Ni moda ni gaitas
Se encuentra estos días el Real Madrid en el Lejano Oriente tratando de vender camisetas y, de paso, jugando al fútbol. Algunos medios de comunicación, cadenas de televisión incluidas, ayudan al club merengue en sus pretensiones con los trapitos. De cualquier detalle nimio crean una noticia. De cualquier anécdota.
Resulta que ahora en China se ha despertado el furor por llevar el mismo corte de pelo que Beckham. Eso dicen. Tres informativos distintos incluyen esta información en el tiempo dedicado a los deportes –que es un decir, porque no hay vida más allá del fútbol- ¡Qué demonios de moda de peluquería ni qué gaitas! Se trata sencillamente de la imagen de un aficionado , cliente, o como se le quiera llamar, sentado en una peluquería con unas fotos del jugador británico en las manos. Pero es siempre la misma imagen. No existe tal moda . Son imágenes de una agencia de información. A partir de ellas se infla el globo, para regocijo de don Florentino, y se rellenan los minutos de información presuntamente dedicada al deporte. La exageración se vende en el top manta del periodismo. Si es una moda, ¿por qué no aparecen cientos o miles de aficionados rapados como el nuevo icono merengue? ¿Por qué no nos venden imágenes de una factoría china con obreros peinados como el Spice boy? Pues porque los chinos pasan, por más que los medios se empeñen en falsear la realidad.
Cada día tengo más claro que no se miden las palabras en los telediarios. Especialmente en esos que se encuentran más predispuestos al servilismo que a la labor informativa. Tampoco se “miden” las cifras. Así, la presentadora de uno de tantos informativos se marca impunemente la siguiente perla: “Unos mil millones de chinos presenciaron el encuentro del Real Madrid en Beijing a través de la pequeña pantalla”. Hala, mil millones, venga, récord de audiencia de la historia de la televisión en China. Venga, mil millones y tirando por lo bajo. Claro, casi el 85 por ciento de la población china estuvo pegado al televisor desatendiendo toda clase de tareas. Los ancianos, los niños, los enfermos en los hospitales, los trabajadores con turno de noche, los servicios de urgencia, los presidiarios... China entera. Mil millones. Y la locutora se quedó tan campante, tan ancha.
Si los contenidos televisivos son el reflejo de las preocupaciones de la audiencia, apañados estamos. Que vamos por buen camino, vaya. La teoría de la evolución yace hecha añicos, mientras una legión de clones camina por ambos lados de la calle, sin rifles, pero con la revista del corazón bajo el brazo. Demonios, el personal está en un sinvivir a causa de las desventuras de Chiquetete, acusado de ser un gallito, un peso gallo en el cuadrilátero de los malos tratos. Las masas se paralizan, sin rebeliones por medio, cuando se vislumbra un nuevo episodio de los líos de la familia Pajares. El protagonista de cintas históricas como “Los bingueros” es el cabecilla de un clan que ya quisiera para su pluma un guionista de cualquier serie B. La clientela más feliz y predispuesta al consumo compulsivo se lanza en tropel a la caza de los discos de Dinio, capaz de convertirse en fenómeno mediático, en cantarín de postín y en un donjuán de tres al cuarto con mitos fálicos incluidos. Se cuentan por miles los seguidores de la compleja trama montada alrededor de un domador indomable casado con una mujer bárbara. A él lo echaron a los leones y le montaron un cristo de mucho cuidado. A ella, con lo de su apellido... Mejor lo dejamos.
Y así todo. Se sigue con devoción infinita el ir y venir de personajes zafios y rancios. Personas que ni siquiera destacan en el ejercicio de ninguna profesión. Simplemente se han convertido en máquinas mediáticas, en espabilados, en granujillas, en encantadores de serpientes. Los periodistas de este apartado tan sugerente de nuestra sociedad se amontonan en busca de una silla en cualquier tertulia o avispero. Se proclaman periodistas del corazón. Las arritmias se suceden al tiempo que el mal gusto se acomoda en el trono. ¿Corazón? Los rumores han sucedido a la noticia contrastada. Ya no es necesario el esfuerzo. Se vilipendia, se insulta, se difama a los cuatro vientos. No hay mayor problema. Hoy, que te insulten en la caja tonta es la mayor garantía del éxito. Y si no, que se lo pregunten a Enrique del Pozo, quien dice ser artista –no sabemos de qué arte- y “una puta más de este país”.
Pues eso.
Jesús Gil y Julián Muñoz protagonizaron un lamentable y rentable espectáculo el pasado sábado en esa ensaladera del mal gusto llamada “Salsa Rosa”. Ambos pusieron en evidencia que no hay quien pare ya la consagración de este nuevo romance. No, no es que ambos filántropos hayan declarado su amor en público –ellos han vivido sus aventuras y sus rupturas, pero dentro del marco político-. La pareja del verano está formada por la política y la televisión. Telebasura y política basura se encaminan hacia el altar. Miles de invitados encargan ya sus vestimentas. La boda se ha confirmado. En enlace promete ser espectacular.
Las muestras de cariño se sucedieron en la Asamblea de Madrid. La fauna ibérica que ha ido desfilando en las comparecencias ha conseguido divertir al pueblo. Ya sólo nos falta el pan. Algunos personajes parecen salidos de un cómic.
Lo de Gil y Muñoz con Marbella –más bien con su suelo- por medio ha sido la confirmación definitiva. Los novios se quieren, se desean.
Eso sí, a la novia que no se le ocurra ir de blanco, porque virgen, lo que se dice virgen...
Me cuentan que una joven promiscua –polémica donde las haya- recibe periódicamente la llamada del director de un programa nocturno para que acuda a él a cambio de 1.800 euros diarios. La joven, a la que se relaciona con diferentes varones de toda índole –y demarcación en el campo de juego- sólo tiene clara, según su confesión, una cosa: debe resultar pueril, mediocre y montar el pollo.
Es una profesional. Siempre vuelven a llamarla.<
Para escribir al autor: Marat@navegalia.com
Para volver a la página
principal, pincha aquí