Como muy ciclópeo todo
Mi
ajetreo playero de estos fines de semana de agosto me ha impedido ver, hasta el
momento, la mayor parte de las imágenes televisivas de los juegos olímpicos de
Atenas. Por seguir el tono helénico, diré que mi actividad principal los
sábados y los domingos se parece bastante a la de Proteo, de quien se dice que
todos los días salía del mar al mediodía y se tumbaba a la sombra, en las
playas de la isla de Faros, a echarse la siesta, reparador descanso tras el
cual se desperezaba, contaba las focas que Poseidón le había encomendado
vigilar, y volvía a su hogar mediterráneo bajo las aguas. Una existencia
divina, desde luego. Si no fuera por pesados como Menelao,
que se empeñaban en despertarlo y sonsacarle información -Proteo conocía todos
los acontecimientos pasados, presentes y futuros, pero no le hacía ni pizca de
gracia contar lo que sabía-, hasta el propio Zeus le tendría una biliosa
envidia.
De
todos modos, y a pesar de este dolce far niente ocasional que
disfruto*, he sabido de la existencia del puente colgante que une las
localidades de Rión y Antirión,
y como consecuencia comunica la Grecia continental con el Peloponeso.
En el reportaje televisivo que relataba la inauguración del impresionante
viaducto, en los días previos al inicio de los juegos, se decía que, si bien su
nombre oficial homenajea al primer estadista griego al que se le ocurrió su
construcción (un tal Harilaos Trikoupis),
el pueblo soberano había rebautizado la cosa con el nombre de “puente de
Poseidón”. (Estas maneras populares de adjudicar sobrenombres a las obras públicas
se dan mucho en España, tal vez con menor elegancia, pero desde luego con más
gracia: uno de los puentes que se construyeron en Sevilla sobre el Guadalquivir
con motivo de la Expo 92 -de ingrato recuerdo-
pareció recordarles a los lugareños el famoso Golden
Gate que vadea el brazo
de mar que entra desde el Pacífico a la bahía de San Francisco. En honor a tal
coloso, y teniendo en cuenta que sus dimensiones son mucho más reducidas, el
puente sevillano recibió el mote de “Paquito”.) Me tenía muy contenta esta
evocación espontánea de la mitología griega, cuando llegó el susto. El locutor
soltó la frase amenazadora que a continuación transcribo: “El colosal
puente, de dimensiones ciclópeas...” “¿«Ciclópeas»? ¿Será posible?”, me
dije, tras lo cual hice partícipe a mi sufrido esposo de la alarma que me
produjo lo que cabía esperar de los redactores deportivos durante los juegos de
Atenas. “Imagínate,” le dije, “el disloque que podemos sufrir, con lo que da de
sí la mitología clásica. Ya verás, ya verás cómo tendremos que escuchar frases
como «el esfuerzo hercúleo de Fulano» -cualquiera dice heracliano-
o referencias a Edipo y a Agamenón, cada dos por
tres.” “Pues no creo” me respondió muy juiciosamente mi chico, “que se tomen la
molestia de profundizar en la cultura clásica; como mucho, se agarrarán a dos o
tres clichés, y a correr. Ojalá se pusieran ingeniosos, aunque resultasen
pedantes.” Este comentario me sumió en un doloroso dilema, que os transmito:
¿Qué es menos elevado para el espíritu, aguantar a pomposos olímpicos
como la que suscribe -reléase el principio de este artículo-, o soportar el
insufrible desgaste de tres o cuatro epítetos de clásicas reminiscencias,
durante las dos semanas que duran las competiciones deportivas? Recuerdo con
enfurruñe la insoportable repetición del vocablo “dantesco” durante la
retransmisión de la tragedia del estadio Heysel, en Bruselas, en el que las hinchadas del Liverpool y la Juve se enfrentaron contundentemente entre sí, antes
de la final de la Copa de Europa por la que ambos equipos iban a competir. Qué
manía con relacionar al ilustre florentino con tan tristes espectáculos.
Dejando
estas elucubraciones léxicas, intentaré seguir las pruebas deportivas que me
entretienen, prestando atención especial al atletismo. Hay un acontecimiento en
estos juegos que me tiene muy satisfecha, y es el hecho de que esta vez la
prueba del maratón va a homenajear de nuevo a uno de los héroes griegos más
genuinos, el famoso soldado Filípides (ya sabéis, el
que se pegó la paliza sólo para decir “alegraos, atenienses, hemos vencido”,
tras lo cual pasó a mejor vida). Y tal vez se mencione al primer vencedor
moderno de esta dura prueba deportiva, el pastor griego Spiridion
Louis, que llegó el primero a meta tras recorrer la distancia que separa Maratón
de la capital, en los juegos de Atenas de 1896.
A
ver lo que dan de sí estos ciclópeos juegos olímpicos de principios de
siglo. Espero que sea mucho y bueno.
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* Legata a
un granello di sabbia,
como en la canción de Nico Fidenco.
.
Para
escribir a la autora: bmartos1969@yahoo.es
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