En conclusión

 

La Navidad se acerca. Como todos los años, el inminente fin del Adviento nos recuerda que dentro de unos días la tradición cristiana volverá a celebrar el nacimiento del Mesías, en la misma época en la que en viejas civilizaciones, se celebraba el fin del ciclo de trabajo en el campo, y la llegada del solsticio de invierno. Me parece mucho más lógico celebrar esto último que lo anterior, dada mi condición de no creyente, y mi otra condición de aficionada a la racionalización. Lo digo por si alguien me pregunta qué hago reuniéndome con la familia “en tan señaladas fechas”. En realidad, me parece una excusa tan buena como cualquier otra para pasar unos ratos agradables o desagradables con la gente que mejor me conoce en el mundo. Son ya muchos años. Tantos, que una de las dos cenas navideñas, la de Nochevieja, la voy a organizar yo. (Por cierto, que eso me ha supuesto un auténtico trauma. Cuando una organiza una cena navideña pasa a un nuevo estatus: el de la generación a la que toca hacer las cosas, regañar a los niños, mirar para otro lado cuando los viejos salen por peteneras. En fin: me he convertido en lo que eran mis padres cuando yo era niña: una persona mayor.)

Como para mí esta época es tiempo de cierre de ciclo, una de mis aficiones es repasar lo ocurrido durante el año. Este 2004 que va a terminar dentro de unos días (cáspita: me acabo de dar cuenta de que no he comprado ni un solo regalo de Reyes aún) nos ha traído a los españoles un respiro: nos hemos librado entre todos de un Gobierno fascista. Ahora tenemos a otro más calmado, menos tajante, menos mayoritariamente absoluto, y sin Legionarios de Cristo en sus filas, que yo sepa. Nuestros muertos nos ha costado darnos cuenta de hasta qué punto había que salir a votar, por poco convincentes que resultasen las alternativas al Partido Popular. Es verdad que aún hay que seguir aguantando a Zaplana y su impresionante afán de trepar por encima de cualquier cabeza, a Rajoy y su terror a ser expulsado de su puesto por la ultraderecha más recalcitrante, a Acebes y sus aviesas mentiras, a Aznar y su inglés de mal estudiante de academia cutre (“why reason? One reason: because he is my friend”), y últimamente al asqueroso de Arenas. Me dicen que Cascos está también asomando su bilis de nuevo. Pero no es lo mismo: ya no tienen poder ejecutivo. Pueden rabiar, insultar, mentir, pero ya no gobiernan.

Es un regalo haberse librado de ellos en este sentido. Y es una pena no haberse librado de otros monstruos de la misma calaña, que andan por municipios y gobiernos autonómicos mangoneando a sus anchas y repartiendo dosis intragables de ideología ultraderechista. Hablo por ejemplo de Camps y de Esperanza Aguirre, por citar dos casos muy significativos.

La conclusión principal a la que he llegado en este fin de año es que votar al Partido Popular, como votar a Bush, es un acto tan tremendamente antisocial, que debería estar contemplado como delito de lesa sociedad en el Código Penal.

Por lo demás, que tengáis un feliz solsticio de invierno, o una feliz Navidad, según aficiones.

 

 

Para escribir a la autora: bmartos1969@yahoo.es

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