Usted no sabe con
quién está hablando
“Señor
mío”, dijo el otro día Javier Nart en la tertulia de María Teresa Campos,
contestando a un tele-espectador vasco y nacionalista que reclamaba más
diversidad de opiniones en los debates, “la diferencia entre usted y yo es que
a usted no quiere matarlo la ETA, y a mí sí. Y por eso yo me encuentro en una
situación moralmente superior a la suya.”
Cuántas preguntas me asaltan.
¿Cómo
sabe Nart que a ese ciudadano, de quien desconoce hasta el nombre, no quiere
matarlo ETA?
¿Qué
es eso de buscar diferencias personales entre sí y cualquiera que afirme algo
que lo contraría a uno?
¿Por
qué este señor, en lugar de defender -en su jabonera línea de comportamiento
habitual- la diversidad de opiniones del programa en que trabaja, se dedica a
elaborar rankings de superioridades morales?
¿Qué
demonios tiene que ver encontrarse en una situación “moralmente superior” a la
del prójimo (lo que quiera que eso signifique, y a lo que sea que tal cosa se
refiera), con tener razón o no tenerla?
Si
la ETA le repugna profundamente, señor mío, y además lo tiene a usted
amenazado de muerte, ¿cómo es posible que utilice tal extremo para ponerlo a su
favor?
Pero,
sobre todo, ¿desde cuándo -maldita sea- otorga una banda terrorista carnés de
“usté-se-calla-que-a-mí-me-quieren-matar”?
Lo
bueno que tiene hacerse preguntas a una misma es que una se las contesta
solita. A Nart no le importa la verdad. A Nart le importa Nart, básicamente. Y
las lentejillas de Nart, natural. Lo que relaciona lo poco que le interesan las
reclamaciones perfectamente razonables del televidente de “Día a día” con otro
apasionante aspecto de la personalidad de este golfo mediático: Este hombre
vive de hacerse pasar por izquierdista “moderado y demócrata”, que para eso lo tiene
-eso dice él, al menos- amenazado la ETA. Y lo demás son obstáculos que se echa
a la chepa tan contento. Lo peor del caso es que, en sus afanes demócratas y
moderadores, se ha pasado al bando de Isabel San Sebastián, que en la misma
tertulia afirmó que (sic) “[acerca de la disolución del grupo
parlamentario de Sozialista Abertzaleak y a las declaraciones del lehendakari
pidiendo diálogo con el PP y el PSOE] aquí no hay nada que dialogar, las leyes
están para cumplirlas, y ya está (...); si esto sigue así, habrá que plantearse
la disolución del Estatuto vasco, porque no se cumple”.
Cómo
me incordia que me tomen por tonta. Y más que haya (a porrón) gente lo
suficientemente simple como para tragarse estas barbaridades, sin ponerlas en
cuestión. Y todavía más que haya golfos que se aprovechen, a sabiendas, de la
sandez ajena.
Enric Sopena, que al menos es inteligente
(¡qué descanso!) y que no hace más que poner caras de desespero al escuchar
tanta atrocidad junta, afirmó en el mismo debate que “hablar de la suspensión
del Estatuto vasco no puede siquiera considerarse”, y que “la mitad de la
población vasca opina, por mucho que a mí me disguste, como los partidos
nacionalistas mayoritarios en el País Vasco: hay que dialogar, estamos ante un
problema político, no de otra índole”. Sobre todo, como ya había hecho
Llamazares el día anterior, pidió calma, porque “nos dirigimos a un choque de
trenes entre gobiernos: ¿hace cuánto que Aznar no habla con nadie de nada?”
Me
fastidia la insensatez y la locura de estos fanáticos centralistas y/o chuloetas
(la palabra me la prestó un amigo). Pero, además, me preocupa mucho. Porque
ellos son los voceros de los que parten el bacalao en el Poder.
Ahora
bien: lo que más me desazona de todo esto (con perdón) es que van dos escritos
hablando del País Vasco y de su acoso y derribo por parte de los
democráticamente firmes. Y si se creen que eso es perdonable, van listos.<
Para
escribir a la autora: bmartos1969@yahoo.es
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