Desconectar

 

Voy a aparcar durante un tiempo estas tibias e inocentes críticas del engendro televisivo. Me olvidaré durante una temporada de  Terelu, Ana Rosa, Chicho, el abuelo de Chechu que sale en UPA Dance, la chacha de Ana y los siete, el chucho de los Simpson y el portero chachi de Aquí no hay quien viva. ¡Menudo chocho!, con perdón. 

Aunque parezca mentira, la puñetera hipoteca, una úlcera sangrante provocada por la necedad política de los desalmados que nos gobiernan, me deja aún un resquicio para precipitarme al descanso veraniego. Cada vez que pienso lo que tendré que devolverle al banco durante los próximos treinta años, se me pone una mala leche infinita. Para colmo, las apariciones televisivas del pijolín pijolero  de Miguel Sebastián no ayudan, no. Ni lo más mínimo.  Cuando conocí al actual insensible asesor del sensibilísimo Zapatero, ya paseaba su figurín de profesor guay por la Facultad de Empresariales a bordo de un BMW. Entonces era mi profesor de Introducción a la Economía. Hoy, casi 15 años después, siento que este elemento me saca a hostias de la Teoría Económica en la que trató de introducirme. Para el amigo Sebastián esto del sufrimiento humano motivado por la falta de guita se arregla cogiendo cuarto y mitad de un par de  variables macroeconómicas, agitándolas  y presentándolas finalmente  en un cóctel elemental. La cosa es cuestión de fórmulas, de decir en voz alta  “abracadabra” mientras se corrigen unos desajustes con la teoría personal de este liberal vestidito de cordero.  Más vale que Zapatero no le haga mucho caso, porque de lo contrario, igual éste es mi último verano lejos de casa.

Mis sueños de estío son poco pretenciosos;   me conformaré con llevarme bajo el brazo alguna obra de Saramago,  y pasaré las horas muertas escuchando el leve oleaje moribundo. Supongo que también  a los niños plomizos de turno corriendo y chapoteando encima de mis narices, llenándome la toalla de tierra, agua, rastrillos y conchas,  y edificando el castillo más grande del mundo justo a mi lado. No me quedan fuerzas para el turismo de museo, caminata y plegaria, así que salgo escopetado, directo al cobijo que me ofrece una sombrilla. Entre baño y baño procuraré prestar atención  a los libros que se agolpaban en el debe de mi conciencia. Me llevaré una biografía de Herodes. Por si las moscas.

 Creo que pasaré buena parte de mis vacaciones sin contemplar las denigrantes escenas que se han convertido ya en pestilente rutina en nuestra televisión. Si acaso, me vestiré de aficionado envidioso y contemplaré el juego de las mejores selecciones europeas. Ver jugar a Zidane, Nedved, Van Nistelrooy, Ibrahimovic, Henry, Figo y Carvalho es una delicia. Joder, nos van a hacer más internacionalistas a fuerza de disgustos futboleros patrios. Ahora ya no queda otra que decantarse por otras selecciones. La Marsellesa suena bien, o sea, que Francia tiene su cosa, pero uno tiene por costumbre desear la victoria del más débil, así que, ¿por qué no apostar por Chequia o Dinamarca?

En fin, ustedes me disculparán este periodo de abstinencia. Se quedan sin la crónica televisiva semanal de este humilde jacobino.  Bueno, no nos engañemos, no creo que me echen de menos:  ustedes forman parte de ese grupo de personas que no acostumbra a ver la televisión. Vamos, como yo.

 

Para escribir al autor: Marat_44@yahoo.es

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