Una lección
Os voy a contar una triste historia que sucedió hace mucho tiempo ya. En 1969 estalló una bomba en el centro de Milán. Murieron dieciséis personas y resultaron heridas varias decenas más. Aunque más tarde se descubrió que los responsables de tal acto terrorista fueron asesinos ultraderechistas apoyados por los servicios secretos de la policía italiana, se detuvo al anarquista y ferroviario de profesión Giuseppe Pinelli como sospechoso de haber colaborado en el atentado. La noche de su interrogatorio en una comisaría de Milán, el cuerpo de Pinelli apareció destrozado en el patio de las dependencias policiales, tras haber caído de una ventana del sexto piso. El comisario responsable del interrogatorio, Luigi Calabresi, aseguró que se había lanzado por la ventana presa de un rapto suicida. Las “investigaciones” posteriores a la muerte del ferroviario obviaron, con insultante descaro, cualquier dato que condujese a la inculpación de Calabresi en los hechos. Quedó libre de responsabilidad alguna en el asesinato de Pinelli. En 1972, alguien asesinó al comisario a tiros, en las calles de Milán.
No es una historia nueva. (Acaso el final
no sea el acostumbrado: tampoco es el que esta muestra gratis de escritora que
estoy hecha defendería, en ningún caso.) Es una indignante historia que a
algunos nos pone de los nervios, más incluso por su cotidianidad que por su
salvajismo.
La peculiaridad que caracteriza a este
lamentable episodio de la historia de la humanidad no es otra que el hecho de
que un descacharrante escritor lombardo, Dario Fo, decidiera hacer fosfatina a
los culpables del asesinato de aquel pobre anarquista, a base de reírse de
ellos y del sistema al que defendían con sangre ajena, los muy miserables. La
brutalidad descrita empujó a Fo a escribir la comedia Muerte accidental de
un anarquista, que el otro día tuve la oportunidad de ver representada por
vez primera. Cómo es esto del teatro, que una no sabe cómo suenan las palabras
que se ven impresas, hasta que suenan en boca de juglares. Porque no son otra
cosa los actores que interpretan los textos de Dario Fo.
Estuve a punto de no reír durante la mayor
parte de la representación. Y no porque los actores (significativamente, Aitor
Mazo, espléndido en su papel de “loco justiciero”) no interpretaran
magníficamente sus papeles, y tampoco -desde luego- porque el autor no maneje a
su antojo todos los trucos del oficio de comediógrafo, sino porque me sentía
incapaz de soltar carcajadas. A mi pesar (soy de risa fácil, desde mi más
tierna infancia) el asunto que se trataba era demasiado duro, hasta para mí.
Comprendedme, os lo ruego: conozco a gente que ha sido torturada, sé cómo se
tortura y para qué. Estoy convencida de saber cómo murió el pobre Pinelli,
presa del terror más incontrolable, maltratado física y psíquicamente sin pudor
alguno, sometido a una presión intolerable, acusado de un crimen odioso en el
que él no había participado y del que no tenía el menor conocimiento, rodeado
de hombres horribles sin escrúpulos ni remordimientos -él lo sabía: es muy
fácil que se lo repitieran una y otra vez durante aquel largo día-, deseosos de
su mal e incluso de su muerte. Si él no se tiró desesperado ante la insistencia
policial en que lo hiciera (derrumbado ya), lo empujaron al vacío. Tanto me da
una posibilidad que la otra.
Sin embargo, el maestro bufón, el bufón cum
laude, me dio una lección de humanidad de la buena. Una muy dura, sin
embargo. «Es posible reírse de todo, hermana Belén», me parecía que decían las
frases interpretadas, «sobre todo de estos monstruos inhumanos que merecen el
escarnio y la mofa, porque ellos mismos no se dan cuenta de lo bellaco de su
esclavitud». Y a fe que el gran Dario tiene razón. No es que yo no haya pensado
alguna vez de otra manera -quienes me conocen no me dejarán mentir-, pero la
puesta en práctica de Fo es veramente ilustratriva. Conseguió mi risa:
no pude evitar una sonora risotada cuando oí a los policías asesinos -y
cobardes- interpretar a voz en grito un himno anarquista italiano (“Stornelli
d’esillio”), cuyo estribillo “nostra patria è il mondo intero / nostra legge è
la libertà”, es tan apropiado en boca de unos policías italianos fascistas como
lo serían a un Cristo dos pistolas. Imaginad a Galindo interpretar a pleno
pulmón el “Eusko gudariak”.
Por cierto que a la salida comentábamos la
cosa con una amiga estupenda que nos acompañó: «Bueno, en España eso no pasa
ahora». «No, en España, el PSOE condecoraba a los torturadores», le dije.
Gracias,
Dario hermano. Guárdate de que se pierda tu maravilloso sentido del humor.<
Para
escribir a la autora: bmartos1969@yahoo.es
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