Algunos son más iguales que otros

 

La tragedia griega que han escenificado el ministro Bono y su jefe ante toda España, a cuento de la muerte de diecisiete ciudadanos en Afganistán, es desopilante de puro exagerada. No es que reproche a Zapatero hacer alarde de honda preocupación, le inquiete mucho o poco el deceso de los militares. Lo encuentro lógico: cualquiera se permite la licencia de relajarse medio minuto ante esta circunstancia, después de lo que ocurrió en Turquía con el Yakolev, en tiempos de Aznar y de Trillo, y teniendo en cuenta la canalla que actualmente manda en el Partido Popular. Tienen más miedo que vergüenza. Literalmente.

Sólo es que me da la risa cuando veo a alguien sobreactuar: el rostro demudado de Zapatero al hablar con Bono -más propio de un reciente huérfano de doce años que de alguien que quiere simular el más profundo de los disgustos-, sus aparentemente emocionadas palabras de calurosa felicitación al glorioso ejército español, y su afectado recuerdo a los familiares de los muertos, resultan tan recauchutados como el traje de funerario que llevaba puesto. Lo del ministro de Defensa era aún más divertido, pero su actuación pertenece a otra modalidad: Bono se encuentra en su salsa en este tipo de paripés. Se le ve más suelto, más cómodo. Al menos no parece una plañidera de a real la hora. Suelta ingeniosas morcillas (“si te parece, volveremos a España en el mismo avión que transportará los féretros”) y no se pasa tanto de rosca como su jefe (podría haber dicho: “¿te parece bien que me meta en un ataúd, para así sentir con empatía sin igual el sufrimiento de los cadáveres?”, y no lo hizo).

Claro, que este asunto también consigue ponerme de mal humor. No logro entender por qué cada militar que la palma en su puesto de trabajo tiene que producir infinitamente más dolor y consternación en nuestros gobernantes, que cuando fallece cualquier otro individuo. (Aunque sea a manos de la Benemérita.) El último fin de semana murieron cuarenta y tantos seres humanos por las carreteras de España. Nadie vio al ministro de Interior interrumpir su descanso estival para trasladarse al kilómetro 300 de la A-3 y así investigar in situ por qué mierdas muere tanta gente en las carreteras. Es más: ni siquiera escuché a ningún responsable de la Administración expresar su pesar por dichas muertes. Tampoco les preocupa en apariencia que se maten tantos albañiles en el tajo, o que no lleguen vivas a España tantas personas que viajan en patera hacia nuestras costas. Ni se hinchan a llorar cuando hay un accidente de tren, vamos.

Está claro: si mueres trabajando, procura que tu trabajo consista en ayudar a los Estados Unidos a invadir ilegítimamente un país que no te ha hecho nada. Si te pillan torturando o asesinando, procura trabajar para los servicios y fuerzas de seguridad del Estado. Para todo lo demás, procura tener suficiente pasta. Si no, apáñatelas como puedas. Y que te llore tu tía la del pueblo. Todos somos iguales, pero…

 

Para escribir a la autora: bmartos1969@yahoo.es

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