Escrito en una pared madrileña: “Arriba España”. “Abajo, África”, apostilla otro desconocido y espontáneo pintamuros, mucho más pragmático que el primero, y bastante menos facha, por las trazas. Fuera de que tiene su innegable gracia esta especie de mini-discusión a base de pintadas, éstas me traen a la cabeza un pensamiento en el que recaí el otro día, mientras veía “El Señor de los Anillos” (sí, mi chico y yo somos los últimos en verlo todo), luego explicaré por qué.
Veamos:
¿Qué es eso de que España está “arriba” y África está “abajo”? ¿Cuál es el
punto de referencia que hace apreciar tan indistintamente la colocación
espacial de mi país y del continente vecino al mío? Si no entramos en
consideraciones sobre lo fácil que es olvidar que las Islas Canarias y las
ciudades-autonomías de Ceuta y Melilla se encuentran, en efecto, “abajo”, o sea
en África, que ya es no entrar en considerar cosas, ¿a cuento de qué esa
distribución de los países y de los continentes?
Mi
amigo Pako, un licenciado en Geografía e Historia con mucha perspicacia y gran
afición por darle vueltas a la cartografía, a la vexilología (estudio de las
banderas), y demás material, nos contó –con ilustraciones- hasta qué punto
resulta engañoso crecer con la imagen del viejo mapamundi desplegado, en el que
Europa ocupa el centro del mundo (“arriba”, naturalmente). “¡Caray!”, pensé,
“mira que una sabe que la Tierra es redonda, que me lo tienen dicho desde hace
la tira; mira que sé muy bien que una esfera achatada por los polos tiene un
solo centro, y el de ésta no se llama Europa, sino ‘nife’, ¡pero qué difícil es
hacerse cargo de que el continente en el que vivo no es el culo del mundo!”
Tolkien,
el autor de la archiconocida trilogía de “El Señor de los Anillos”, hombre muy
culto y probablemente abierto a la experiencia, parece caer tan bonitamente
como yo, una ciudadana vulgar y corriente, en la misma trampa. El lugar en el
que se desarrollan las aventuras de, al menos, el primero de los tres libros
(tengo muy olvidada esta lectura) se llama “La Tierra Media”. Pues bien, según
uno de los freakies enteraos que
aparecen en los “extras” del DVD, La Tierra Media es, sin duda, Europa, en un
tiempo muy anterior –pero mucho, mucho, vamos- al actual. “¿Por qué tiene que
ser Europa?”, le pregunté a Ángel. “Pues no sé, yo siempre pensé que era
Europa, la verdad”, me dijo. “Es evidentemente Europa”, dice el freak aludido, “porque Europa está, como
La Tierra Media, en el centro”.
Este
tipo de asuntos no son, evidentemente, casualidades. Tampoco se trata de una
campaña dirigida, a través de las civilizaciones y de los milenios sucesivos, a
envenenar las mentes de los ciudadanos y ciudadanas que hemos tenido acceso a
los mapas de la Tierra. Se trata, simplemente, como afirmaba Humpty-Dumpty, “de
saber quién manda”. Si uno hace los mapas de las tierras que conoce o que
pertenecen al Gobierno para el que uno trabaja, lo lógico es pensar que la
parte importante del planeta que nos resiste heroicamente es precisamente la de
uno, o la del jefe.
Claro,
que las consecuencias de sentirse parte de la esencia del planeta son
aterradoras. “Hay que invadir Irak para asegurar la tranquilidad y la paz en el
mundo.” Tengo tristemente entendido que los iraquíes, desde 1991 hasta esta
espantosamente sanguinaria traca final, han tenido de todo menos tranquilidad y
paz. Lo mismo puedo decir de los palestinos, por ejemplo. ¡Y es que resulta que
estos habitantes de Oriente no forman
parte del mundo, así de claro! ¿Quién forma parte del Mundo? No, aún más:
¿Dónde está el Mundo? Pues en el Occidente Norteño, naturalmente. Del resto
vive éste. Como en los viejos tiempos.
Todo
el Mundo sabe que abajo –y a la derecha- vive el servicio.<
Para
escribir a la autora: bmartos1969@yahoo.es
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