Algunos pueblos indígenas mesoamericanos recogen la
identidad individual de las personas que pertenecen a ellos mediante una
hermosa figura antropológica, que es además compendio y reflejo perfecto de su
cultura: se trata del tamil. El tamil
es la historia de cada cual, lo que hace diferente a cada hombre y cada mujer
del resto de seres vivos. Hay tantos tamiles como personas hay, y cada uno es
distinto del resto al menos en una porción de detalles. Cada historia, cada
tamil, es también biografía, crónica vital, experiencias y memorias, realidad y
ficción.
Cada uno organiza su tamil como quiere: puede ser real o
imaginado, en parte o en su totalidad, y ser ampliado o mejorado tantas veces
como guste su dueño (o compañero, por mejor decir). Algunos los recogen por
escrito y otros no. Hay quienes los hacen públicos, y los comparten con quienes
quieren interesarse por los tamiles ajenos, y los hay que prefieren guardarlos
para ellos, o como mucho para los más allegados. Cuando alguien muere, su tamil
acompaña el recuerdo del difunto en las personas que lo sobreviven, si tal
había sido el deseo de su responsable. Me gustaría que se observase cuánta es
la libertad que se otorga al individuo, y qué positivamente se valora la
inventiva.
Las culturas con tamil (tamílicas)
contemplan el mundo con sensibilidad y sagacidad, sienten un notable respeto
hacia la gente, las plantas y los animales, y son profundamente responsables
con la vida y con el mundo.
Le otorgan una importancia fundamental a las diferencias interpersonales
y a la diversidad. Las rarezas particulares son contempladas como virtudes, no
como molestos escollos en las relaciones personales que hay que procurar
esquivar, por una parte, y limar, por la otra. Para los pueblos tamílicos la disparidad es buena y enriquecedora, poco
menos que un milagro.
Se entenderá que estas personas no comprendan a qué se
refieren las noticias que aparecen en prensa. El antropólogo holandés Tom Zuidema relata su encuentro
en 1990 con un joven descendiente de la raza olmeca y
habitante de la ciudad mejicana de Cholula, que
expresó al estudioso su desconcierto cuando supo que en los titulares de los
periódicos se anunciaba la muerte de varios centenares de personas que perdían
la vida al mismo tiempo, sin detenerse siquiera en cuidar de transmitir la
identidad de cada cadáver, así fuese sencillamente a través de los nombres de
las víctimas. “Muchas veces no es posible saber cómo se llaman los muertos”, le
indicó Zuidema. “En ese caso,” dijo el joven
indígena, “más vale que no hablen de gente que no conocen.” No es de extrañar
que en este mundo tan irrespetuoso, en el que la vida de las personas pobres
sólo tiene algo de importancia si termina en compañía de la de muchos otros
desgraciados, en el que mueren de hacinamiento los inmigrantes más
desfavorecidos de París sin que nadie haga nada por evitarlo, las culturas tamílicas tengan que resistir al exterminio dentro de
reservas que las preserven.
Lo que tal vez no os extrañe tampoco es
que no tengo conocimiento de que lo que os he contado sobre los tamiles tenga algo de cierto. Al
desperezarme esta mañana me parecía que tenía todo el sentido la existencia de
esos compañeros de vida que se me han aparecido en sueños. Y de inmediato he
pensado que mi sueño merecía formar parte de mi tamil particular, tanto como
vosotros.
Para
escribir a la autora: bmartos1969@yahoo.es
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