Una gran derrota
¡Qué verano! ¡Qué hartazgo! Este mundo vive atolondrado en un bucle melancólico. El Gran Hermano que describió Orwell se va a quedar en un gilipichis, comparado con lo que nos tienen preparado esos mamarrachos del G-8. “Menor libertad a cambio de mayor seguridad” es el lema que brilla en los ojos de las alimañas dominantes. Es el día de la bestia, llega el 666 maldito y se pone uno, ya ven, tontamente apocalíptico. Se acerca el asalto definitivo a las libertades. Se cumple la profecía, mientras el rebaño asiste sin ton ni son desde el redil a la actuación de la charanga.
“Defender nuestro modo de vida”, éste es el argumento blindado y estelar de los amos del mundo. Antropología pura y dura. El monolito de Kubrick es ahora más que nunca ciencia ficción. La fe yace en la cama de un hospital, víctima de un coma etílico.
Los bufones bailan alrededor de la hoguera. El rey se divierte, que dijo Víctor Hugo. Luego Verdi le puso música y nació Rigoletto. La fatalidad se centra en el personaje diminuto y marcado a fuego por el odio. Me recuerda a un gran frustrado, a un personaje también diminuto. ¿Cómo es posible que el nefasto y caricaturesco Aznar se pasee de foro en foro, edulcorado por abrazos sarnosos, besuqueado por señoras de permanente y catecismo, ovacionado por tardofranquistas venidos a menos, rociado de babas de engominados mequetrefes, como si de un Moisés en madera salido de Ikea se tratase? Sí, ponga un Aznarito en su vida; usted se lo lleva, se lo monta, lo barniza y lo coloca en la estantería del salón. Muy apañado el Aznarito. “El mundo es ahora un lugar más seguro”. ¿Cómo tiene el descaro de ir vomitando conferencias por ahí un tipejo capaz de soltar tal mamarrachada? Definitivamente, señores rezagados, este hombre es un peligro público.
Miles de muertos en Irak, coches bomba en Egipto, Turquía, Bali. Pánico en Londres, dolor en Madrid, conmoción en Nueva York. Eso sin contar las matanzas diarias que tienen lugar en localidades del planeta que pocos sabrían localizar sobre el mapa. Los muertos llevan etiquetas de diferentes colores según su peso en los medios de comunicación, según la conmoción que despierten en el “mundo desarrollado”. Y ésta es una lectura generosa de la situación; es muy probable que algunos muertos dejen de existir –qué puñetera paradoja- incluso para las estadísticas del dolor y para los maquetadores de los periódicos. ¿Se han fijado qué lugar ocupa en cualquier diario de prestigio una noticia sobre el asesinato de decenas de civiles en Níger?
Vivimos la maldición de las Azores. Sufrimos las consecuencias de dejar en manos de personas como Aznar las riendas de los gobiernos de nuestros países. Bush, Berlusconi, y Blair comparten con él una concepción del mundo en la que el pez grande se come al pez chico y luego le eructa en la cara a la viuda. Y claro, no esperarán que una piraña se deje devorar sin más. Zapatero, seamos sinceros, probablemente ni siquiera tenga una concepción del mundo. Y los rubalcabas y hernandos de nuestro cuadrilátero nacional tampoco están para mucha teoría política.
Con este panorama terriblemente desolador y desesperanzador, fluyen la verborrea y la gonorrea intelectual de los que apoyan la cacería, el imperialismo y las desigualdades. “No nos intimidarán. No nos atemorizarán. No cambiaremos”, dice Tony Blair. Yo debo ser un cobarde de tomo y lomo, pero, de vivir en Londres, les aseguro que cogería el Tube con algo más que congoja. Y, por supuesto, pensándome muy bien –lo señalaba el otro día Ortiz- qué ropa ponerme. Siete balazos en la cabeza de un brasileño con el visado caducado es suficiente metal como para que uno tenga doble intimidación, doble temor y doble cuidado a la hora de mirar con un ojo las mochilas abandonadas y vigilar con el otro las actitudes de policías que pueden convertir en sospechoso al más pintado. Londres es a esta hora el escenario de un western.
Volvamos al triste Aznar, al rencoroso Aznar, al derrotado y amargo Aznar. Retomemos la siniestra escena de los dueños del mundo, de Bush y el vasallo Ansar con los pies encima de la mesa. “Estamos en guerra”, sentencian. El presidente del Tribunal Supremo, Francisco José Hernando le pone apellidos: “Es la tercera guerra mundial”. ¿Por qué habla entonces el controvertido responsable del poder judicial en España de terrorismo y no de ataques de las tropas enemigas?
Les falta, en definitiva, a los Aznar, Bush, Blair, Hernando y demás tropa aclararnos quiénes nos han metido en esta guerra. Quizá la conclusión sea tan simple como triste: no saben reconocer que están perdiendo todas y cada una de las batallas que ellos mismos han empezado. Eso sí, con nosotros viviendo las escenas desde las trincheras.
Para escribir al autor: Marat_44@yahoo.es
Para volver a la página principal, pincha aquí