La carne podrida
Hoy estoy especialmente irritado, les advierto. Aunque se preguntarán ustedes, y con toda lógica, cuándo no lo he estado. Nací cabreado, tuve una infancia malhumorada, una juventud de indignación permanente y en estos tiempos que ahora me toca sufrir me ahogo en un malestar fulgurante, que pica, que jode, en una palabra. Me revuelve las tripas ver cómo se las gasta el nuevo facherío con el rosario en una mano y el palo en la otra. Los nietos adoptivos del caudillo aclaman a Acebes y la emprenden a golpes –cuando menos dialécticos– con un señor de derechas apellidado Bono. No les gustan las medias tintas. Ya lo dijo Vázquez Montalbán: “No olvidemos que el franquismo ganó la Guerra Civil, ganó la posguerra civil y todo indica que ha ganado la segunda transición y los franquistas, día a día, van siendo más conscientes de que en el siglo XXI aún puede irles mucho mejor”. Y como el fin justifica los medios en su doctrina de águilas imperiales, esvásticas, churros y merinas de xenofobia, racismo y homofobia desatada, pues leña al mono, al moro, al sociata desnaturalizado y a los “maricones” a base de mamporros, lindezas de toda índole y escupitajos intelectuales a la sombra de un collage de aforismos de Ramiro de Maeztu, Aznar, Onésimo Redondo y Escrivá de Balaguer (que ni era Escrivá ni de Balaguer). La gangrena reaccionaria sacude que da gusto desde su atalaya de pan de oro. Los profetas, los pastores y los reptiles del fondo vociferan las consignas del capitalismo redentor. Los neoliberales ganan terreno en las columnas de los periódicos y aplauden el canibalismo de un mercado supuestamente inteligente. (Algún día escribiré “El Manual de supervivencia del puto becario”, grandes damnificados del esperpento laboral, pero aún es pronto)
Tan inteligente es el mercado, que prima espiritual y pecuniariamente la orquestación de estos proxenetas de la indecencia. La ética, su ética, acude de camastro en camastro en busca de un revolcón que sacie los instintos primarios del personal, del votante, del currito, del obrero mondo y lirondo, del populacho, del vulgo, de la sombra chinesca del proletariado esfumado y revenido. La prostitución existe porque tú pagas, nos berrean luego desde un púlpito putrefacto. ¿Y qué nos dicen de la prostitución moral?
Esta noche tengo la posibilidad de elegir entre una entrevista a Ana Botella o la película “El Acorazado Potemkin”. Mi vena sadomasoquista me predispone para lo peor. Busco emociones fuertes y abro bien los ojos ante la sonrisa de pose de la señora del patético Aznar. La laca ha causado estragos. El tenor Plácido Domingo aparece al lado de doña Ana. Es un convidado de piedra, la cosa de la tele ni le va ni le viene, va a pasar página cuanto antes, se le nota despreocupado y zascandil con el medio. Julia Otero, la entrevistadora, va conformando una entrevista estéril, complaciente, cursi y pelota. Es el perfil del talante PSOE tatuado en las formas y en fondo de un periodismo marchito.
“Me enamoro de lo que hago en cada momento”, suelta Ana Botella. Pues qué divertido tiene que ser para ella vaciar el vientre. ¡Qué aroma de pasión y entrega a la causa! ¡Qué enamoramiento orteguiano! Doña Ana, al defecar, es ella y su circunstancia. (Esto me está quedando muy escatológico, pero espero que el ejemplo sea revelador de las gilipolleces que se sueltan en la tele.). Ana se enamora de su circunstancia en cada momento. ¿Qué coño significa eso de enamorarse de lo que uno hace en cada momento?
Cada frase de la concejala de malestar social del Ayuntamiento de Madrid tiene como colofón una sonrisa olímpica, como de 2.012 kilates. “La libertad es algo interior”, dice convencida, en un arranque metafísico de toma pan y moja. O sea, que los grises podían estar dándote de hostias, pero interiormente eras libre. Y así, con esa profundidad argumental, llegó la condescendiente Julia Otero (sus cerezas están en el cementerio, como las de Gabriel Miró) al asunto de la tensión Gobierno-Iglesia. Y ahí despertó el tenor, desgraciadamente, para desafinar, para hacer sonar la flauta mágica de una ortodoxia casposa. Ana Botella, envalentonada y arropada, se comportó como una soprano irreverente y la ópera bufa del dúo dejó encantada a una aséptica e inoperante presentadora venida a menos con los años. El discurso de la pareja de invitados resultó desesperadamente rancio. Cuando le preguntaron a Anita Botella por los matrimonios entre homosexuales, sacó a relucir otra aportación filosófica: “No son lo mismo dos peras o dos manzanas, que una pera y una manzana”. ¿Pero qué tiene que decir Mrs. Bottle de las manzanas podridas? Espejito, espejito.
Lo dejo por imposible, ahora necesito una infusión para adecentar mis maltrechas tripas. Viajo hasta el cine inmortal de Eisentein. En el acorazado Potemkin un grupo de marineros se rebela contra sus mandos. Les quieren obligar a comer carne podrida. Los rebeldes van a ser fusilados, pero los marineros se unen al grito de “camaradas” y protagonizan un motín que encontrará la solidaridad del pueblo de Odessa. Espíritu de revolución, aromas de inconformismo, apoteosis histórica, emociones y sensibilidad estética, genialidad artística, exaltación del ensayo revolucionario, inconformismo, rebeldía, decencia, dignidad... El filme soviético sigue siendo, pese a las mil y una caídas de los muros y los telones de acero, un hito de la cinematografía. ¡Qué ensoñación! ¡Qué utopía!
Ya no nos rebelamos cuando nos dan de comer carne podrida.
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