Juan Pablo Superstar

 

Bueno, pues nada. Non habent papam. De momento. Lo que todos sabíamos que ocurriría, y parecía que se dilataba en acontecer, ha ocurrido al fin: ha terminado la vida de Karol Wojtyla, alias Juan Pablo II. No puedo decir que me disguste la noticia: sentía una fuerte antipatía por el personaje. Tampoco me pone de especial buen humor, porque la Iglesia católica no es precisamente mi institución preferida, y sé perfectamente que aunque uno de sus dictadores deje de serlo –normalmente por fallecimiento, como en este caso-, siempre podrán tirar de algún otro estafermo cardenalicio para continuar con su política de fastidiar y controlar al prójimo, en la misma y exitosa línea que siguió el difunto jefe del Estado de la Ciudad del Vaticano.

Reconozco, sin embargo, que me entretiene contemplar el cuajo de la Curia, mostrado en todo su esplendor en las exequias papales. Cuánto bordado, cuánto lujo, cuánto gorigori, cuánto cinismo y qué poca vergüenza. Es empresa imposible tomarse en serio eso de que la Iglesia católica se preocupa de los pobres, para cualquier televidente que eche un ojo a la retransmisión de las pompas fúnebres papales: y eso que sólo se ven las inmensas riquezas inocultables a las cámaras. El que visite el Vaticano in situ, si es persona sensible, agarra un cabreo de aúpa al recordar la propaganda católica en ese sentido.

La furia con la que Juan Pablo II persiguió a la Teología de la Liberación, y a sus seguidores, es una buena muestra de lo que a esta gente le preocupan los pobres y los marginados. En su afán en contra de esta corriente de religiosos se mezclaban su recalcitrante anti-comunismo (en absoluto exclusivo del polaco), y también el miedo a perder clientela, y con ella su control sobre los creyentes latinoamericanos, que son legión.

En efecto, nada menos que 4.800 millones de personas en este mundo son seguidoras de alguna religión, 1.086 de los cuales son afectos al catolicismo. Parece una cifra lo suficientemente abultada para contentar al Episcopado y a la Curia. Sin embargo, no es así. El Vaticano está preocupado por la rapidísima proliferación de iglesias cristianas alternativas en el continente americano, altamente fanatizadas, cada vez más poderosas económicamente, y con una influencia creciente sobre sus adeptos, que dejan de serlo del catolicismo apostólico romano.

En este sentido, si en los convulsos años 70 el Vaticano optó por elegir -en segunda ronda- a un papa de origen polaco, fanático anti-comunista, que ayudase a los propósitos occidentales de acabar de una vez por todas con el bloque del Este de Europa (labor a la que se prestó de buen grado Wojtyla, enemigo natural del laicismo militante en tales países), no tendría nada de extraño que en esta ocasión, veintitantos años más tarde, y teniendo en cuenta que ahora los problemas en Occidente provienen sobre todo de América Latina, resultase elegido como nuevo pontífice algún candidato originario de dicha parte del mundo. Si en 1978 los consejos de Washington fueron atendidos, no veo por qué no lo serán asimismo en 2005, y tal vez vaya por ahí la historia.

En todo caso, no guardo la menor esperanza de que vean mis ojos que el Vaticano se muestre partidario de la despenalización del aborto y la eutanasia, la homosexualidad o la lucha en contra de la discriminación de la mujer. Sólo cabría -que no cabe- la posibilidad de que el nuevo pontífice no fuera demasiado fanático en su conservadurismo.

Acaso alguien se pregunte por qué me interesa quién será el próximo jefe del Estado vaticano. Atendiendo a la posibilidad, os diré que, vistas las cualidades populacheras de Juan Pablo II, magnífico en su manejo del personal creyente, y vista también la influencia que tienen los papas en general en la historia contemporánea, no puedo dejar de interesarme por el asunto.

Por supuesto, sólo me atrae la faceta política de la elección y del posterior mandato. En absoluto la religiosa. Y no sólo porque no sea adepta del catolicismo ni de ninguna otra religión, sino porque las creencias de este estilo, sus ritos y sus seguidores producen en mi persona un hastío insoportable. Los aleluyas me traen a la cabeza mis momentos más aburridos en el colegio católico en el que estudié la E.G.B., y creedme que no los echo de menos.

Como no echaré de menos, tampoco, a este papa superstar, ídolo de masas cantarinas, friquis e intolerantes.

  

Para escribir a la autora: bmartos1969@yahoo.es

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