Antena 3: Arrás
Negar la evidencia ni siquiera es un ejercicio sano. Las cosas como son: sin la publicidad, las televisiones ofrecerían la misma imagen agónica que un pez fuera del agua. Las cadenas agitan sus bolsillos repletos de monedas gracias a los anunciantes; es su medio de subsistencia.
Existe una legislación que regula los tiempos máximos permitidos para la emisión de anuncios publicitarios, pero no parecen tomarla demasiado en serio. Total, las sanciones son ridículas en comparación con el beneficio que obtienen gracias al incumplimiento de la normativa. No existe la proporcionalidad de la sanción. Para las empresas anunciantes, y por tanto para las televisiones, el espectador no es más que un animal consumidor.
Lo de los anuncios da para un ensayo de aúpa. No voy a dedicarle demasiado tiempo. Profesionales del sector que dispongan de mayor conocimiento sobran. Además, mi intelecto no da siquiera para comprender los anuncios de compresas. Pero déjenme que me desahogue en algunas líneas.
Resulta evidente que las empresas se apoyan desde hace mucho tiempo en figuras relevantes para anunciar sus productos. A mí me resultaba realmente chocante que un jugador como Emilio Butragueño acudiese a casa con sus amigos y le colocase a su madre el marrón de tener que preparar la merienda para todos. “Vengo con mis amigos a tomar Caoflor”, creo recordar que decía el ex jugador del Real Madrid. Claro que la imagen de Alfredo Di Stéfano se utilizó para vender medias a las señoras en plena década de los sesenta.
Parece perfectamente legítimo que un famoso nos recomiende con entusiasmo desayunar con esto o lo otro, beber este refresco, incluso calzarnos aquellos zapatos. Si le pagan bien, pues fenomenal. La audiencia, los consumidores buscan en muchos casos compartir gustos, preferencias y privilegios con sus ídolos, o simplemente adquirir los mismos productos que se supone que consumen las personas de mayor reconocimiento o éxito. No hay un análisis real de la situación. No se detienen a pensarlo. Se tragan que José Coronado esté todo el día dándole al bífidus, o que la menstruación sea casi La Verbena de la Paloma para las adolescentes. Algunos spots se han convertido incluso en un referente tradicional. Pensemos en las burbujas Freixenet o en la cancioncilla de ese spot en el que alguien siempre vuelve a casa por Navidad para jalarse el turrón ajeno y cenar de gorra.
Otros insisten en los sorprendentes beneficios de un producto. Por ejemplo, a Matías Prats le tiene que ir de cine con esa cuenta ahorro que anuncia constantemente. El tío está encantado de la vida. Lo de las cuentas ahorro le da mucha más alegría que presentar esos telediarios mundanos repletos de morgues y goles. Y es que después de hincharse a recomendarnos que jugásemos a la quiniela (“Juega millones”, nos animaba), ahora, Matías Prats jr. se preocupa por nuestros ahorros. Bueno, de los ahorros del que los tenga.
Esos casi cuatrocientos empleados de Antena 3 a los que van a dar una patada en el culo también tienen preocupaciones. Y también relacionadas con los ahorros y las quinielas. Es de suponer. Y no digamos Sáenz de Buruaga. La de quinielas que puede rellenar con sus seis millones de euros.
Recientemente, me ha llamado mucho la atención ver al ex copiloto de rallys Luis Moya, compañero de fatigas durante muchos años de Carlos Sáinz, anunciando productos varios en la pequeña pantalla. Abandonado esta temporada por la que parecía ser su pareja vitalicia, el extrovertido copiloto gallego se hace con unos ingresos extras gracias al aprovechamiento que de su popularidad hacen algunos anunciantes. El particular léxico del mundo del rally y la impresionante forma de manejarlo de Luis Moya lo convirtieron en un personaje imitado hasta la saciedad en varios programas de radio. La cosa tenía su gracia... hasta que dejó de tenerla. No obstante, en su primer año fuera del coche de competición, Moya se ha convertido en un hombre anuncio. Pero esta vez en la televisión, que va en otra onda. Lo último que nos vende es una colección de piezas de Scalextric. El spot termina con la voz de Moya entonando su celebérrimo “Arrás”.
No seré yo quien se gasté los cuartos en ese Scalextric. No pienso coleccionar dedales, ni cascos de guerreros, ni cochecitos antiguos, ni Mariquitas Pérez. Pero el anuncio de Moya me hace gracia. Su sello inconfundible resulta ser ese “arrás”. Y qué importante resulta poseer un sello propio.
Yo sigo buscando uno que produzca los mismos rendimientos que el de Sáenz de Buruaga. “Así son las cosas y así se lo hemos contado”*, sentenciaba a la conclusión de sus informativos. Hizo bien los deberes. Los cuatrocientos de Antena 3 a los que dan la patada en el culo harán más caso esta vez al “Arrás” de Luis Moya. Está claro que deberán sujetarse bien. Vienen curvas.<
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* Nunca he sabido cómo son verdaderamente las cosas,
pero si alcanzara a saberlo, soy consciente
de que no podría contárselo tal cual. (Nota del autor)
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