El melón
En
principio, no tengo nada en contra del uso de recursos estilísticos en el
discurso político. Si se emplean correctamente, estos trucos lingüísticos hacen
más expresivo el mensaje de quien los utiliza, y enriquecen el estilo de las
declaraciones políticas. Pero cuando se utiliza reiteradamente una misma
metáfora, y si ésta es además burda entre las burdas, el efecto es el
contrario: su uso provoca el cansancio en el oyente, cuando no un fundado
cachondeo. La perversión de este abuso llega a tal extremo que la metáfora
acaba por adueñarse enteramente del significado que otra palabra o locución
debería tener en su lugar, como si el original hubiera desaparecido para
siempre del panorama léxico, para ceder su sitio a los usurpadores utilizados
hasta la extenuación.
Recuerdo
con disgusto una larga etapa del Gobierno de Aznar, en que al ex presidente le
dio por utilizar la locución “mover ficha” (es más de dominó, o de parchís, por
lo visto, que de ajedrez) para casi todo. En un momento dado, parecía que el
mandatario se pasase las tardes perdidas en el casino, jugándose los cafés con
los presidentes autonómicos o el propio Fidel Castro (que cayó también en la
superutilización de la puñetera frasecita).
Últimamente,
a los políticos españoles les ha dado por los melones. Y por contagio,
una buena porción de periodistas han caído en esta afición cucurbitácea, para
desespero de la que suscribe, y regocijo de mi cónyuge, que entra en trance
jocoso cada vez que escucha lo del “melón de la Constitución”, lo del “melón
sucesorio”, o lo del “melón autonómico”. Les gusta tanto utilizar la palabra
“melón” para referirse a cuestiones, proyectos, asuntos, temas, propósitos y argumentos
(obsérvese lo rico que es el idioma castellano que ellos enfrutecen),
que sus manifestaciones públicas son cada día más ridículas. Fijaos qué frase
soltó ayer Mariano Rajoy, en la rueda de prensa posterior a su entrevista con
Zapatero: "cuando uno abre el melón tiene que saber a dónde va". Si
uno abre el melón, y después se las pira, lo que suele ocurrir es que el melón
se echa a perder. Si te vas a ir, no lo abras, caramba. Acebes estuvo simpático
al declarar hace poco, en referencia a la revisión de la financiación
autonómica, que "no se puede abrir ese melón y no explicar el cómo, ni el
qué ni el cuándo". ¿El cómo? Con un cuchillo. ¿El qué? El melón,
obviamente. ¿El cuándo?... En fin. En ocasiones, les da por la tragedia
melonera, como a Zaplana, cuando declaró que “este sistema [autonómico] ha dado
resultados extraordinarios. Tocarlo sin consenso es un error. Es abrir un
melón, que lo único que traería son complicaciones.” Abrir un melón, por lo
visto, puede traer disgustos y dificultades sin límite. Imaginad que sale
apepinado. Otros, en cambio, prefieren el hermetismo melonar, como Mayor Oreja
en septiembre de 2003 (esto ya viene de lejos): “El melón sucesorio del País
Vasco no está abierto”. Y dijo esto a pesar de que debería tener bien presente que
en el Partido Popular de Euskadi, la escasez de melones no es precisamente un
problema. (Del DRAE: “Melón”: 4. col. Persona torpe o necia: si no
comprendes esto es porque eres un melón.) Y, por fin, los hay que entienden
que cualquiera no debe andar abriendo melones; se trata, tal vez, de un cierto
“elitismo frutícola”. Es el caso de Rodrigo Rato, que afirmó recientemente que
“Zapatero sería el presidente que abriría el melón constitucional”.
A
veces, como excepción, el melón sale a colación en un ámbito más apropiado que
los antes comentados, como cuando “fuentes diplomáticas”, según Europa Press,
declararon que “la ministra de Agricultura, Elena Espinosa, ha reabierto el
melón de la negociación dentro del Comité Especial de Agricultura de la Unión
Europea”.
Los
periodistas dichosos de serlo, y al cabo de la calle en lo que a las modas
metafóricas se refiere, abundan en el maravilloso mundo del melón en sus
escritos. Un periódico digital canario afirmaba hace unos días en su editorial,
acerca de la reforma constitucional de la que tanto se habla últimamente, lo
siguiente: “Estos debates se sabe cómo empiezan, pero nadie puede prever dónde
terminan. El melón está abierto.” Dos tópicos seguidos por el precio de uno.
Sublime, realmente. Pero me quedo con el estupor que el artículo titulado
“Vamos a abrir el precioso melón”, firmado por F. P. Puche, y publicado en la
edición digital del periódico Las Provincias, me ha producido. Dice así:
“Abres el melón y cuando el cuchillo inicia la cala en la piel hay crujidos
que parecen quejas. Dicen que eso es señal de buena calidad, pero no sabría
acreditarlo: a mí siempre me han sonado a gritos de angustia. Aunque lo que
impresiona de verdad es ver el melón abierto al fin en canal; porque sus carnes
se distienden, la dimensión del fruto cambia y se expande y uno comprueba, de
manera geométrica, que lo que acaba de hacer ya no tiene remedio. (...) Desde
ayer se me ocurre que ha quedado abierto un nuevo proceso constituyente, que el
filo acaba de entrar en la piel del melón.” Aunque creo que el autor merece
la medalla de oro de la Asociación para la Promoción del Melón de la Mancha,
hay días en los que pienso en serio que la cursilería, cuando es tan notoria y
provoca tanto mal en el público incauto, debería estar recogida como delito en
el Código Penal.
Esta
“edad del melón” que atravesamos quizá lleve próximamente a políticos y
periodistas a abundar en la secular ciencia que investiga cuáles son los
indicios que revelan la madurez de tales piezas de fruta. Los hay que al sentir
un aroma dulzón proveniente de su interior, como prueba de que el melón está a
punto, lo llaman “olerle el culo” al artefacto. Me gustaría escuchar a Rajoy, a
Zapatero, a Bono o a Rato declarar que tienen intención de “olerle el culo al
melón constitucional”. Yo, es por dar ideas.
Cuánta
mediocridad en la política española. Cuánto melón.
.
Para
escribir a la autora: bmartos1969@yahoo.es
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