“Reinsértame,
porque tengo la manía / de tomar café y comer al mediodía.” Estos cáusticos
versos escritos por el músico José María Alfaya
podrían muy bien servir de aderezo musical a un reportaje televisivo sobre la
derrota que siguen actualmente las posturas políticas del inimitable “filósofo”
Fernando Savater, seguidor de una popular corriente
de pensamiento que se caracteriza por arrimarse al sol que más calienta.
Estremecido, a lo que parece, ante la idea de quedarse sin el chollo que supone
ir dando lástima e inspirando admiración a diestro y siniestro, por culpa de
que presuntamente ETA no pensase apenas en otra cosa que en conspirar contra su
integridad física, Savater ha decidido cambiar de
estrategia. Se diría que la alarmante posibilidad de quedarse sin ser escuchado
y mantenido en todos los ámbitos auspiciados por el poder político y económico
al que beneficia la existencia de semejantes estafermos le ha sugerido el
proyecto de ser el primero en apuntarse al carro del diálogo. Pero no me gusta
ser mal pensada; pongamos que Savater ha visto la luz
en lo que se refiere al modo de terminar con el terrorismo etarra. De ser así,
la vía que ha escogido para destacarse en ese sentido tiene desde mi modesto
punto de vista ciertas carencias éticas: si eso de dialogar le parece a Savater
ahora de lo más razonable, si encuentra “absurdas” las manifestaciones en
contra de la iniciativa de Zapatero, ¿por qué ha decidido hablar de lo que supo
en una reunión de carácter privado, sin permiso de quien se lo contó?
No, no me gusta ser
mal pensada, pero hay ocasiones en que no queda otra posibilidad. Savater busca la reinserción, mira cómo adaptarse a la
nueva situación que se avecina. Seguramente tendrá éxito.
A pesar de lo poco
edificante de su actitud, ésta indica algo beneficioso para la mayoría: ya se
sabe qué pasa cuando las ratas abandonan los barcos.
Me gusta la
frecuencia con que la cifra “treinta y tres” ha sonado en los últimos días en
el Parlamento vasco: “Votos a favor del candidato Juan María Atutxa, treinta y tres. Votos a favor del candidato Miguel
Buen, treinta y tres.” Si yo fuera parlamentaria en Vitoria, habría coreado la
mágica cifra al compás de María José Lafuente:
“¡Treinta y tres! (...) ¡Treinta y tres!”. “Diga 33”, dicen que decían los
médicos para comprobar el estado de la salud de sus pacientes. Puesta a valorar
el estado de salud del Parlamento de Vitoria, yo diría que ese “33”, una y otra
vez repetido por la presidenta provisional, indica una vida política sana,
aunque resulte complicada.
Porque al fin, el
lío se ha deshecho: el PNV ha retirado la discutida candidatura de Atutxa y ahora el Parlamento vasco tiene presidenta de
cierto consenso. No sé, pero huelo buenos tiempos. Ojalá no me equivoque.
Para
escribir a la autora: bmartos1969@yahoo.es
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