Supongo
que más de uno, y más de una, me va a decir de todo en los próximos días por
culpa de lo que os voy a dejar escrito hoy, pero antes de nada dejadme
advertiros que si me atrevo a enemistarme con más cantidad de personal de la
que habitualmente discrepa con lo que digo es porque he recordado estos días
que Georges Brassens estaba
de acuerdo conmigo en esta materia (y probablemente en todas: suelo decir que
“lo que era bueno para el viejo Georges, es bueno
para mí”).*
Estoy
harta, y majque harta, de los españolistas peperos y pesoeros. Sus arrebatos
constitucionalistas me han traído durante años por la calle de la amargura.
También me molestan sobremanera los comentaristas deportivos que se apropian de
victorias ajenas en la Copa Davis (por cierto: se ve
que está prohibido decir las palabras “ganar la Copa Davis”;
siempre se sustituyen por “hacerse con la preciada ensaladera”), el Open de golf de aquí o de allá y, por supuesto, las copas
futbolísticas. Estoy hasta las mismas narices de los que hablan mal de los
extranjeros, por el simple hecho de no haber nacido en España.
Pero...
Sí.
También se me llevan los diablos con los catalanistas, los vasquistas,
los galleguistas, los valencianistas,
los castellanistas, los andalucistas... Yo soy
internacionalista: todos los que creen que su tierra y su cultura son mejores
que las ajenas me revuelven el organismo, vengan de donde vengan. Y me parecen
una panda de imbéciles, como a Brassens. Imbéciles
encantados, orgullosos, de haber nacido en Málaga o en Malagón.
Todo el día con una bandera a cuestas.
Lo
cual no tiene nada que ver, en absoluto, con el derecho de autodeterminación de
los pueblos. Negar este derecho es un asqueroso ejercicio nacionalista -en su
versión opresora- que no estoy dispuesta a apoyar bajo ningún concepto. Pero el
hecho de que yo reconozca que todos los pueblos del mundo tienen derecho a
decidir cuáles son sus relaciones con el resto, no significa que cierta parte
de sus gentes me produzcan malestares hepáticos cuando tengo la desgracia de
saber de su existencia.
Las
cosas que hacen algunos: Me resulta muy odiosa la idea de que se organicen unos
juegos olímpicos en Madrid. Llevo tiempo intentando crear un Comité Antiolímpico local, sin mucho éxito. Pero me da cien mil
patadas la imbecilidad de Carod-Rovira, que mezcla
churras con merinas y crea crispación gratuita y mala sangre entre la gente que
no comparte absolutamente su manera de pensar, o que vive en otras tierras y
que nunca pensó en intentar boicotear los juegos olímpicos de Barcelona, a
pesar de todos los pesares.
En
cuanto a los etarras que colocan bombitas para hacerse notar, supongo que
imagináis qué opino de su estrategia.
Así
las cosas, rodeada de unos y otros imbéciles, lo único que me apetece es
mandarlos a todos a freír monas. Envueltos en sus respectivos pendones.
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*Para vuestro gobierno, he
aquí la prueba (en francés, y en traducción casera a mi idioma natal, el
castellano):
La balade des gens qui sont nés
quelque part
C'est vrai
qu'ils sont plaisants tous ces petits villages
Tous ces bourgs, ces hameaux,
ces lieux-dits, ces cités
Avec leurs châteaux forts, leurs églises, leurs plages
Ils n'ont qu'un seul point
faible et c'est être habités
Et c'est être habités par des gens qui regardent
Le reste avec mépris du haut de leurs
remparts
La race des chauvins, des porteurs de cocardes
Les imbéciles heureux qui sont nés quelque
part
Les imbéciles heureux qui sont nés quelque
part
Maudits soient ces enfants de leur mère patrie
Empalés une fois pour toutes sur leur clocher
Qui vous montrent leurs tours leurs musées leur mairie
Vous font voir du pays
natal jusqu'à loucher
Qu'ils sortent de Paris ou de Rome ou
de Sète
Ou du diable
vauvert ou bien de Zanzibar
Ou même de Montcuq il s'en
flattent mazette
Les imbéciles heureux qui sont nés quelque
part
Les imbéciles heureux qui sont nés quelque
part
Le sable dans lequel douillettes leurs autruches
Enfouissent la tête on trouve pas plus fin
Quand à l'air qu'ils emploient pour gonfler leurs
baudruches
Leurs bulles de savon c'est du souffle
divin
Et petit à petit les voilà qui se montent
Le cou jusqu'à penser que le crottin fait par
Leurs chevaux même en bois rend
jaloux tout le monde
Les imbéciles heureux qui sont nés quelque
part
Les imbéciles heureux qui sont nés quelque
part
C'est pas un lieu commun celui
de leur connaissance
Ils plaignent de tout cœur les petits malchanceux
Les petits maladroits qui n'eurent pas
la présence
La présence d'esprit de voir le jour chez
eux
Quand sonne le tocsin sur leur bonheur précaire
Contre les étrangers tous
plus ou moins barbares
Ils sortent de leur trou pour
mourir à la guerre
Les imbéciles heureux qui sont nés quelque
part
Les imbéciles heureux qui sont nés quelque
part
Mon dieu qu'il ferait bon
sur la terre des hommes
Si on y rencontrait cette race incongrue
Cette race importune et qui partout foisonne
La race des gens du terroir des gens du cru
Que la vie serait belle en toutes circonstances
Si vous n'aviez tiré du néant tous ces
jobards
Preuve peut-être bien de votre inexistence
Les imbéciles heureux qui sont nés quelque
part
Les imbéciles heureux qui sont nés quelque
part
* * *
Son verdaderamente agradables todos esos pueblecitos,
Esas villas, esas aldeas, esos lugares, esas
ciudades,
Con sus fortalezas, sus iglesias y sus plazas.
Sólo tienen un fallo: que están habitados.
Que están habitados por gente que mira
Al resto con desdén, desde lo alto de sus
murallas.
La raza de los chovinistas, los portadores de
enseñas,
Los dichosos imbéciles que nacen en cualquier
sitio.
Los dichosos imbéciles que nacen en cualquier
sitio.
Malditos sean estos hijos de su madre patria,
Empalados de una vez por todas en la aguja de su
iglesia,
Que os muestran sus torres, sus museos y su casa
consistorial,
Os hacen ver su país natal hasta que bizqueáis.
Ya salgan de París, o de Roma, o de Sète,
O del diablo cojuelo, o de Zanzíbar,
O de Montcuq -o de mi
culo-, están encantados, caramba,
Los dichosos imbéciles que nacen en cualquier
sitio,
Los dichosos imbéciles que nacen en cualquier
sitio.
No hay arena más fina que en la que
Sus delicadas
avestruces entierran la cabeza.
El aire que usan para inflar sus globos,
Sus pompas de jabón, es el soplo divino.
Y poco a poco se van creciendo
Hasta creer que el estiércol de sus caballos
(Incluso los de madera) pone celoso a todo el
mundo.
Los dichosos imbéciles que nacen en cualquier
sitio,
Los dichosos imbéciles que nacen en cualquier
sitio.
No es cualquier cosa el conocerlos,
Lloran de todo corazón por los desafortunados,
Los desgraciados que no tuvieron la presencia,
La presencia de espíritu de ver la luz en su
patria.
Cuando tocan a rebato en su precaria felicidad
Contra los extranjeros, más o menos bárbaros,
Salen de su agujero para morir en la guerra,
Los dichosos imbéciles que nacen en cualquier
sitio,
Los dichosos imbéciles que nacen en cualquier
sitio.
Dios mío, qué bien se estaría en la tierra de los hombres
Si no existiese esta raza incongruente,
Esta raza importuna y que abunda por doquier,
La raza de las gentes del terruño.
La vida sería bella en todas las circunstancias
Si no hubieseis sacado de la nada a todos esos
pánfilos,
Prueba quizá bien vuestra inexistencia.
Los dichosos imbéciles que nacen en cualquier
sitio,
Los dichosos imbéciles que nacen en cualquier
sitio.
Para
escribir a la autora: bmartos1969@yahoo.es
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