¡Puta,
menor y rumana!
Dominique
Ambiel, consejero de imagen y comunicación del primer ministro francés, Jean
Pierre Raffarin, y amigo íntimo de éste, se ha visto forzado a renunciar a
todos sus cargos, por culpa de su detención, la semana pasada, al ser hallado
en compañía de una prostituta rumana menor de edad. La sala 15 del Tribunal
Correccional de París lo juzgará próximamente por presunto ultraje a la
autoridad (según Le Monde, se resistió furiosamente a la detención) y
por haber presuntamente “solicitado, aceptado u obtenido, a cambio de una
remuneración, relaciones de naturaleza sexual por parte de un menor que se
dedique a la prostitución, incluso de manera ocasional”. Un delito que le puede
costar hasta tres años de prisión y 45.000 euros de multa. Este Ambiel, que
jura no haber jamás frecuentado peripatéticas, afirma que todo se debe a una confabulación
en su contra, ya que la chica rumana se le coló en el coche sin su permiso,
según versión propia.
Se
trata de la vieja historia de los políticos derechistas sorprendidos con las manos
en la masa. Al tener noticia de este sucedido, me he acordado inmediatamente de
la comedia francesa La Cage Aux Folles (“La jaula de las locas”). En
ella se narra la historia de una pareja de homosexuales ya maduros, uno de los
cuales actúa como vedette travesti en el espectáculo de una sala de fiestas en
St. Tropez, propiedad de su cónyuge. Ambos deben afrontar la terrible situación
de tener que hacerse pasar por gente “normal”, cuando el hijo de uno de ellos
les presenta a su prometida, y a los padres de ésta: lamentablemente, el
progenitor de la chica es un político profesional, afiliado a un partido
ultraderechista cuya guía y norte es la defensa a ultranza de la moralidad y de
la familia. La pareja de homosexuales triunfa sobre este estafermo cuando se
hace pública la noticia de que el presidente del partido al que su futuro
consuegro pertenece ha sido sorprendido en compañía de una prostituta, menor y
de raza negra. “¡Puta, menor y negra!”, brama el casposo político al enterarse
del desastre, “¡puta, menor, y negra!”, repite con la mirada perdida.
La
prostitución es un negocio lleno de basura. Se trata de un ambiente tan
marginal que los atropellos contra los derechos de las personas que se dedican
a vender su sexo son prácticamente inevitables. Las amenazas, las extorsiones,
los malos tratos de todo tipo, son habituales. Y seriamente más dañinos que en
otros ambientes, porque las prostitutas y los prostitutos no tienen, en
general, posibilidad de denunciar los delitos que se cometen contra ellos, ya
que ellos mismos se mantienen gracias a una actividad, como mínimo, alegal,
cuando no ilegal de todas, todas. En consecuencia, soy firme defensora de la
absoluta legalización y regulación de esta profesión, en atención a la mayor
parte de la gente que la practica. Sin embargo, ningún espíritu moralista me
mueve a estar en contra del uso del cuerpo de uno como a uno le parezca,
incluyendo el cobro por utilizarlo, y por dejar que otros lo utilicen, siempre
y cuando no tenga nadie que renunciar a su dignidad y a sus derechos. El sexo
libre y respetuoso es natural, siempre es necesario y bueno, y sólo es sucio
cuando se practica bien, como dice Woody Allen. Haya o no beneficio material
por medio.
Los
que me asquean no son, desde luego, los que se dedican a la prostitución, sino
los que se empeñan en acabar con ella –o en hacerla invisible a los ojos de la
ciudadanía “honesta”- porque la encuentran “inmoral” e “indecente”, aunque de
tapadillo no pierdan ocasión de pagar los servicios de una puta o un puto. Son
unos hipócritas infectos. Y no veáis lo que me gusta que los pillen
contradiciendo con sus hechos sus palabras.
* * *
Orgías
reales
class=MsoNormal style="MARGIN: 0cm 64.65pt 0pt 2cm; TEXT-INDENT: 1cm" >Y
hablando de hipócritas. Como sabéis, la Casa Real anunció –con el baboso e inmediato
beneplácito del pelotamen periodístico- que el principito y su prometida habían decidido, en atención al luto oficial por la tragedia
del 11 de marzo, suspender la celebración de su despedida de solteros. Por mi
parte, lo encontré razonable y justo, y di las gracias a la Providencia por
librarnos, al menos, de una parte del nauseabundo festival monárquico que nos
espera con la maldita boda real.
Sin
embargo, y a raíz de la molestísima revisión de los reales equipajes que
tuvieron que sufrir –ay, como si de un par de villanos se tratase- Felipe y
Letizia en el aeropuerto de Miami, a la vuelta de las vacaciones de la parejita
en cálidas tierras americanas, empezó a correr la especie de que estos dos
elementos decidieron montarse su despedida de solteros de incógnito, a todo
trapo y lejos de la revuelta España de sus amores, durante las devotas y
señaladas fechas de Semana Santa. Me ha llegado un correo electrónico, cuya
autora permanece en el anonimato, pero a la que se adivina bien a las claras su
afiliación opusina y ultrarreaccionaria, en el que se denuncia que los
futuros esposos disfrutaron durante unos días de un “crucero de superlujo en
alta mar”, acompañados de “prostitutas de lujo, niños de papá y mamá
degenerados desde la cuna, empresarios de turbios negocios y un largo etcétera
de especímenes amorales y libertinos (sic) que han protagonizado
escándalos de billete y bragueta que ni el más abanderado defensor de las
costumbres de vanguardia (re-sic) querría ver asociado a su apellido”.
Asegura la corresponsal espontánea que “lo que iba en ese barco está
acostumbrado a veladas que harían parecer la comuna hippy más radical de los
años sesenta una sucursal de hermanitas ursulinas de las de antes; y no hablo
ya de top-less o nudismo en cubierta ni de niñerías semejantes, sino de
las prácticas sexuales y el consumo de substancias más variado y
escalofriante”. (Cómo me divierte el escándalo y la indignación de esta mujer,
que anuncia que todas estas impudicias la están obligando a replantearse sus tendencias
monárquicas e incluso su afiliación a la Iglesia Católica, institución que
admite en su seno rápidamente y sin pestañear a tal género de conversas.)
Termina así el informe improvisado: “El que quiera puede entretenerse
calculando grosso modo el coste de toda esta charada; a mí entre vuelos
de invitados, urbanizaciones, aerotaxis, yates, hoteles y demás me sale
bastante por encima de los dos millones de euros, y eso que yo estimo por lo
bajo y solo contabilizo las transacciones (...) legales. Si hubieran ido cuatro
días a Mallorca como era su obligación y los Reyes querían, con unos diez o
veinte mil euros la cosa hubiera quedado cubierta. ¿Y es que se está tan mal en
un palacio en Mallorca con todas las comodidades? Para mí lo quisiera.”
Me
hago eco del chismorreo por varias razones: (1) Me divierte meterme con la Casa
Real; (2) creo que conviene airear cualquier información (aunque sea poco menos
que incontrastable), que denuncie los hábitos de los Borbones, que siempre han
sido y probablemente siempre serán unos golfos de tomo y lomo, a los que todo
lo que no sea su propio bienestar les es indiferente; (3) nada de lo que se
relata en el correo electrónico aludido choca con el concepto que tengo yo de
esta panda de vividores a costa ajena; y (4) aunque a veces “adversativa”, soy
republicana de convicción, y aprovecho cualquier ocasión que se me brinda para
intentar mostrar al personal la ausencia de ventajas de aguantar una monarquía,
y la cantidad de desventajas de todo orden que la monarquía trae consigo.
Además,
confieso mi regocijo al comprobar cómo Felipe y Letizia han metido la pata tan
cerca de su boda. No pierdo la esperanza de que su incompetencia haga que el
personal se dé cuenta, de una vez por todas, a qué clase de gente estamos
manteniendo.
.
Para
escribir a la autora: bmartos1969@yahoo.es
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