El PSOE está
especializado en la institucionalización de la precariedad. Sin rubor ni
complejo además, porque “son de izquierdas”. Legalizaron las ETT’s,
flexibilizaron los despidos, cerraron fábricas, reconvirtieron industrias,
privatizaron empresas públicas e hicieron todo lo que estaba en su mano por
meter a España en la Zona Euro. Ahora, en una prodigiosa acrobacia del
Ministerio de Marear la Perdiz, el que dice que se ocupa de la vivienda (un bien de primerísima necesidad),
pretenden hacer pasar una habitación por un hogar confortable. “Hombre, los
pisos de 30 m2 se
venden, están en el mercado, sólo reflejamos una realidad”, dicen en el
Ministerio. A ver qué vida, ¿qué quiere que hagamos? También hay gente viviendo
debajo de los puentes de la M-30, que los ponga el Gobierno a la venta. “Son
para los jóvenes, una solución temporal.” Como si los jóvenes no tuviesen
derecho a la intimidad (un dormitorio), a la limpieza (una cocina cerrada), o a
la tranquilidad. “En Escandinavia también lo hacen.” En Escandinavia esas
casitas son gratuitas para los estudiantes. El Gobierno se encarga de su
guardia y custodia, y además los que las ocupan tienen derecho a muchas
instalaciones comunes, que incluyen cocinas, comedores, salones, jardines,
gimnasio y biblioteca.
Es
todo mentira. Que le metan mano al precio del suelo, o que se callen. Mira, que
se callen de todos modos, porque hay que ver la mala leche que provoca su
impresentable desfachatez.
En mi opinión, los
resultados de las pasadas elecciones al Parlamento Vasco pueden satisfacer a
todo el mundo, menos a la coalición PNV-EA y al Partido Popular. A los
primeros, porque aún ganando los comicios han perdido escaños, y deben repensar
cómo formar gobierno, y porque además el lehendakari en funciones había
planteado públicamente las elecciones -creo que hizo mal- como si se tratase de
un referéndum acerca de la intención de la ciudadanía vasca respecto al
conocido como “plan Ibarretxe”. En ese sentido, y en coherencia con lo
anterior, el candidato peneuvista debería plantearse
la posibilidad de que en su país sólo una minoría está de acuerdo con la idea
del estado vasco libre asociado al Estado español: también hay partidarios de
la ruptura con el Gobierno de Madrid, que han alcanzado una formidable
proporción de escaños (9), y también los hay que prefieren una reforma del
estatuto vasco, a la manera catalana. Por supuesto, los hay también que quieren
que las cosas sigan como están ahora. No hablo de “fracaso estrepitoso”, como
tantos comentaristas políticos biliosos, pero creo que es razonable pensar que
Ibarretxe y sus aliados están actualmente, en este asunto, en minoría. Claro
que nadie tiene el privilegio de defender tesis mayoritarias en la cuestión de
la autodeterminación. Tal vez en lo que coincida la mayoría de vascos es en que
sólo ellos tienen derecho a decidir cómo se organiza su país. Pero poco más:
queda un largo trecho, seguramente con más desencuentros que encuentros, hasta
que haya cierto consenso social. Un buen comienzo sería permitir la realización
de un referéndum al respecto, al menos para ir aclarando la cosa.
El PP tiene razones
distintas para la melancolía: por un lado, han perdido algunos escaños. Por
otro, están que muerden con los 9 escaños que ha logrado obtener EHAK, la única
formación para que toda la izquierda abertzale, salvando Aralar, ha pedido el voto.
Lamento la
desilusión de Ibarretxe, aunque creo que el nuevo Parlamento Vasco será un
ejemplo de pluralidad, y eso es bueno, a pesar de las dificultades para ponerse
de acuerdo. Pero celebro la rabia del Partido Popular, porque se basa en una
ideología nada edificante, que no quiero que vuelva a pasearse por el mundo
diciendo que me representa.
La elección como jefe de la Iglesia católica de un hombre
tan beligerantemente ultraderechista como Joseph Ratzinger,
que se ha empeñado en morir vestido de Papa, es una malísima noticia. Todos
conocíamos a este sujeto: algunos, desde hacía tiempo. Otros, sólo han sabido
de él hace algunos días. Pero a nadie se le escapa que el nuevo obispo de Roma
es el hombre cuya opinión en materia ideológica se ha convertido en dogma, y
que él es quien rige los actuales caminos de la doctrina católica. Ratzinger ha sido, junto a su difunto compadre polaco, el
responsable de la línea más intransigente que ha seguido el Vaticano desde el
papado de Juan XXIII. Nada de mujeres ejerciendo el sacerdocio; nada de
preservativos contra el sida; los homosexuales, al infierno; los divorciados,
también; no al aborto, no a la eutanasia; no a la fecundación artificial; nada
de curas casados... y no al marxismo, no al laicismo, no al relativismo, no al
liberalismo, no, no, y no, nunca, ni hablar. Y los pobres, algo habrán hecho.
Resulta
Ratzinger además un tipo antipático y malencarado. Es
cruel, soberbio, desmedidamente ambicioso, déspota, intrigante, inflexible y
megalómano. Es como si a Hitler, mejorado y ampliado, le hubiesen ofrecido el
Pontificado desde el Colegio Cardenalicio en un momento de arrebato pasional.
Hasta el encargado de dar la mala noticia hacía juego: el cardenal chileno
Medina Estévez, conocido por su apoyo total al régimen de Pinochet, fue quien
dijo aquello de “Excelentissimum ad Reverendissimum Dominum Iosephum, Santae Iglesiae Cardinalem Ratzinger”, henchido de gozo.
Este tipo entiende el progreso del mismo modo que su amigo
George W. Bush: en el control de los medios de comunicación tiene su bandera.
Nunca un entierro papal y la elección del nuevo pontífice habían descubierto
tantos secretos del Vaticano. Probablemente Ratzinger,
antes conocido como el Panzerkardinal, crea que así
se gana al personal. A Goebbels, también alemán, no
le salió mal su excelente manejo de la propaganda: consiguió esconder tras ella
ambición, miseria, sangre, represión, violencia, injusticia, muerte y dolor.
Pero al papa le preceden sus hechos.
Bush y Ratzinger, ahí los
tenéis. Mano dura, nada de contemplaciones. Han hecho caso omiso de la petición
de ayuda del episcopado latinoamericano, que reclama atención ante la huida de
fieles a otras religiones más atentas con los pobres y los marginados. Ambos
jefes de estado son partidarios, como Hitler, como Pinochet, como Franco, de la
vía rápida: conciben que es preferible la muerte del enemigo antes que intentar
que se pase al bando propio. Probablemente, en ello influya que la catadura
moral necesaria para estar a su lado motu proprio sea la peor imaginable. A muchos hay que
convencerlos a hostias. De las que duelen, no de las que confeccionan las
monjas.
Muchos se alegran de que semejante bigot
haya tomado el relevo de Juan Pablo II: suponen que el nuevo Benedicto XVI
acabará con la institución religiosa más influyente del mundo, de puro
fascista. Tengo ya conocimientos suficientes como para afirmar que ésa no suele
ser la vía por la que caen los enemigos. Ahí tenéis a Pinochet, ahí tuvisteis a
Franco. Lo que ocurre en general es que nos hacen sufrir más al resto, y ellos
se mantienen en el poder fastidiando, tan pichis. Cualquier parcela de poder en
manos de gente de esta ralea es perniciosa para la humanidad: nunca me produce
alegría alguna la noticia de que tal cosa sucede.
En este caso, aparte de que dará más alas aún a todos los
que se oponen, por ejemplo, a la legalización del aborto en España, mucha gente
sufrirá por culpa del Vaticano. En las barriadas pobres de las ciudades
africanas en las que la mortandad por sida es del 50% entre los niños que allí
malviven, no tiene ninguna gracia que los misioneros católicos -que son
ciertamente de los pocos occidentales norteños que se preocupan de ellos-
tengan que hacer milagros para intentar que su feligresía no muera. Los
teólogos de la Liberación se pueden dar por extinguidos del todo.
La derecha se reafirma, se rebela, se encabrita. Y no
descubro nada cuando digo que la derecha cabreada se fascistiza: insultan, crispan, pegan, persiguen,
bombardean, destruyen, y joden la vida a todo el que se opone a sus objetivos.
No, no es precisamente ésta la mejor noticia que podría
haber oído el 19 de abril de 2005.
Para
escribir a la autora: bmartos1969@yahoo.es
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