¡Mujeres!
Mamen
tiene un puesto de jefa técnica intermedia. Es una trabajadora inteligente,
ágil de mente, divertida, amable con los clientes, considerada con los
compañeros. Tiene un inglés espléndido, los conocimientos técnicos necesarios
para desarrollar su trabajo con celeridad y eficacia, maneja con desparpajo las
herramientas de su puesto y le sobra capacidad para ocupar cargos de mayor
responsabilidad. Hace cosa de dos meses le propusieron un ascenso: iba a
encargarse de todo un departamento. "Es cosa hecha, Mamen,
guapísima," le dijo el director de la división en la que trabaja, mientras
deslizaba rijosamente su mano por el hombro de la mujer, "ya sabes que me
gustas mucho; yo nunca abandono a mis
chicas." Sin poder evitarlo, Mamen hizo un gesto de desagrado. Siempre
había sido un poco raspa en lo
referente al contacto físico, y más aún cuando tal contacto provenía de alguien
que le resultaba profundamente repugnante, como era el caso. Esa mueca le costó
el ascenso. Pocos días después se enteraba de que el puesto que ya tenía
ganado, en teoría, había sido concedido a otra persona. Así, sin más, por no
haber complacido al jefe, su carrera se había estancado. No ha recibido ninguna
explicación oficial ni oficiosa sobre el asunto.
Pere
y Loli trabajan mano a mano en la maquetación de una revista especializada.
Ambos comparten la responsabilidad de que se inserten debidamente los artículos
que van llegando, que las fotografías y dibujos tengan la calidad que la
Asociación de Ferreteros exige en su publicación, que las pruebas lleguen a
tiempo a la imprenta, y demás tareas propias de sus cargos. Loli llegó antes a
la redacción, y tiene más experiencia que Pere. Éste fue contratado a petición
de aquélla, que entendió que había demasiado trabajo para una sola persona.
Cuando llegó, Pere cobraba lo mismo que Loli. Lleva ocho meses en el cargo, y
ya cobra casi el 30 por ciento más que la veterana. Además, se permite el lujo
de afear la dedicación de la mujer por sus dos hijos: “Hija, qué pesadez de
niños, cuando no es el dentista es la reunión del APA, así no hay quien cuente
contigo para nada.” Y todo esto, desconsiderando que Loli se ha quedado durante
años a cerrar la edición, sin cobrar las horas extras, mientras sus jefes se
van a tomar unas cañitas. Cañitas que últimamente también comparte Pere. Y más
vale que no hablemos del marido de Loli, cuya carrera profesional es,
evidentemente, mucho más importante que la de ella.
Amaia
está acostumbrada a que la escuchen cuando habla. No a que el personal se
postre de rodillas ante su simpatía, su inteligencia sin par, su inigualable
cultura y su genial perspicacia, cualidades todas que ella no pretende tener (y
sin embargo tiene). No. Simplemente, la gente suele escucharla, aunque sea por
educación. Es aficionada a un agradable entretenimiento, que descubrió en la
adolescencia, al que llama "diálogo". Consiste en un coloquio a dos
bandas o más, en el que la palabra se va turnando de contertulio en
contertulio, de manera más o menos ecuánime cuando las circunstancias lo
permiten. Siempre ha disfrutado del placer de la conversación. De un tiempo a
esta parte, sin embargo, sufre un ninguneo pertinaz por parte de los amigos de
su novio, a los que ha comenzado a frecuentar últimamente. Cada vez que intenta
participar en la conversación le boicotean la iniciativa con múltiples y más o
menos sutiles procedimientos: o bien hacen como que no ha abierto la boca, o la
interrumpen despectivamente, o bien hablan por encima de ella con un
decibeliamen insuperable por su femenina laringe. La peor de las estrategias
consiste en forzar un silencio conventual “para que no se diga que no te
dejamos explicarte”. Lo que aborta la intención parlanchina de nuestra heroína,
que se queda irremisiblemente in albis.
En un principio atribuyó esta actitud a una inexplicable animadversión personal
hacia sí. Más tarde, comprobó con desagrado -y con cierta incredulidad- cómo
esta tortura conversacional no la tenía a ella como objeto único, sino que se
trataba de la manera habitual de tratar a todas las chicas que se unían al
grupo. Las cuales acaban hablando en un teatral aparte de los temas tolerados:
trapitos, dietas de adelgazamiento, lo-indescifrables-que-son-los-hombres. Y
ella se aburre mortalmente. El mejor amigo de su novio, si bien un tipo indudablemente
inteligente, poseedor de un “cráneo privilegiado” y de un armazón
revolucionario admirable, amable a ratos, generoso siempre, es capaz de espetar
a Amaia cosas como que “las mujeres no podéis entender el cine de Woody Allen,
porque Allen tiene mucho sentido del humor; y las mujeres carecéis de sentido
del humor”. Esto, cuando Amaia ha confesado su más alta admiración por el autor
neoyorquino.
“¿Te confiesas feminista? Qué fuerte.
Supongo que no permitirás que te dejen pasar por delante en una puerta, claro.”
“Lo que es evidente es que las feministas son todas un poco lesbianas.” “Bueno, no me vengas con el rollo llorón. Las
mujeres siempre soltáis eso de que no os toman en serio, de que en el trabajo
estáis discriminadas, que estáis agobiadas por la dictadura de la estética,
para dar pena y aprovecharos de eso.” “Menuda cara tenéis. Ya me gustaría a mí
que instauraran el Día del Hombre Trabajador, que de nosotros no se acuerda
nadie.” “¿Ésa? Ésa es una machorra. No sé ni cómo ha conseguido casarse. El
marido debe ser un calzonazos de aúpa.” “Madre mía, el que se case con ésta
necesitará una mujer para la cocina y otra para la cama.” Todas estas frases
las he escuchado, las he sufrido, directamente.
Pues
resulta que el machismo existe sólo en las sociedades islámicas. Y es que
nuestra Constitución, nuestra sagrada e incorrupta Constitución, no permite la
discriminación por razones de sexo. Como si el hecho de que el Código Penal
prohíba el asesinato evite que haya gente que mate. Igual que muchos hombres
matan a sus esposas, novias, compañeras, con el sentimiento de “la maté porque
era mía”.
Veo
un anuncio: “Nueva revista ‘Glamour’, tu mundo cabe en tu bolso.” La igualdad
entre hombres y mujeres no cabe en mi bolso. Ni en mi experiencia.<
Para
escribir a la autora: bmartos1969@yahoo.es
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