El capitán Haddock
Soy
aficionada a los cómics de Tintín, desde bien pequeña. Concretamente, desde el
día que subí al pequeño buhardillón que tenían mis padres alquilado en nuestra
casa de la calle Manuela Malasaña, y encontré en un baúl un ejemplar muy desvencijado
de “El Cangrejo de las pinzas de oro”. Aquel tebeo había pertenecido a mi
hermano mayor, que abandonó la lectura tintiniana,
para luego recuperarla al tiempo que yo me iniciaba en ella. Me quedé
obnubilada ante la perfección de los dibujos, lo trepidante de la acción… y
sobre todo, al conocer al capitán Haddock.
Este
ex-oficial de la marina mercante, que se queja sin cesar de los afanes
aventureros de su amigo Tintín, acaba acompañándolo a todas partes, por lo
general en contra de su voluntad. Si Tintín es repelentemente cartesiano y
razonable, deportista y de sanas costumbres, Haddock es impulsivo, precipitado,
excesivo en sus palabras y acciones, un fuerte bebedor y un perpetuo fumador en
pipa, cáustico, entusiasta, cabezota, metepatas y malhablado. Es también
increíblemente generoso, valiente, esforzado, apasionado y solidario. Un
sentimental. Sus insultos son tan conocidos como su afición al whisky “Loch
Lomond”. Se trata de cómicas explosiones de ira verbalizada que sólo resultan
agresivas por su sonoridad: “¡Bebe-sin-sed, ostrogodo, marino de agua dulce,
troglodita, antropófago, vándalo, tecnócrata, filoxera, polígrafo,
hidrocarburo, ectoplasma, filacteria, catacresis, molde de gofres, filibustero,
pirata, náufrago!” Éstas son las lindezas que Haddock podría soltar a
cualquiera, casi sin respirar, si se siente ofendido o atacado. Se trata, como
afirma el tintinólatra Albert Algoud,
del insulto considerado como una de las Bellas Artes.
Haddock comenzó siendo un personaje
secundario en la serie, como tantos otros: la encendida diva Bianca Castafiore,
el irritante y genial profesor Tornasol, el típico bruselense Serafín Latón, la
pareja de policías idiotas, Hernández y Fernández (autores de la expresión “es
mi opinión y yo la comparto”), e incluso el perro Milú, golferas y divertido.
Sin embargo, acabó por eclipsar al propio Tintín. Dudo que haya un héroe de
tebeos más asombrosamente imperfecto, y con tanta conciencia de serlo, además.
Todas las emociones pasan por su rostro dejando una profunda huella,
regalándonos multitud de expresiones increíblemente cómicas. Sus accesos de
irónica mala uva son imborrables en mi memoria. Cuando, en la búsqueda marítima
del tesoro de Rackham el Rojo, eterno enemigo de su antepasado Hadoque,
Hernández y Fernández deciden que no encuentran el islote buscado porque el
capitán se ha equivocado en sus cálculos, Haddock, al estudiar sus
“correcciones”, evidentemente malhumorado, cobija bajo su pecho su gorra de
marino y guarda un piadoso silencio –ante el asombro de la pareja-, al cabo de
lo cual afirma: “Descúbranse, señores. Según sus cálculos, ¡estamos en la
Basílica de San Pedro, par de zulúes!”
En una ocasión, cuando la Castafiore –que,
como buena diva, nunca se preocupa del resto de la humanidad- se equivoca saludándolo
así: “encantada de verlo de nuevo, capitán Harrock”, él contesta, irónico:
“Harrock’n’roll, señora, Harrock’n’roll”.
Asistid, os lo ruego, a esta conversación
entre la troupe que se dirigía a la luna en un cohete:
Hernández: Así que hay un circo en la luna.
Creíamos que estaba deshabitada.
Tintín: ¿Cómo dice?
Fernández: ¿No dice usted que aterrizaremos
en el Circo de Hiparco?
Haddock: Sí, están ustedes de suerte. El
Circo de Hiparco necesita dos payasos.
Hernández: Señor mío, usted nos ha ofendido
y nos debe una explicación.
Fernández: Yo aún diría más: usted nos ha
explicado y nos debe una ofensa. Retírelo usted inmediatamente.
Haddock: De acuerdo, lo retiro. El circo de
Hiparco no necesita payasos, así que ustedes no sirven absolutamente para nada.
¿Satisfechos?
Tiene gracia aún en la desgracia. Cuando, a
causa de un traumatismo craneal, pierde temporalmente la memoria, Tintín se da
cuenta de que no lo reconoce. Ante tal circunstancia, le dice: “Capitán, ¿no se
acuerda de mí?” “No. ¿Cómo te llamas?” “Tintín.” “Grotesco. ¿Y yo? ¿Cuál es mi
nombre?” “Archibaldo, ¿no es así?” “Peor aún.”
Lo confieso: Haddock fue mi primer amor.
Supongo que enamorarse de un tipo así, capaz de presidir la Liga de Marinos
Sobrios, sordina a su desmedida afición al morapio, es cosa de carácter. Y no
sé si me creeréis cuando os diga que ésa ha sido mi costumbre, fuera de una
importante excepción.
Sé bien que hay dos tipos de personas: Las
que dividen el mundo en dos tipos de personas, y las que no. Yo pertenezco con
frecuencia al primer grupo, y creo firmemente que hay dos tipos de personas:
las que prefieren la racionalidad cartesiana, el autocontrol, la eficacia
emocional, de Tintín, y las haddockianas. Yo soy de este último tipo,
con todas las consecuencias.<
Para
escribir a la autora: bmartos1969@yahoo.es
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