Quevedo vs. Góngora, o la sublimación de la discrepancia
Mi
chico y yo discutimos a veces, como todas las parejas. Nos encendemos en la
disputa, creemos firmemente tener razón ambos en nuestras respectivas
opiniones, el debate se agria y nos enfurruñamos. Hasta ahí, todo normal. Lo
que quizá resulte peculiar, en nuestro caso, es que en muchas ocasiones las
desavenencias giran en torno a temas algo sui generis, para tratarse del
motivo de una pelea conyugal.
Recuerdo una ocasión, hace algunos años, en
la que tuvimos una de aúpa. Estaba yo leyendo por aquel entonces “La estafeta
romántica”, uno de los Episodios Nacionales de Galdós. Mi admiración por el
escritor canario iba creciendo conforme leía su obra: además de ser un gran
conocedor del castellano, tenía una gran capacidad para crear personajes, a
cual más peculiar, y para describirlos soberbiamente; poseía un magnífico
sentido del humor, y su fina ironía no conocía límites. En el mencionado
Episodio, Galdós había decidido reírse de los románticos por la vía del género
epistolar, con una maestría insultante (en todos los sentidos). Cuando expliqué
a Ángel, entre explosiones de risa, lo amena y agradable que me estaba
resultando la elegante chufla galdosiana, aquél me espetó triunfante: “Vaya,
cuando es tu amiguito Galdós el que se chotea de los románticos, te parece
estupendamente. Si soy yo el que lo hago, te chincha”.
Y
es que, semanas antes, a cuento de que él había terminado de leer el Werther
(también son ganas), presa de justificada ira hacia Goethe, aseguraba el mozo
que los románticos no habían tenido absolutamente nada de renovador y mucho
menos de revolucionario en su época, que eran una panda de pijos afectados,
elitistas y repelentes, a los que todo lo que no fuese su propia persona se la
traía sin cuidado. No es que yo no opine básicamente así, pero rebatí el
absolutismo: “Bueno, tampoco es eso, el Romanticismo es un movimiento cultural
muy heterogéneo, fue un cajón de sastre, y algunos autores románticos sí
renovaron las formas artísticas, al menos. Incluso alguno se metió a crítico de
su época, como Larra.” “Es que Larra no era un romántico.” “Ya, Larra es Larra,
pero también es hijo de su tiempo”, etc., etc. Pim-pam-pum, ya la habíamos
liado. Y la pelea se reprodujo, más furibunda aún, por culpa de Galdós.
Ayer
volvimos a la carga. Empezamos hablando de literatura en general, y acabamos
cayendo en uno de nuestros objetos habituales de controversia: Quevedo versus
Góngora. Decía yo que Lope de Vega era un hombre feliz, y que eso se notaba en
lo que escribía: nunca tuvo mayores problemas económicos, era culto, bien
parecido, se le daba lo de escribir y fue un autor popular en su época, tenía
mujeres que lo querían y quería a las que tenía, sabía guardar las formas, era
elegante, agradable y respetado por muchos de sus colegas de escritura. Algunos
de los cuales incluso le dedicaron hermosos versos, como en el caso de Quevedo.
Zas: ya estamos. Sin saber cómo ni por qué, ahí nos tenía el mundo, en una
terraza de la calle Goya, afirmando una que Góngora era un repelente, un
inmundo, un prepotente, un narcisista, un ególatra... que escribía como Dios,
por supuesto (pero no mejor que Quevedo, que era capaz de escribir tan
espléndidamente en serio como en broma), y el otro que la maestría de las
Soledades justifica toda una vida de encanallamiento y mala baba. Cierto es que
a mí me da por tomar partido: “¡Quevedo, siempre Quevedo, por encima de
Góngora!”, y Ángel es un ecléctico: “Quevedo, naturalmente, y Góngora también”.
En plena disputa entre el conceptismo y el culteranismo, por cierto, pasaba por
allí el director de cine José Luis Cuerda. Si no mete el diálogo en una de sus
películas es porque no le da el presupuesto. No sé bien cómo es posible tomarse
tan en serio estas cosas, cuando el propio Quevedo, en uno de sus “Sueños”,
espeta a un demonio: “¿Conceptitos habemos, aún en el Infierno?”, y cuando el
historial personal de don Francisco no es como para abrazarlo fraternalmente,
en lo que a sus posturas políticas se refiere.
En
realidad, cuando dos personas que se conocen tanto debaten sobre un tema en
apariencia tan aséptico para la pareja, están discutiendo sobre otra cosa.
Cuando desentrañe de qué se trata en realidad, os lo haré saber.
Mientras
tanto, abusando de este espacio que se me presta, terminaré con una provocación
hacia mi cónyuge: Sí, a mí me gustó mucho Madame Bovary. Que lo sepas.<
Para
escribir a la autora: bmartos1969@yahoo.es
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