El clérigo radical

 

A estas alturas de la película nadie ignora que la nomenclatura que emplean los medios de comunicación no es gratuita ni aleatoria: su elección obedece a ciertas consignas políticas que dictan los que mandan (si me permitís la generalidad) y la prensa utiliza los términos suministrados con plena conciencia de lo que hace en algunos casos, y tal vez en otros sin pararse a pensar demasiado en lo oportuno de su uso. Me refiero, como habréis imaginado, a las locuciones tipo “los terroristas iraquíes”, empleada al hablar de los resistentes en Irak, o la famosísima “daños colaterales”. Hoy voy a centrarme en una locución que me tiene particularmente indignada, desde que oí este verano calificar de tal modo a Moqtada al-Sadr, el líder chiíta que tiene frito al ejército estadounidense. Se trata de “el clérigo radical”, sintagma singularmente fastidioso por dos razones:

1) Se emplea para definir a líderes religiosos musulmanes, y sin embargo el término “clérigo” -un cultismo la mar de antiguo, proveniente del latín “clericus- siempre se ha utilizado, como recuerda el DRAE, para (a) hablar del que “ha recibido las órdenes sagradas de alguna religión cristiana” o bien, y como mucho, de (b) “en la Edad Media, hombre letrado o docto”, significado que aquí no debe aplicarse, en principio porque no estamos en el Medievo, y además porque no tiene ningún sentido colocar la palabra “radical” en unión de un vocablo que equivalga a tan nobles epítetos, viniendo de quien viene. ¿De dónde proviene, entonces, este uso tan novedoso de tan vetusta palabra? Del inglés, naturalmente. En este idioma, el de Bush y Blair, la palabra “cleric” sí se refiere a los miembros del “clergy” (“clero”), que abarca mucho más que su casi homólogo en castellano: según el Merriam-Webster, la segunda acepción del término es “the official or sacerdotal class of a non-Christian religion (“la clase oficial o sacerdotal de una religión no cristiana”). Parece evidente de dónde ha salido el nuevo significado.

2) La otra parte del fastidio me viene de este uso faccioso del término “radical”. Se trata de agitar las conciencias de la población, trayendo a sus mentes la imagen de hombres sedientos de sangre, que no paran mientes en conseguir sus perversos y despiadados propósitos, malvados y bellacos como ellos solos. Con un poco de suerte, si queda claro que los enemigos de uno son la reencarnación del mismísimo demonio, a uno lo dejan matar todo lo que quiera, pueda o necesite. En lo que a mí se refiere, nunca me ha importado que me llamen “radical”: no encuentro nada de malo en que uno quiera llevar sus ideas (si son como las mías) hasta las últimas consecuencias. Lo malo es cuando un presidente de Gobierno derechista, o un psicótico, o cualquier personaje lesivo para el resto y que tenga capacidad para salirse con la suya, es un radical. Ahí sí hay un problema. Y una paradoja, porque son precisamente tales elementos los que contemplan que ser un “radical” es una cosa feísima.

En Fuengirola, provincia de Málaga, vive un hombre al que si no lo han llamado “clérigo radical” es porque en Estados Unidos no saben de su existencia. Se trata del imán de dicha localidad, Mohamed Kamal Mostaza, al que no se le ocurrió otra gracia en los tiempos que corren que dejar escrito en un librito llamado “La mujer en el Islam” cómo hay que tratar a las mujeres. Fuera de las interpretaciones que se den al texto (hay expertos que afirman que la traducción por la que el juez lo condenó a 15 meses de prisión, por un delito de “provocación a la violencia por razón de sexo”, es tendenciosa e incorrecta), parece evidente que Kamal metió la pata de una manera importante. Por la inoportunidad y por el contenido de lo que escribió, así sea sólo porque es realmente molesto que este señor venga a contar a su parroquia cómo tratar a las personas de mi género, de esa manera tan, como mínimo, condescendiente con las mujeres, cuando no -está por probar- alentadora de malos tratos. Ahora bien: es una auténtico despropósito meterlo en prisión, y una buena noticia que la Audiencia de Barcelona haya ordenado su inmediata puesta en libertad, habida cuenta de que el imán ha expresado públicamente su arrepentimiento en unas sentidas declaraciones en las que afirmó cosas como ésta, que no dan lugar a dudas: “Es por ello que quiero hacer pública manifestación de mi total condena al maltrato de la mujer y pedir disculpas si lo que escribí al respecto haya podido ser malinterpretado y sentido de manera diferente a lo que arriba expreso”. Hay que tener en cuenta, también, que el Código Penal español prevé una pena alternativa cuando la sentencia es inferior a tres años de prisión. El auto liberador considera que el encarcelamiento del imán no beneficia su reinserción y recuerda que “las penas privativas de libertad están orientadas a la reeducación y reinserción sociales”. A este hombre se le puede acusar de una porción de cosas, pero no de socialmente peligroso, como adujo el fiscal que defendía su encarcelamiento.

Sin embargo, hay por ahí suelto un clérigo católico muy radical al que yo personalmente considero todo un peligro público: se trata del obispo de Mondoñedo, José Gea Escolano. Habla y escribe sin parar todo tipo de estropicios fascistas, con mucho mayores frecuencia y contundencia que las del imán fuengiroleño, y sin embargo a ningún fiscal le ha dado por perseguirlo (si hay algún fiscal en la sala, lo animo a que actúe de oficio). Es una injusticia palpable. No es que yo crea que es conveniente meter entre rejas al Sr. Gea -¿para qué?-, pero caray, algo habrá que hacer para que deje de decir barbaridades, o para que, al menos, haga público algún arrepentimiento por haber mostrado su comprensión hacia los curas que abusan sexualmente de las monjas en los conventos (“donde hay hombre, puede haber lo que sea”, adujo el menda), comparar la práctica de la homosexualidad con la comisión de crímenes (“una cosa es tener tendencias homosexuales y otra practicar la homosexualidad o el robo o el asesinato”), o mostrarse contrario con la agilización del divorcio que aprobará el Gobierno porque, según él, “favorecerá los matrimonios de conveniencia de los inmigrantes que deseen obtener la nacionalidad española”, con toda la connotación xenófoba que dicha declaración comporta.

En tanto alguien haga algo para parar su estúpida y ultraderechista verborrea, no voy a tener más remedio que referirme a monseñor como “el clérigo radical”. Con toda la intención. Y con toda propiedad. No como otros.

 

Para escribir a la autora: bmartos1969@yahoo.es

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