La
información es de todos
Publica el diario ABC a toda página que el bueno de Carlos Lozano se embolsa cuatro kilos por cada gala de Operación Triunfo que presenta. Olé sus... narices. La tele está para que la ordeñen. Nadie puede predecir cuánto dura un éxito, así que el lozano señor, o el señor Lozano hace bien en lograr que el feliz matrimonio de conveniencia de la oferta y la demanda le deparen generosos ingresos, amén de su trabajo. Claro, TVE no va a regatear cuando tiene el bolsillo de todos a su entera disposición. Para algo es la televisión de todos.
Nos venden el supuesto triunfo de unos concursantes -en trance desde que se levantan hasta que se acuestan en esa academia que poco tiene de platónica y mucho de caverna, y no precisamente la de los Beatles- y resulta que el verdadero triunfo es el del presentador, ex modelo, sumergido ahora en el mundo de las finanzas. Vamos, que cambió la pasarela y los trapitos por la tele y el Monopoly. Pasa lo mismo con los servicios informativos de la casa (de TVE, no de la chocita de Nina): “Tu información es lo primero”, dicen. Pero claro, uno no sabe si se trata de un código secreto, si están hablando en clave, o si es simplemente parte del romance diario que le dedica el acalorado señor Sánchez (director del ente) al señor Aznar (Presidente de la cosa). Pues eso, que mi información, la que me venden y me trago a diario, está huérfana. Huérfana de voluntad ética. La información de todos no suele aparecer en los informativos, no ya de TVE, sino del resto de canales. Como dijo Javier Ortiz cierto día sin la presencia de su abogado: “Todos los periódicos hacemos el mismo periódico; basta con echar un vistazo a las portadas”. En la tele pasa lo mismo, y te da igual un informativo que otro, salvo en lo referente a las desgracias del suegro de Agag y sus juegos malabares en el terreno de la política de ficción. Sí, desaparecen marchas pacifistas a Torrejón con 20.000 seres vivos; se pierden en el olvido las imágenes del talante democrático de los congresos peperos con niños que le dicen “No a la guerra” y reciben el coscorrón de la conversión definitiva; se pierden, en fin, tantas cosas, incluida la vergüenza... “Tu información es lo primero”, repiten. Vale que ellos decidan qué me van a contar, pero el eslogan suena a cuento chino, a insulto a la inteligencia. Si mi información es lo primero, preferiría que prescindiesen de los cinco minutos diarios de declaraciones insulsas y estúpidamente vacías de los miembros del Gobierno o de la oposición, rival inequívoco en escatología dialéctica; estaría fenomenal que no me contasen las mil y una desgracias repletas de morbo y crudelísimas imágenes, que nada añaden salvo la falta de respeto hacia las víctimas; les invitaría a prescindir del aburridísimo y excesivo bloque deportivo de cada edición de noticiarios, salvo aquel contenido verdaderamente trascendente, que poco tiene que ver con seudoruedas de prensa en las que los futbolistas (pretendido sinónimo de deportistas, a tenor de lo que deciden los editores) echan mano un día sí y otro también de latiguillos absolutamente imberbes y huecos. ¡Y qué decir de la información cultural! ¡Pero si parece que es cosa de Marina Castaño!
Así las cosas, lo mejor de los telediarios es la información meteorológica. Total, si algo falla, la culpa es del Meteosat.<
Hoy por hoy, seamos sinceros, no es ningún halago señalar que Siete vidas es la mejor serie nacional. Emilio Aragón no tiene nada que alegar; esa experiencia ultrasensorial llamada “Un paso adelante” (Antena 3) tampoco puede apuntar nada fuera de las experiencias esotéricas; y Ana Obregón...
Y eso que, temporada tras temporada, la serie perdió a varias de sus estrellas, casi una por año (Javier Cámara, Paz Vega, Guillermo Toledo). La historia de estos siete personajes en busca de un espectador es la única creada y producida en España que cuenta con guiones ocurrentes, buenas interpretaciones, ingenio y dosis de humor suficientes para humedecer los labios agrietados por la vorágine y vientos diarios. En ocasiones hay un tanto de irreverencia, una pizca de sarcasmo ácido, imposible de ver, oír o adivinar en espectros dementes como ese que se sacó de la manga Anita Obregón bajo el título de Ana y los siete. En Siete vidas se mofan de los políticos, surgen indirectas muy directas, incluidas aquellas que rozan a figuras de la Casa Real española. También ha habido pinceladas de mala uva hacia esos personajillos de sonajero y estómago retorcido que tanto triunfo cosechan en los programas del corazón. Claro, que algún columnista de La Razón argumentará en su contra que estos guiones cítricos nacen del resentimiento propio de momias estalinistas. Se equivocará; los guionistas de Siete vidas son jóvenes, muy jóvenes. La edad media de estos creadores ronda los veinticinco años. No conocieron los tiempos de Stalin, y seguramente les resultan mucho más vecinales los del general Franco. Sí, aquel tiranozuelo al que abrazó efusivamente el presidente Eisenhower, presidente de EE UU, salvapatrias de la humanidad por los siglos de los siglos.
Siete vidas ironiza con las preocupaciones más corrientes del ser humano: el sexo, la comida, el dinero, el trabajo. Los miedos, los complejos, la infidelidad o el lesbianismo desfilan por un plató de carne y hueso. Poco rentable para los obreros de deidades y para los maquiavélicos politicastros, pues por ahora no se puede responsabilizar de estos pecados a Ibarretxe. Aunque tiempo al tiempo.<
Para escribir al autor: Marat@navegalia.com
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