La caverna
En un ejercicio endógamo-antropofágico, las televisiones se han puesto de acuerdo en robarse las imágenes más llamativas, deslumbrantes, repugnantes e insidiosas; han convenido en tomar las unas de las otras todo aquello que resulte desagradable, sorprendente, insultante o desternillante. Se junta todo en un frasco, se remueve y se sirve en copa bajo un formato colorista, para goce de los adictos. Así, los espectadores más inquietos, aquellos que gustan del zapeo más rudimentario, pueden ver esas impactantes imágenes cinco o seis veces por semana. La mezcla es explosiva. Lo mismo da mostrar al niño iraquí sin brazos, seguido del beso de Tamara con un peluquero, que la reproducción de la rata congoleña en noches de luna llena en años bisiestos, seguida de dos niños mexicanos que bailan en un plató hasta marearse y dar con sus testas en el suelo. Se puede presenciar el último error de un presentador del telediario, o el gallinero de turno de cualquier seudo debate del paleolítico televisivo. Sí, uno se queda de piedra.
Este regusto por la reiteración es tan conformista como rentable. El programa cuesta dos duros –me niego a decir seis céntimos de euro-, y está hecho de retales de infamia, insultos, tirones de pelo, eructos, gansadas, Dinios, Pocholos, bidés, Yolas y chascarrillos. Imágenes morbosas sazonan este revuelto de calamidades ajenas y propias deparando un guiso que es devorado por los aduladores de esta prole convertida ya en secta religiosa. Los teleadictos aceleran el proceso de destrucción de sus neuronas. Las envían al frente, a primera línea de combate. No podrán decir que ellos no enviaron sus naves (neuronas) a luchar contra los elementos. El Réquiem propone una sintonía acorde para despedir a todas las que murieron en el combate a manos de los programadores, de los anuncios de perfumes, de las series indefinibles, de los telefilmes irreales basados en hechos reales...
Estas moviolas del esperpento diario redundan en la desesperación de quienes aún confían en encontrar en el televisor historias formativas o educativas, tramas inteligentes, guiones verosímiles, interpretaciones decentes, debates sugerentes, historias creíbles. Lo que se constata es que el morbo nos devuelve a la caverna. Y no precisamente a la del mito platónico, sino a Atapuerca. ¡Y pensar que somos el Homo sapiens!<
La televisión se convierte en ocasiones en una pecera donde se mueven sin descanso llamativos peces de colores. Mientras el pasado sábado Zidane y Luis Enrique se decían en la oreja cuánto se querían el uno al otro, Makelele le tiraba de los pelos a Motta, Pujol se graduaba en arte dramático, y Gabri, Raúl, Bonano, Hierro y otros feriantes se comportaban como cualquiera de los extras de una peli de piratas. Todos completaban una versión libre del anuncio de Pepsi, con muchas burbujas y poca ficción. El Bernabéu se convirtió en el salvaje Oeste, con mucha mayor fidelidad ambiental que en el anuncio de la bebida gaseosa, y con un sheriff timorato, huidizo y desmemoriado, incapaz de reconocer tras la gresca quién fue quién y quién hizo qué.
Mientras en un rebaño se acordaban de la ascendencia del azulgrana Luis Enrique, en la Ciudad Condal en más de un gallinero hacían los propio con la de Ronaldo y la de Figo. Cada afición mostraba sus colores; cada peña degustaba la tortilla y la empanada cocinadas para la ocasión. Otra peña, la que acude al palco del estadio madridista, envuelta en opulencia, beatitud e insolencia pasiva, degustaba los canapés y se prodigaba en tertulias de comisiones, bombones marbellíes y recomendaciones para los hijos de terceros. Una corte de pelotas persigue al presidente blanco con reverencias dogmáticas en busca de su favor. Fervor a cambio de favor.
Al tiempo, en un museo viviente de la rareza, se expone una peña única en su especie. Está formada por un nutrido grupo de idealistas, de conquistadores que aún buscan la Atlántida. Parecen salidos de un misterioso meteorito recién llegado a la Tierra. Están viendo el Madrid-Barça y no les importa demasiado qué equipo gane. No festejan especialmente el gol de Ronaldo, y permanecen impávidos ante el de Luis Enrique. Les da igual. Les importa un pito, nunca mejor dicho, porque ellos forman una peña, la peña del árbitro que sopla el pito para poner orden entre los millonarios del calzón corto. Cambian los gritos contra Luis Enrique o Figo por un “Tú, tranquilo, no te compliques” o un “Muy bien, muy bien, es fuera de juego, muy bien, acertaste, sigue así”. Verlo para creerlo. Lo vemos y lo creemos porque nos lo muestra la televisión. Igual la cosa se extiende y dentro de unos meses nos podemos abonar a Teleárbitro. Por eso la tele es como una pecera, una pequeña muestra de los misterios del fondo del mar, una pequeña muestra de la naturaleza humana con todas sus extrañezas.<
“Póngame cuarto y mitad de entrevista, que llegan las elecciones y la cosa está mu malita”, se oyó. TVEVB (*) preparó el interrogatorio con pleitesía y algo de servilismo. No podía esperarse gran cosa, resulta obvio, pero el baño de fragancias que se dio Aznar el lunes en la tele de todos fue la releche.
Empezó el show con una rápida visita guiada a Mesopotamia. “Después de esta intervención el mundo es más seguro”, dijo el presidente con ese acento tejano que se reserva para los momentos trascendentales. Sí, el mundo será más seguro, pero 122 personas murieron en las “seguras” carreteras españolas durante la pasada Semana Santa. El mundo será más seguro, pero cada cuatro segundos un ser humano se convierte en cadáver por inanición. El mundo será más seguro, pero la criminalidad crece en la capital de España. El mundo será más seguro, pero nadie sabe dónde están Ben Laden y Sadam. El mundo será más seguro, pero la amenaza de ETA sigue estando presente. El mundo será más seguro, pero debe ser en casa de los Aznar.
“Nuestra seguridad ha sido salvaguardada. Los intereses de España han sido bien defendidos”, prosigue Aznar. Las preguntas no le inquietan. Son caricias. Y si alguna no le gusta, pues no la responde, sin más.
“Ahora lo que hace falta es que la estabilidad en la zona (Irak) sea una estabilidad general”, afirma. Sí, lo que verdaderamente hace falta es agua y alimentos. Irak vive cualquier cosa menos estabilidad. Los chiíes se manifiestan en contra de la ocupación estadounidense, y las mafias son las grandes beneficiadas en un mercado tan negro como el futuro de este Irak liberado.
“No puede haber estados que tengan vinculaciones con el terrorismo, como es el caso de Irak. (...) Estamos descubriendo muchas cosas en Irak. No se ha hecho más que empezar. Estamos absolutamente convencidos que (sic) esas armas, que existen, acabarán apareciendo”, dijo Aznar. No vendría mal que el presidente del Gobierno nos aclarase a los españoles cuáles son esas vinculaciones y esas conexiones. Quizá los entrevistadores del banquete en TVEVB lo tengan muy claro, pero somos millones los que desconocemos esos datos. Bueno, para ser sincero, Baltasar Magro le dijo que esas vinculaciones no son tan patentes. Aznar salió por peteneras: “Lo que yo he insistido mucho (sic) es que el terrorismo en nuestra principal amenaza. Un país como España no puede ser insensible a eso”. Y tan campante. Ni que decir tiene que el periodista no volvió a repetir la pregunta.
Después, lo previsible, el guión al pie de la letra: Arzalluz, Ibarretxe, los socialistas, los comunistas, las nubes negras del horizonte económico (Urdaci dixit)...
Lo mejor, el final. Épico, trascendente, noble, perspicaz, demoledor, rotundo, magnífico, sobrio. Urdaci le dice que cómo lleva ese proyecto de no presentarse –¿proyecto?– a las próximas Elecciones Generales, y Aznar responde: “Confío en España y confío en los españoles”. ¡Toma ya! Sí, está claro que confía en los españoles. En todos, menos en los nacionalistas vascos, los nacionalistas catalanes, los socialistas, los comunistas...
Dicen que en La Moncloa están descolgando los cuadros de Carlos IV, Cánovas y Castelar, y que en su lugar están poniendo los de George Washington, Jefferson y Bush. ¿Acabaremos poniendo en los billetes de Euro “In God We Trust”?<
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(*) TVEVB: siglas de Televisión
Española Va Bien.
Para escribir al autor: Marat@navegalia.com
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