La valla que separa
España de Marruecos en Melilla ha soportado (mucho mejor que mi estómago) otros
dos episodios horribles esta semana: En Melilla, 500 hombres jóvenes, deseosos
de ganarse la vida haciendo algo útil, pobres de solemnidad, intentaron el otro
día tomar al asalto la posibilidad de vivir en Europa. Algunos al menos
consiguieron saltar la alambrada y sentarse en suelo español a pedir limosna.
Otros, ni siquiera eso. No son pocos los que mostraban terribles heridas, los
zarpazos producidos por las púas metálicas que recubren la valla fronteriza. Lo
de Ceuta ha sido aún más grave: la avalancha de desarrapados ha producido
cuatro muertes entre los asaltantes, algunos de los cuales han sido tiroteados
por la policía fronteriza marroquí y seguro que también -aunque no lo digan los
periódicos, y las autoridades españolas lo nieguen- por esa panda de
energúmenos vestidos de verde que patrullan la frontera bajo el nombre de
“Guardia Civil”.
Bueno, vamos a ver: ¿es
que soy la única a la que le da auténtica vergüenza vivir en un país, en un
continente, que eleva alambres de espino para protegerse de los negros pobres
de África? Porque yo sí tengo vergüenza. Otros no la tienen, ni la conocen.
¿Qué pasa, que somos muchos, que no cabe nadie más? Yo me comprometo a dar
nombres de todos los corruptos, malvados, guarros e imbéciles que sobran a mi alrededor. Conozco una detestable y abultada cantidad de
ellos: algunos han sido ministros. Por cada ser prescindible que larguemos para
Marruecos, para que el dictador Mohamed se lo meta donde le quepa, que entre un
hombre o una mujer de más abajo del Sáhara. Sería un
proceso de equilibrio membranario: Una especie de
ósmosis demográfica. Se mantendría una entropía perfecta. Y aquí paz, y después
gloria, todos contentos. Nos ahorraríamos esas imágenes que dan horror.
Mucho más del que nunca
me produjo el famoso “Muro de la vergüenza”, el de Berlín. Claro, ése sí. Ése
daba una vergüenza que te cagas. Que sí, que vale, que no digo yo que no haya
que poner un mote a los muros que no dejan que la gente circule libremente.
Pero, eso sí, entonces hay que hacerlo con todos. Si no quieren repetir, no
tienen por qué hacerlo. A la famosa valla (que Zapatero promete hacer más y
más, y más alta) se la puede llamar Valla de la Abyección,
de la Indecencia, del Bochorno, de la Obscenidad, de la Humillación, de la
Indignidad, de la Abominación o de la Infamia. La Valla de
No sé qué demonios
espera el Gobierno español que ocurra, pero parece evidente que la
desesperación de estas personas que intentan saltar la valla no conoce límites
ni teme obstáculo alguno. No parece que haya motivo para que estos asaltos
dejen de ocurrir. Supongo que cada vez serán más graves, y que cada vez habrá
más muertos. A la desesperada, Zapatero ha anunciado que enviará al Ejército
español a la frontera para tratar de contener a los posibles inmigrantes, no sé
si para quitarse de encima la responsabilidad de dejar el asunto en manos de
guardias civiles (gente sin preparación de ningún tipo, tíos más brutos que un
arado y bastante violentos). Me da que si al presidente del Gobierno le hace
ilusión parecer coherente debe renunciar a su teoría de la Alianza de
Civilizaciones o bien acabar con la valla. Una de dos.
Para
escribir a la autora: bmartos1969@yahoo.es
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