Una
isla desierta
Algunos periodistas hacen bueno aquel Homo homini lupus que nos dejó el filósofo inglés Hobbes. Para estos personajes que juegan a periodistas con el rumor por bandera, el Leviatán debe resultarles mucho más útil que el libro de estilo. No es de extrañar, pues, que ellos mismos se tengan por ofensivos por naturaleza y empleen la técnica de las pirañas para devorar a sus víctimas, con el consabido gozo pleno de la audiencia más conformista. Así, La isla de los famosos (Antena 3) nos mostró a un concursante apellidado Temprano protagonizando todas las broncas imaginables. Las tuvo con sus compañeros de aventura, hambruna y penurias varias; las vivió con sus compañeros de mesa del programa de Ana Rosa Quintana; las protagonizó con el presentador del programa, se enzarzó con un invitado... Vamos, que el angelito no tuvo reparos en utilizar cualquier medio para buscar la victoria o para aullar tras su derrota. «Sin mí el programa no hubiera tenido tanto éxito», dijo el pieza.
El vanidoso e insaciable concursante también se marcó un discurso de lo más absurdo para justificar su teoría barnizada en un nacionalismo barato: no quería que ganara una tal Cardone –argentina ella– porque prefería que el premio se lo llevase un español. La sudamericana, finalmente ganadora del evento, parecía una caperucita, pero se ganó a la audiencia, que terminó cambiando el final del cuento con esos votos al 906 que tanto bienestar procuran a las arcas de los organizadores. Este Temprano, mecenas de la cultura televisiva, es de esos que se sientan en un corrillo de pretendidos periodistas y diseccionan la actualidad rutilante de cuanto acontece en saraos, plazas de toros, discotecas, jacuzzis, lechos, alcobas y ascensores. No desentonaría en la mesa de Sardá, desde luego.
En cuanto al programa, poco que apuntar. Los famosos demostraron tener muy poca imaginación a la hora de buscar alimentos; más bien se entretuvieron haciéndose con botines ajenos. La isla de los famosos, intelectualmente hablando, estuvo en todo momento desierta.
TVE estrenó el pasado lunes un programa con un hábil, novedoso y espectacular formato: tipos moviendo los labios sobre un escenario gigantesco, como si estuvieran cantando, aunque lo que siempre suene sea un disco. Las mismas caras, los mismos temas pensados únicamente para los compradores estándar. Más o menos como un programa especial fin de año: Amaral, Álex Ubago, Paulina Rubio... Aunque, por lo menos, esta vez no incluyeron en el repertorio clon de los 40 principales a Montserrat Caballé, muy práctica a la hora de darle un toque aristócrata a la cita. Los cerebros de algunos empleados de TVE echaron humo el día que decidieron ponerle nombre a la sobria y épica entrega: “El programa de los lunes”, ahí es nada. Tal alarde de creatividad no podía caer en saco roto. Está claro.
Pase que CSI sea uno de los escasísimos oasis de esta cutretelevisión anodina que nos martiriza a cualquier hora, pero a veces a los guionistas se les va la pinza. A ver, ¿cómo es posible que estos investigadores, en su mayoría, parezcan extraídos de un catálogo de modelos? ¿Es que Sherlock Holmes era Adonis? Vale que ese departamento de investigación cuente con la más novedosa tecnología, patatín y patatán, pero es que, además, son unos tipos con mucha suerte: entran en una tienda de peluches de 5.000 metros cuadrados y en menos de treinta segundos encuentran un pelo rizado del asesino.
Si Hitchcock levantara la cabeza...<
Para escribir al autor: Marat@navegalia.com
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