre algunas
tradiciones de pensamiento de la izquierda tradicional en las que algunos
fuimos educados y que con el tiempo se han revelado no sólo erróneas, sino
incluso perniciosas para la comprensión de las realidades que nos circundan.
Una de ellas es
el convencimiento de que la Historia de la Humanidad está regida por ciertas
leyes que la mueven en sentido positivo, en línea de progreso, y la preparan
para el advenimiento inevitable de una forma de organización social justa e
igualitaria, por lo común llamada comunismo. Esa creencia en la inevitabilidad del triunfo
del Bien, nacida en el fulgor del progresismo ingenuo de la revolución
industrial, marcó la educación de muchas generaciones de luchadores sociales
durante el segundo tramo del siglo XIX y la mayor parte del XX, confiriéndonos
un aplomo y una seguridad en nosotros mismos que con el tiempo ha sido dañina.
Lo fue en los momentos de auge de nuestro movimiento, porque nos hacía
sentirnos portadores de una Verdad cuya superioridad nos autorizaba a ejercer
prácticas abusivas y a no respetar los derechos de los demás. Y lo ha sido en
los momentos de los reveses más fuertes, con el hundimiento o la degeneración
de los regímenes que se hacían llamar socialistas, porque la quiebra de esa
certeza provocó muchos desánimos y muchísimas deserciones.
Pero la idea en
la que me he detenido más, por lo que tenía –y sigue teniendo, en la medida en
que pervive– de poco respetuosa con la realidad es aquella que parte del
convencimiento de que, fuera de las corruptas elites del Poder, el pueblo es
ideológicamente sano, y que si «las masas» no se dirigen por el camino correcto
es porque están engañadas. Como si lo verdaderamente inherente a las clases
trabajadoras fuera lo positivo, y todos los comportamientos negativos que
tienen fueran resultado de adherencias ideológicas extrañas.
Hacerse cargo
de que la gente, como conjunto, es un amasijo de factores positivos y
negativos, y que esa mezcla está en el ser mismo de la especie humana ayuda a
entender mejor los movimientos de la Historia. No sólo los de grandes
dimensiones, sino también los pequeños. Por ejemplo, que Aznar haya podido ser
considerado un gran líder durante ocho años de la vida de este país.
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El Rif se cae
(Miércoles 25 de febrero de 2004)
María estaba
que si salía que si no salía para allá.
María tiene –¿tenía?– un proyecto agrícola en Tamassint, un pobre pueblo
rifeño, que visitaba siempre que podía.
Tamassint se ha
convertido en escombros y sus gentes, a las que María llama «les meves germanes
i germans d’allà abaix» –porque María es una asturiana-catalana de alma
rifeña–, se han quedado sin nada.
Se han quedado
sin nada quienes han sobrevivido, suerte que no ha tenido Latifa, la
amiga de María, que quedó sepultada en la madrugada de ayer mientras dormía.
El Rif, la
región de Al Hoceima (Alhucemas, que le dicen por aquí desde que dejaron de
llamarla «Villa Sanjurjo»), expoliada por los colonizadores españoles, ha sido
odiada y preterida por los reyes alauíes, que nunca han soportado su carácter
insumiso y su resistencia a la asimilación.
Era ya muy
pobre sin necesidad de este terremoto. Las casas de adobe no han resistido el
temblor de la tierra. Supongo que no hará falta insistir en lo de siempre: las
desgracias naturales son sólo en parte naturales; la pobreza hace el resto.
María me escribe desde Cataluña: está
destrozada. Como Tamassint, como su amiga Latifa.
Si todos los desastres que suceden a diario
en el mundo tuvieran nombre y cara para nosotros, como lo tienen las víctimas
de este terremoto para María, seguro que el dolor de la vida se nos volvería
intolerable.
Quizá eso nos haría mejores.
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Vueltas de tuerca
(Martes 24 de febrero de 2004)
El ministro de
Defensa, Federico Trillo, afirma que le habría gustado ocupar manu militari el islote Perejil hace
años, y que tal acción –no explica cómo, ni por qué– habría permitido a los
pesqueros españoles faenar en aguas marroquíes con menos cortapisas. Y, cuando
se le señala que ese singular deseo es una barbaridad, responde que lo da por
no dicho.
La ministra de Administraciones
Públicas, Julia García Valdecasas, llama «asesinos» por dos veces a los
representantes de ERC. Y, tras ver que todo el mundo se echa las manos a la
cabeza, saca precipitadamente una nota diciendo que fue un lapsus. O sea, que
también lo da por no dicho.
El presidente
de la Comunidad de Murcia, Ramón Luis Valcárcel, del PP, comenta la oposición
de Pasqual Maragall al Plan Hidrológico Nacional y apunta que entendería esa
oposición si se tratara de vino y no de agua, porque, según él, el president de Cataluña «bebe muchos
hectolitros al día». Muchos. (Eso lo dejó caer don Ramón Luis en el acto
inaugural de un instituto de educación secundaria, y no de mala educación, como
habría sido lo lógico.)
Supongo que lo
resolverá sacando un comunicado en el que afirmará que da lo dicho por no
dicho.
Me fascina eso
de dar lo dicho por no dicho. Es estupendo. De tomarse por aceptable tan
innovadora técnica, proporcionará un juego amplísimo. Pienso particularmente en
el gremio periodístico. Uno podrá escribir con toda tranquilidad que el
ministro Tal es un chorizo que ha amasado una fortuna partiendo de la nada más
absoluta. O que la ministra Cual es clamorosamente tonta, amén de facha. O que
el presidente de la comunidad autónoma Equis va de coca hasta el culo día sí
día también. Y cuando se le echen encima todos ellos querella en mano, le
bastará con comentar, displicente: «¿Ah, eso? Bueno,
doy lo dicho por no dicho». Y a correr.
Hay otra
técnica igualmente estimable. La ha puesto en marcha, cómo no, Federico Trillo
–un hombre creativo, sin duda–, que ha eludido cualquier responsabilidad
personal por sus palabras arguyendo que «la responsabilidad son (sic) los electores». Ahí tenemos otro
espejo en el que mirarnos los periodistas. Escribimos lo que se nos ponga y, si
alguien viene a pedirnos cuentas, respondemos: «A mí, plin. La responsabilidad
son (sic) los compradores de
periódicos».
Pero no se lo
tomen ustedes a broma. No tiene nada de casual esta exhibición de verborragia
chulesca e insultante a la que se han entregado muchos altos cargos del PP.
Forma parte de un ejercicio constante de vueltas de tuerca, que practican en
ese terreno y en muchos más. Ellos aprietan la rosca. Giran, giran y giran,
para ver hasta qué punto el electorado aplaude, hasta dónde traga (aunque no
aplauda) y cuándo empieza ya a torcer el gesto y a poner mala cara.
Espero que empiece a poner mala cara
pronto. Por el bien de todos.
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Lo que va del día
(Lunes 23 de febrero de 2004)
He despertado
esta mañana, me he asomado al valle y he comprobado que ha amanecido sobre
Aigües un día espléndido, soleado y de temperatura muy agradable. Hecho lo
cual, he recordado un añadido que introduje hace años a las leyes conjuntas de
los doctores Peter y Murphy. Dice mi sub-ley: «Si viajas de Madrid al
Mediterráneo, es fácil que te encuentres un tiempo de mierda. A cambio, cuando
te toque regresar a Madrid, el tiempo será inevitablemente maravilloso». Hoy
tengo que volver a Madrid.
Mi ley
mediterránea es semejante a la que indica que, en caso de atasco en la
autopista, a ti siempre te toca el carril más lento. Probablemente la
confirmaré dentro de unas horas.
La cosa es que
me he despertado, he inspeccionado el terreno –y el cielo, como ya he dicho– y
he perfeccionado mi pesimismo inicial al comprobar con qué sañuda puntualidad
se cumplía otra ley del pesimismo universal, ésta formulada por mi muy evocado
Juan de Mairena (y ratificada a diario por el PP): «No hay nada que sea
absolutamente inimpeorable». Porque la cosa es que he encendido el ordenador y
he recibido el aviso de la irrupción de tres virus, tres, de la ganadería de
los gusanos.
Y eso que no
soy castrista.
De inmediato me
he puesto manos al teclado –qué remedio– para quitarme de encima el problema
vírico, lo que me ha recordado –por lo de vírico,
quiero decir– la lectura refocilante
de un largo reportaje sobre Viri Fernández
Balboa, señora de don Mariano Rajoy, que publicó ayer El Mundo.
Acabo la tarea
vírica, por así llamarla, y pongo la radio, lo que me permite enterarme de que
el PP ha presentado una querella criminal contra la radiotelevisión andaluza
porque –dice– manipula la información. En serio. Lo que me lleva a recordar que
Javier Arenas ha propuesto hacer un homenaje nacional a Alfredo Urdaci.
Resumen de lo
que va del día: ¿para qué carajo me habré levantado?
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La verdad
(Domingo 22 de febrero de 2004)
Desde su
aparición, el diario El Mundo publica
todos los días en su portada, justo debajo de la cabecera, una cita de algún
personaje célebre pensada en función de la noticia más destacada del día.
Buscarla –y encontrarla– puede parecer una tarea divertida, pero cuando hay que
hacerlo a diario y en medio del ajetreo del cierre se convierte en un peñazo
casi insufrible, como saben todos los redactores-jefe que me han sucedido en el
cargo a lo largo de los últimos 13 años.
Quizá por mera
solidaridad, suelo fijarme en ella cada día, antes de iniciar la lectura del
diario. A veces comparto la elección de la frase, otras me deja indiferente,
otras no me gusta. Es normal. Lo que no suele ocurrirme es que me parezca lo
más interesante del día. Como tema de reflexión, quiero decir.
Es lo que me ha
sucedido con la frase que figura en la edición de hoy, atribuida a Mahatma
Gandhi. Dice: «Un error no se convierte en verdad por el hecho de que todo el
mundo crea en él».
Vale la pena
detenerse en la afirmación.
Es de ese tipo
de frases que provocan en la inmensa mayoría una simpatía casi automática. Del
género de la vieja consigna irónica: «Millones y millones de moscas no pueden
equivocarse: ¡come mierda!».
Por paradójico
que resulte, a casi todo el mundo le caen bien las críticas al adocenamiento.
El problema de
la frase atribuida a Mahatma Gandhi –no digo «de Gandhi» porque tengo cierta
experiencia en cómo funciona esto de las citas– es que, pareciendo que afirma
algo profundo, remite a conceptos nebulosos, difíciles de acotar,
particularmente cuando se trata de materias sociales. La verdad y el error son
términos antropométricos, abstracciones que los humanos hemos elaborado para
facilitar nuestro funcionamiento. Valoraciones. En la Naturaleza no hay
valoraciones. (Estaba tentado de hacer una frase y decir: «La Naturaleza carece
de moral», pero no, porque los sentimientos humanos forman parte de la
Naturaleza. La Naturaleza no carece de nada, porque, desde el mismo momento en
que algo es imaginado, ya forma parte de ella.)
Las ideas de
verdad y error tienen perfiles cambiantes según los entornos históricos y
sociales. Evocaré por enésima vez –ustedes perdonen– el célebre pasaje incluido
por Antonio Machado en su Juan de
Mairena:
«La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero.
»AGAMENÓN.– Me parece justo.
»EL PORQUERO.– No estoy de acuerdo.»
¿Un error no se
convierte en verdad por el hecho de que todo el mundo crea en él? La frase, sea
de Gandhi o no, resulta inmantenible. Si realmente todo el mundo cree algo, ese algo reúne todos los atributos de la
idea que los humanos tenemos de lo que es verdad. Luego es verdad.
Dejados de lado
los no tan extensos terrenos de la Ciencia positiva, para mí que conviene no
tomarse con demasiado furor las ideas de «verdad» y de «error».
El oficio
periodístico tiene un modo muy práctico y arrastrado de medir la verdad:
considera que es verdad todo lo que cuela.
Y lo demuestra
a diario.
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El matrimonio
(Sábado 21 de febrero de 2004)
Leo un despacho
de la agencia AFP, tal como lo publica El
País de hoy: «Schwarzenegger escribió al fiscal general de este estado [California], Bill Lockyer,
para que emprenda acciones legales que impidan al Ayuntamiento de San Francisco
emitir dichas licencias [de matrimonio a parejas homosexuales], porque esta práctica representa "un
riesgo inminente al orden civil"».
Me pregunto
quién no sabe escribir: si el traductor del corresponsal de AFP, el
corresponsal de AFP, el gobernador de apellido imposible... o los tres. ¿Un
riesgo al orden civil?
Tengo más
dudas. Muchas más.
Para empezar,
me pregunto qué es «el orden civil».
Y por qué lo
llaman así (es decir, para distinguirlo de qué otro u otros órdenes).
Y qué clase de
riesgo puede entrañar para ese presunto orden que algunos homosexuales se casen
con la pareja de sus amores.
Y por qué el gobernador
de California considera que ese riesgo indefinido es «inminente».
Y...
Puesto a
preguntar, tampoco me importaría saber por qué hay tantas parejas homosexuales
que manifiestan su deseo de casarse. Podría entenderlo si se tratara de parejas
de teístas practicantes que buscaran la santificación eclesial de su unión.
Pero lo que piden es su santificación civil,
y eso es tirando a raro.
Es lógico pedir
que se igualen los derechos de las parejas estables con los reconocidos a las parejas casadas. En todo:
herencia, pensiones, visitas carcelarias, etcétera. Pero esa igualación legal
puede producirse sin que los (o las) integrantes de la pareja se sometan al
ritual del matrimonio. (En concreto, tengo oído que el Gobierno vasco ha
promulgado una ley que establece esa equiparación para toda pareja que la
solicite: ya está; asunto concluido.)
Me parece de
perlas que se exija el reconocimiento del
derecho de las parejas homosexuales a contraer matrimonio. Pero me parece
bien sólo porque soy partidario de que todo el mundo tenga los mismos derechos.
Incluyendo derechos cuyo ejercicio resulta, en mi modesto criterio,
inconcebible. ¡Con decir que defiendo el derecho a ser del PP, e incluso el
derecho a considerar que Aznar y Rodríguez Zapatero son grandes oradores!
Pero defiendo
esos derechos con el mismo ahínco con el que defiendo mi derecho a pensar que
quienes los ejercen están más p’allá que
p’aquí.
Aunque tampoco
sepa muy bien de qué lado estoy yo mismo.
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Una sensación de
irrealidad
(Viernes 20 de febrero de 2004)
Hay veces que los noticiarios me producen una extraña
sensación de irrealidad. ¿Es absurdo lo que dicen, o la culpa es mía, que no
soy capaz de encontrarles el sentido?
Esa sensación me ha acompañado de hora en hora durante
los últimos días.
«El comunicado de ETA obliga al PSOE y a Maragall
a...». ¿Por qué? ¿Qué ha ocurrido que no estuviera ya encima de la mesa antes
de que se conociera ese estrafalario comunicado? Nada.
«El comunicado de ETA demuestra...». ¿Qué demuestra?
ETA afirma que va a suspender su actividad armada en Cataluña (una actividad
inexistente desde hace tiempo, dicho sea de paso). ¿Y? ¿Dónde afirma que haya
tomado tal decisión como resultado de un pacto suscrito con Carod Rovira? Y,
aunque afirmara tal cosa, ¿qué razón habría para creérselo? ¿Alguien pretende
que los comunicados de ETA tienen valor notarial?
Aparece Rajoy y condena al PSOE porque está aliado con
un partido que ha llegado a un acuerdo con ETA para que no mate en Cataluña.
Pero, ¿dónde están las pruebas de que ese pacto se haya producido? Lo único que
sabemos a ciencia cierta es que ETA ha lanzado una perorata que, verborrea al
margen, apunta directa al corazón del tripartito catalán. Es un acto de
hostilidad manifiesta. Y un favor al PP y a su candidato. Recurramos a la
eterna pregunta: Cui prodest? ¿Quién
se ha beneficiado de lo sucedido? ¿Vieron ustedes la cara que mostraba José
María Aznar en Murcia cuando se dirigía al estrado para hablar sobre el asunto?
Era la de alguien a quien le acaban de comunicar que le ha tocado la lotería.
Es obvio –lo es para mí, al menos– que, si realmente
Carod y ETA hubieran llegado a un entendimiento, no habría trascendido ni palabra.
Y menos después del revuelo que se montó tras filtrarse la noticia de la
entrevista celebrada en Perpiñán.
Se habla, habla
y habla de esa entelequia vacua y, entretanto, no se dice nada de hechos de
peso real. Por ejemplo: nadie comenta que ese mismo Zaplana, que ahora asegura
muy solemne que es inaceptable entrevistarse con terroristas, recibió no hace
tanto, siendo presidente de la Generalitat valenciana, a una delegación de las
Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, catalogadas como terroristas en
todas las listas al uso (o al USA). ¿Da igual eso? ¿Da igual la evidencia de
que el Gobierno en pleno mintió consciente y voluntariamente a la ciudadanía
para justificar la guerra de Irak? ¿Da igual que el ministro de Defensa
limosnee a una periodista que le pregunta por una de sus ya incontables
mentiras? ¿Da igual que Manuel Fraga, presidente de honor (¡de honor!) del PP,
diga que es lógico que algunos dirigentes de la oposición sean sometidos a
espionaje por los servicios de Seguridad del Estado, justo antes de preocuparse
por el mal estado de una carretera en la que él ha tenido un problema? ¿Da igual que se demuestre que el
presidente de la Diputación de Castellón tiene intereses económicos en media
provincia y no los declara a Hacienda?
Pues, por lo visto, sí. Y eso es lo que me
produce una fuerte sensación de irrealidad.
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