Darfur por sorpresa
Los
tres millones y medio de personas que solían vivir en la región sudanesa de Darfur -aislada geográficamente del resto de Sudán, y
abandonada a su suerte por el Gobierno de Jartum-, hace más de dos décadas que
sufren un serio conflicto armado. Su vida, hasta entonces, había transcurrido
precaria, pero pacífica. Los diferentes grupos étnicos que habitaban allí
arreglaban sus discrepancias o sus enfrentamientos por las tierras de caza o de
cultivo de manera más o menos civilizada, con hostilidades ocasionales entre
sí. Pero la degradación medioambiental de la zona, producida por la
desertización y los efectos devastadores de las grandes sequías, provocó que
las principales etnias habitantes de tan desgraciada región del mundo
decidieran a principios de los 80 llevar al extremo sus conflictos habituales e
intentar adueñarse de los pocos recursos que aún sobrevivían al desastre: el
agua y los pastos, ambos bienes escasos y naturalmente codiciados, tanto por
los pastores nómadas como por los granjeros de Darfur.
El Gobierno central no tuvo entonces problema en armar a ciertas milicias
leales a sí en principio, y que pertenecían a aldeas de granjeros, en perjuicio
de otras que amenazaban el statu quo del partido gobernante, y que
defendían la economía nómada. Para empeorar la cosa, el conflicto del vecino
Chad y el proyecto libio del “pasillo musulmán” en África Central atizaron aún
más el fuego en Darfur. En 1987, año en que se formó
una alianza de veintisiete tribus árabes nómadas que se declaró en guerra
contra los grupos no árabes, apareció otro siniestro componente de este
conflicto: el prejuicio racial. La respuesta de las etnias no árabes ante esta
alianza fue la formación de milicias propias. En 1989, año de una conferencia
de paz que no logró acabar con el conflicto, más de cinco mil personas habían
muerto, decenas de miles habían tenido que refugiarse en otras zonas, y 40.000
hogares habían sido destruidos.
Como
quiera que ante la terrible situación en que quedó la zona –civiles armados
hasta los dientes, hambruna, pillajes, epidemias- todo lo que se le ocurrió al gobierno sudanés fue declarar en 2001 el estado
de excepción en Darfur, las cosas empeoraron, como no
podía ser de otra manera. A partir de entonces, se han sucedido años de
detenciones arbitrarias, encarcelaciones masivas, torturas, consejos de guerra
sin abogados ni garantías legales de índole alguna, ejecuciones y aterrorizamiento general de la población sedentaria inerme,
que en enero del año pasado, según Amnistía Internacional, se quejaba de que
muchos de los detenidos por el Gobierno eran inocentes, mientras sus aldeas
eran saqueadas constantemente por rebeldes armados pertenecientes a etnias
nómadas.
En
febrero de 2003 se formó una fuerza llamada Ejército de Liberación de Sudán,
formada por gente perteneciente a etnias sedentarias que optaron por defenderse
de las milicias enemigas y por atacar a las fuerzas de seguridad del Gobierno,
al que consideraban más culpable de la situación que a las supuestas tensiones
interétnicas con las que las autoridades no paraban de llenarse la boca para
justificar lo injustificable. El Gobierno decidió poner fin a la rebelión
haciendo uso de la fuerza, pero utilizando una ayuda imaginativa: dio vía libre
a las milicias nómadas, conocidas más tarde como yanyauid
o janjawid, para que incendiaran y saquearan
las aldeas, y asesinasen a sus habitantes. Estos infectos dirigentes sudaneses,
como se ve, llevan años cometiendo atrocidades, o permitiendo -e incluso
alentando- que se cometan, y nunca han intentado solucionar la crisis de Darfur (regulando el acceso equitativo a los recursos en
esta zona tan frágil, por ejemplo).
Pero
hasta ayer Colin Powell no
asomó el morro en el Senado de su país para anunciar al mundo que los sucesos
que están ocurriendo en Darfur son un “genocidio”, y
que el Consejo de Seguridad de la ONU debe aprobar de inmediato un proyecto de
resolución que Estados Unidos había presentado el día anterior, para sancionar
económicamente a Sudán con el supuesto propósito de acabar con la crisis.
Dejando de lado lo obsceno de la discusión que mantienen la ONU y el Gobierno
estadounidense acerca de si esta masacre que sufren los sudaneses es un
“genocidio”, o bien “sólo” una “limpieza étnica” (ya veremos por qué se empeñan
en estas puntillosidades léxicas), este súbito empeño
humanitario de Powell sólo puede producir náuseas.
Estados
Unidos ha demostrado furiosamente lo poco que le importa que el Gobierno de
Sharon asesine todos los días a ciudadanos palestinos que se esconden en
mugrientos campos de refugiados, tras el ominoso muro que Israel ha construido
para mantenerlos apartados y marginados. La torta de muertos que han caído en
Chechenia tampoco parece inquietarles lo más mínimo. Hay más casos, seguro que
los recordaréis con un mínimo ejercicio memorístico.
Sin
embargo, curiosamente Sudán les preocupa a los republicanos estadounidenses. Un
poco tarde, es cierto (ya ha llegado a 50.000 la cifra de cadáveres en Darfur, y han dejado de contar refugiados), pero les preocupa.
De hecho, les preocupa tanto como en su día les preocupaba el régimen de Sadam Husein. Un momento: acudo a
la página de datos de la C.I.A. Indago cuáles son los
recursos naturales principales de Sudán. Qué casualidad. Tienen petróleo.
Averiguo más: ¿A quién lo exportan? A Paquistán y a
China, sobre todo. Qué cosas, los dos países que se oponen a las sanciones
dentro del Consejo de Seguridad de la ONU (a los gobiernos de estos dos estados
los muertos y refugiados sudaneses no consiguen ni despeinarlos). La puntilla:
las sanciones económicas a Sudán que propone Powell
(que sólo pueden agravar el problema, si es que en algo pueden influir este
tipo de medidas en la solución de conflictos armados) están centradas en la
industria petrolera.
El
petróleo, una vez más. El maloliente y asqueroso petróleo. Su escasez está
radicalizando a los gobiernos más poderosos del mundo, que han perdido por
completo la vergüenza y las maneras, si es que alguna les quedaba, ante la
perspectiva de quedarse sin combustibles y sin materia prima para fabricar todo
lo que necesita plástico. La rapiña del oro negro guía los pasos de esta
gentuza sin escrúpulos, a merced de cuyas garras -ay- estamos todos. Negro
futuro, sin duda, nos espera. Y no precisamente porque el petróleo nos inunde.
Para
escribir a la autora: bmartos1969@yahoo.es
Para volver a la página principal, pincha aquí