Atado y bien atado

Qué mala está la cosa. Yo no tengo edad para recordar cuál era la situación que vivía una persona de izquierdas, crítica, republicana y atea, en el régimen franquista, y cuáles eran sus desesperanzas concretas en ese ambiente tan malsano, tan constreñido, tan rancio, tan beato y tan castrense. Pero me estoy empezando a figurar en qué consistían, más o menos. Porque la época pepera es de órdago a la grande, hermanos. Voy a realizar un ejercicio comparativo entre el franquismo y el pepeísmo-aznarismo.

Y lo haré analizando el estado de las libertades políticas formales. En este campo, da la sensación de que hemos avanzado en gran medida. Y objetivamente, así ha sido durante la temporada que ha seguido a la muerte de Franco, la mayor parte de mi vida. Sin embargo, en un tiempo récord estamos retrotrayéndonos, también ahí, a los años de la dictadura. Para empezar, ya está prohibido de facto ser nacionalista vasco radical de izquierdas. Aunque no hayas cometido delito alguno, con el Código Penal en la mano; incluso aún cuando no tengas pensado cometerlo nunca; más todavía: aunque no compartas en absoluto la legitimidad ni la utilidad del uso de la violencia terrorista y jamás hayas apoyado tales métodos; aún así, si reúnes las circunstancias de ser vasco, independentista, radical, etc., ya no puedes presentarte a las elecciones ni votar a alguien que represente institucionalmente tus ideas, tu derecho de libre asociación está fuertemente restringido, no hay posibilidad de que te expreses políticamente por escrito sin incurrir en delito de terrorismo, y además -si es pública tu opción política- hay alta probabilidad de que acabes el día menos pensado en el trullo, por sospechoso de pertenencia a banda armada, un delito que no es para tomar precisamente a broma.

Y éste es sólo el principio. Ya conocéis los viejos versos de Bertolt Brecht: Vinieron a por los comunistas, pero como yo no lo era, etcétera (*). Ya van, ya han ido, a por los nacionalistas vascos moderados. Lo próximo es prohibir ser vasco: persiguiendo el euskera en todas partes y a todas horas (a mí me miran mal cuando me despido telefónicamente de mi amigo Iturri con un “agur” o lo saludo con un “kaixo”, y eso que soy madrileñísima), suspendiendo la autonomía vasca (como ya ha sugerido ese prodigio de socialista re-elegido como alcalde de A Coruña, Paco Vázquez), o sometiendo al País Vasco a un Estado de Excepción en plan Ulster. Para, así, impedir las manifestaciones de cualquier índole en contra del aplastante nacionalismo españolista. De momento, ya no hay periódicos en euskera. Ni uno solo. ¿Y quién nos asegura que las emisiones televisivas o radiofónicas en vasco duren mucho más?

La broma, obviamente, no acabará ahí. La federación vasca de Izquierda Unida, Ezker Batua, está en el punto de mira de estos demócratas de nuevo cuño. Y no son pocos ni cobardes los miembros del Comité Federal de IU que no perdonan la firma del Pacto de Lizarra ni la participación de EB en el Gobierno vasco (y esto último, no por pactar con un partido de derechas, como podría parecer, sino por colaborar con nacionalistas vascos). Tal opinión es compartida por gran parte del potencial votante de Izquierda Unida: el otro día, la periodista de Antena 3 que cubría la jornada electoral desde el colegio en el que me encontraba, me dijo que ella ya no votaba a IU por culpa de Madrazo. Se me ocurren muchas razones para dejar de votar a este partido político, pero os aseguro que Lizarra no es una de ellas.

El fervor de estos recortadores de libertades políticas y sociales de la ciudadanía se extiende en la misma proporción que las manchas de petróleo del “Prestige”: en los últimos tiempos, se ha detenido a un buen puñado de personas bajo la acusación de pertenecer a esa nebulosa terrorista llamada “Al Qaeda”, muchos de los cuales, si no todos, han sido puestos en libertad sin cargos meses después.

El miedo a declararse en contra de este estado de cosas es, en el ámbito laboral, cada vez mayor. Y si eres lo suficientemente irresponsable como para hacer huelga en contra del Decretazo, te significas en las reivindicaciones salariales de tus compañeros y tuyas también, o cuelgas un cartel en tu tablón de corcho en contra de la guerra, no digamos si protestas públicamente por la ilegalización de Batasuna, siempre hay represalias. Y esto lo digo de primera mano. Estoy purgando mis pecados por negarme a renunciar a mis principios. Afortunadamente, no me pueden poner en la rúa. Pero hay muchas maneras de joderle la vida a un trabajador, y más aún a una trabajadora.

Están consiguiendo que me deprima. Porque encima ganan las elecciones. Decía un compañero de trabajo, votante confeso del PP, el día después de las votaciones: “Bueno, ya podemos hundir otro barco.” Y tiene razón. Pueden hacer lo que les dé la gana, que nada va a cambiar. Ya tenía razón mi padre cuando me contaba que en la época franquista la mayor parte del personal estaba tan a gusto. Igual que ahora. <

 

(*) Belén Martos, como tantos otros, atribuye esos famosos versos a Bertolt Brecht. Se equivoca. El poema es de un teólogo evangelista (y antifascista), también alemán, llamado Martin Niemoeller (vid. http://www.dhm.de/lemo/html/biografien/NiemoellerMartin/). En realidad, basta con leerlo para darse cuenta de la incongruencia: Brecht no podía escribir «...porque yo no soy comunista» ...porque sí era comunista. Informada de su error nuestra por otro lado esforzada columnista, su respuesta –lamento dejar constancia de tan penoso proceder– ha sido: «Me la suda. Pon una nota, que tú eres como Mozart, que lo arreglaba todo con notas». En fin... (Nota de J. Ortiz)

 

 

 

Para escribir a la autora: bmartos1969@yahoo.es

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