Pop revival
Hasta
hace poco, Canal Plus emitía en abierto una comedia
de situación estadounidense extraordinaria, “Frasier”.
Extraordinaria por varias razones: porque los guiones son inteligentes y
divertidos, y además están bien escritos; porque todos los actores que en ella
trabajan interpretan sus papeles de una manera admirable; y porque los
personajes protagonistas son personas inteligentes, cultas, de refinadas
maneras, y con una vida profesional exitosa y gratificante. Cuenta las cosas
que les pasa a una pareja de hermanos, Frasier y Niles Crane, un par de
psiquiatras cuyo padre, un ex policía retirado, no acaba de comprender bien el
estilo de vida de sus hijos ni su afición a los placeres delicados, al art decó, a la
ópera alemana y al buen vino de la ribera del Loira. Los psiquiatras, por su
parte, tampoco acaban de ver la gracia a los gustos paternos: eso de que beba
cerveza directamente de la lata, vista como un leñador canadiense y se empeñe
en mantener un sillón desvencijado y que se da de patadas con el resto de la
decoración del salón, los saca constantemente de sus casillas. Frasier resume contundentemente esta confrontación
paterno-filial con la siguiente frase: “He tratado de consolarme con la idea de
que sin padres que lo avergüencen a uno, no existiría la psicología”.
La
introducción que precede a estas líneas tiene, como siempre, su porqué: como os
decía, los guiones de Frasier son muy
ingeniosos, y algunas de las frases que incluyen son antológicas, como la
respuesta que recibe Frasier por parte de su hermano,
cuándo aquél le cuenta a éste lo satisfecho que lo tiene el programa
radiofónico que presenta, y en el que se dedica a ayudar telefónicamente a los
oyentes con problemas psicológicos: “Ya sabes que a mí nunca me gustó la psiquiatría
pop”. ¡La psiquiatría “pop”! Me encantó el término. Y me vino a la cabeza
el otro día, mientras comíamos algo en un bar franquiciado
sito en la plaza de Manuel Becerra. Lo apliqué al modus
operandi de una nueva especie de camareros y
camareras, que cada día que pasa son más abundantes en esos lugares de
esparcimiento y estropicio del organismo llamados
“bares”, y que en el local mencionado son moneda corriente. Se trata de los
camareros pop: nunca acuden cuando los llamas, pero se presentan siempre que no
quieres que te guinden la cerveza a medio vaciar; cuando consigues que te
traigan la cuenta, salen disparados en dirección contraria, por si tienes la
ocurrencia de tener dinero y con él la voluntad de querer saldar la deuda
contraída; te traen las tapas frías, tarde o nunca, y te las tiran como el que
arroja desperdicios a una piara de cochinos malolientes; te hacen sentir
culpable por consumir bebibles y comestibles en su lugar de trabajo; y encima
te miran como si toda la culpa de sus pésimas condiciones laborales fuera tuya.
La
hostelería no es el único sector en el que la modernez
ha roto los moldes que parecían servir hasta hace poco. Me cuenta un amigo que
el PP ha adquirido previo pago una herramienta informática que capacitaría a su
dirección para enviar mensajes SMS a móviles de manera masiva. Estaríamos, en
caso de que dicho “soplo” tuviera algo de verdad, ante el nacimiento de la
política pop: Si tu partido no tiene militantes suficientes para convocar una
concentración espontánea, pintas una militancia de cartón-piedra, o bien la
simulas ofimáticamente por medio de un software
que actúe de militante-robot. El problema es que tendrán que hacerse con
números de móvil de personal receptivo a ser convocado por Acebes
o Zaplana, ¿pero quién dijo miedo? Y ya puestos, ¿qué
tal hacer manifestaciones virtuales en la red en contra del matrimonio entre
homosexuales? ¡El hombre del Quinto Centenario Y Pico! ¡El pancartero
artificial! Limpio, bueno, barato. De derechas de toda la vida. Y sin necesidad
de mancharse los Levis en el sucio asfalto que acoge
resignado las sentadas anti-abortistas. Todo un
descubrimiento, ríase usted de Colón.
Aunque,
para pop español, el PSOE. Qué lata, qué latita nos están dando con los años
80. Y yo caí enamorado de la moda juvenil. Me asomo a la ventana, eres la chica
de ayer. Y yo aquí borracho en mi Cadillac. Ayatola, no me toques la pirola.
Yo tenía un novio que tocaba en un conjunto beat.
Quiero ser un bote de Colón. El eterno femenino. No mires a los ojos de la
gente. Toda esta lata tan bailable, dicen en Telecinco,
era la banda sonora de la época en la que (sic) “luchamos por nuestras
libertades”. O muy mal les ha salido la lucha, o habrán luchado por las suyas:
la libertad de mercado y la libertad de precios.
Es
el mundo pop. Hoy no me puedo levantar. Esas palmas.
.
Para
escribir a la autora: bmartos1969@yahoo.es
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